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Si en los yerros de la lengua está el diablo…

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Si en los yerros de la lengua está el diablo, entonces el diablo está en todas partes. ¿Será?

La lengua es un acontecimiento biológico, individual y social, y, más aún, simbólico y metafórico. O, si se prefiere con otras palabras, la lengua resulta de hechos naturales evolutivos que modifican la condición cerebral y social del ser humano.

A esto se agregan factores culturales que, desde inicios de la humanización, le confirieron especificidad a la palabra; me refiero a las prácticas colectivas y a las condiciones individuales presentes en la compleja y casi milagrosa especificidad del habla en el mundo biológico, ese instrumento vivo, adaptativo, de comunicación entre los seres humanos, apto para entrelazarlos con el mundo tal y como lo van construyendo, y como la palabra misma contribuye a construirlo.

La lengua, a su vez, individual y colectivamente, sufre un devenir espontáneo que marca el hablante y lo marca a él.

La lengua misma, a su vez, va generando sistemas de reglas que preservan su identidad, su capacidad de decir y de ser entendida, su carácter, y no en última instancia, su belleza.

Si se pretende claridad en la comunicación, hay que cumplir ciertas reglas, algunas implacables y otras circunstancialmente menos rígidas. Entre aquellas están la gramática, la sintaxis y la puntuación, y otras leyes propias del razonamiento que al hablar se determinan ejemplarmente gracias a ciertos conectores de oraciones: cuando digo “en efecto” o “ya que” al principio de una oración, esta tiene que ser consecuencia de lo anteriormente dicho.

No se entrelazan las oraciones de cualquier manera. Si queremos posibilitar la comunicación, no se saltan con garrocha olímpica ciertas formas de hablar razonablemente. Si no se puntúa bien, por ejemplo, el razonamiento y la intención comunicativa se confunden, dificultando la comprensión.

Por desgracia, las redes sociales y la prensa descuidada (que crece cada día) han agudizado el problema. Ciertos textos son tan rudimentarios que ni siquiera toman en cuenta las concordancias.

Los ejemplos regados por todas partes ayudan a observarlo. Veamos este fragmento de un artículo de divulgación científica. En la primera parte hay dos errores lógicos y de concordancia, y otro de traducción: “Creo que ningún neandertal que vivió al oeste de los Urales conocería a un denisoviano en su vida". Hasta ahí, se entiende. Pero luego el discurso sigue y se pasea en la olla: “…ya que estas dos especies vivían cerca unos de otros".

El “ya que” es un desastre lógico: no hay relación consecuente y más bien sería lo contrario: si vivían cerca, entonces el que llegaran a encontrarse en algún lugar habría sido menos improbable. Lo que afirma el texto es absurdo (¡y ojalá sea solo por descuido!).

El otro golpe al buen juicio es la falta de concordancia: especie es femenino. Luego dice: “Si ello es verdad…“, pero no se sabe a qué se refiere, para poder inferir algo. ¡En tan pocas líneas tantos errores y en el sitio de una institución normalmente seria!

Así como este podría citar muchos ejemplos de textos que destrozan el razonamiento y las normas naturales que no solo le dan unidad a la lengua, sino que facilitan el acto de comunicarse. Todo el tiempo encuentro ejemplos malogrados en sitios como la BBC, NG, CNN y en la prensa costarricense.

Muchos anuncios oficiales de entidades públicas y privadas sufren la misma debilidad. En internet los desastres lingüísticos son legión.

Para ejemplificar mejor lo dicho, citaré enseguida varios ejemplos con errores de concordancia y puntuación: “Tras el violento impacto que cobra la vida de inmediato de la pareja los cuales quedaron…“. ”La propia pareja parece encontrarse cómodos". “Personal de fuerza pública se quedaron en custodia". “Personal policial de Escazú confirmaron…“.

Tal parece que, en la redacción periodística, los errores de concordancia son tendencia, como dicen hoy en sustitución del viejo dicho: “está de moda". A todo eso hay que agregar la puntuación disparatada y las limitaciones de vocabulario, y cierta falsa elegancia, como decir “brindar un presente”; y giros extravagantes: “se presentó un accidente" en vez de ocurrió.

O algo peor: “se presentó un desprendimiento de pierna". Otros ejemplos de este gabinete de alimañas lingüísticas: “Yo de niño comíamos". “Puede causar cierta afectación", en vez de “puede afectar”. “La propia pareja parece encontrarse cómodos". “Esos 25 minutos de receso impidió conocer…“. ”Las agrupaciones más mencionados fue". “La guirnalda de violetas de su cuello son un símbolo de fidelidad…“. ”Cual es su nombre esta en Puriscal". Y no hablo de los frankenstein lingüísticos que mezclan español e inglés al estilo de la frase “las 100 top películas", “la top película de hoy", “estoy full ocupado" y “estoy full”.

Y, con gran rasquiña en el alma, sigo: “Cuando la bicicleta hecho en…“. ”Parte de ella fueron filmadas…“.

Si se pudiera encontrar un pastel para ponerle la cereza, propongo este: “Su sabor es fuerte porque ayuda a desintoxicar el cuerpo”. O tal vez sea este otro: “Si se lo bucea unos 10 metros profundo encuentra full oscuridad". O si no este: “El mosaico romano más grande jamás encontrado tardaron 55 siglos en ser completado".

Hace un año fui jurado en dos concursos literarios. En los dos, la mayoría de los manuscritos brillaba por los descuidos de redacción y, más aún, en la forma inesperada de puntuar. Incluso autores que aspiran a hacerse escritores sufren este casi universal descuido de las normas de redacción. Sin cumplirlas, el pensamiento no se transmite con claridad, ni se teje un texto que estimule el placer de leer. Es como la democracia: si no cumplimos las leyes, la destruimos.

La internet es un logro fascinante de la ingeniería, aporta instrumentos cada vez más insospechados a la circulación del saber y a los archivos informativos, pero hay que masticarla con cuidado: uno de los peligros, aparte de agredir la vida privada, es que facilita la difusión de mentiras, da libre curso al plagio y destroza la lengua como instrumento de comunicación creado por el siempre renqueante homo sapiens.

Uno de los factores radica en las pequeñas bestias lingüísticas regadas aquí y allá, dentro de las cuales brillan las desesperantes traducciones automáticas que producen aberraciones y que, sin embargo, tienden a imponerse como modelos, pues se las lee sin temple crítico. Al contrario de eso, el esfuerzo por redactar con claridad favorece el raciocinio, la imaginación y el placer de la palabra.

La lengua es viva, creativa, espontánea, pero hay reglas que la preservan y garantizan el mutuo entendimiento. ¿Contradictorio? Sí. Pero no importa. No importa, mientras el uso más o menos espontáneo y creativo de la lengua no se convierta en la fiesta de Lucifer a la que todos vamos llegando por descuido.

rafaelangel.herra@gmail.com

Rafael Ángel Herra es filósofo.