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Luis Argüello: «Ni el Estado ni el mercado pueden salvarnos»

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Más que una intervención al uso para abrir una Asamblea Plenaria con un repaso a la actualidad más inmediata, el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, compartió este lunes un ensayo que buscaba diagnosticar las coordenadas sociopolíticas y económicas españolas para plantear cómo la Iglesia puede ofrecer una «alianza social para la esperanza». Así se presentó el arzobispo de Valladolid en el que fue su primer discurso en una Plenaria al frente del Episcopado español, que se reúne en Madrid hasta el viernes para abordar, entre otras cuestiones, el aterrizaje del Sínodo de la Sinodalidad, la reforma de los seminarios y la lucha antiabusos.

El también arzobispo de Valladolid envió no pocos recados a los poderes públicos. La tragedia de la riada fue el punto de partida para denunciar cómo ha emergido «la rapiña y el populismo de la antipolítica». Pero, lejos de quedarse en la confrontación provocada por el suceso, alertó de que «ni el Estado ni el mercado pueden salvarnos». Es más, dejó caer que los ciudadanos se han visto «reducidos a consumidores y votantes». «Mercado y Estado nos proponen una salvación, ¡el progreso!, que no basta», comentó justo después, desde el convencimiento de que «necesitan del don para regenerarse y abandonar toda pretensión mesiánica». El presidente del Episcopado denunció «deficiencias del ejercicio democrático, falta de respeto al principio de legalidad y supresión de facto de la separación de poderes». Como alternativa, Argüello abogó por alimentar la fraternidad para «dar la vuelta a la tortilla de una cultura que favorece el individualismo del ‘derecho a tener derechos’ y la desvinculación».

El tirón de orejas de Argüello tuvo destinatarios a un lado y al otro del arco parlamentario. Por un lado, el presidente de los obispos arremetió contra «los partidos autodenominados progresistas, críticos del sistema económico dominante» que, para él, promueven y defienden «antropologías radicalmente insolidarias en el campo de la vida». Justo después, criticó a los partidos que «se resisten a ser denominados conservadores y que, aun con la boca pequeña algunos, dicen defender vida, familia y subjetividad de la sociedad, promueven y defienden un sistema económico y una manera de ejercer la política que promueve la misma práctica antropológica que sus adversarios. El arzobispo no dudó en admitir que «a los españoles nos cuesta reconciliarnos con nuestra historia», pero de la misma manera planteó que la actual «lectura ‘democrática’ de la historia es instrumento de polarización» desde un «mantenimiento artificial» de las «dos Españas». A la par, apuntó las «dificultades para armonizar una nación política ‘de nacionalidades y regiones’».

En este contexto de crispación, hizo un llamamiento a «superar el populismo y la polarización» ofreciendo la mano tendida de la Iglesia. Todas estas reflexiones no las vertió desde un análisis abstracto, sino sustentado en una radiografía con datos en manos sobre el invierno demográfico, el fenómeno migratorio, la precariedad laboral y las dificultades para acceder a una vivienda. Si en un momento de su alocución alertó de que «España es el farolillo rojo en políticas familiares y protección de la natalidad», más adelante alzó la voz contra el «gasto inasumible» de un alquiler o una hipoteca.

El arzobispo ahondó en la presencia «controvertida y paradójica» de los migrantes para remarcar que «la actual tierra de nadie es inaceptable» para defender la iniciativa legislativa popular por la regularización extraordinaria que respalda la Iglesia.