Alcaraz, un adiós a la Copa de Maestros entre la tos, el mentol y la frustración
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Se marcha cariacontecido y frustrado Carlos Alcaraz de la Copa de Maestros. Es un paso atrás con respecto al año pasado, cuando alcanzó la semifinal, pero quizá un paso adelante en cuanto a construcción de un mejor jugador. Se ha enfrentado a Casper Ruud (derrota amplia), a Andrey Rublev (triunfo solvente) y a Alexander Zverev (derrota ajustada), y también a un malestar del que sale victorioso, no por haber apaciguado los síntomas, sino haberse demostrado que puede vencer, y al menos pelear al máximo nivel, aun cuando no está todo a su gusto. En los umbrales del dolor, hay para todos los gustos. Sin llegar a los extremos de Rafael Nadal, por ejemplo, todos los tenistas juegan con más o menos molestias, y no todos lo llevan igual. Juan Carlos Ferrero era capaz de poner un pie en la pista estando malherido. Alcaraz, 21 años, es un jugador que debe tener todo muy cerca de la perfección para que le aflore la sonrisa, apuntan desde una fuente cercana al equipo. Le ha ido todo bien hasta ahora, cuatro Grand Slams, una plata olímpica y el número 1 más joven de la historia, y en momentos de desequilibrios, se le nota más que a otros. Los gestos lo delatan, todavía tan transparente en ese sentido, que no le importa exponer este tipo de debilidades, si es que lo son. Ha necesitado Alcaraz que el físico esté perfecto, que la derecha en los entrenamientos acabe donde quiere, que no haya desajustes extradeportivos que puedan contrariarlo. En el equipo lo saben. Pendientes de que esté siempre lo más seguro posible dentro de las inseguridades de este exigente deporte. Esta pasada temporada de tierra fue el antebrazo lo que lo llevó a maltraer. Se ausentó de Montecarlo y Barcelona, entre lágrimas porque quería jugar, y Roma, y no se lo vio cómodo en Madrid. Más allá de las molestias y de la recaída que tuvo, Alcaraz admitió que también estaban presentes los fantasmas. «Aunque no quiera, está rondando en mi cabeza si lo voy a notar en cada golpe de derecha o cuando voy forzado». Lució durante bastantes semanas una malla protectora que le vigilaba la zona física y le ofrecía un respaldo mental. «Mi fisio me dice que me la ponga y me la pongo, no me ha explicado en qué ayuda, confío en él y yo obedezco». Admitida esta circunstancia, fruto de la todavía poca experiencia en situaciones adversas, el murciano afrontó en esta Copa de Maestros otra eventualidad: enfriarse pocos días antes de aterrizar en Turín. No pudo con los mocos, la tos y Ruud en el estreno. Desorientado, apagado y sin chispa, se dejó llevar por la apatía. No era él. O sí. Pero era un Alcaraz pendiente del mentol, del pañuelo y menos del tenis y de su superioridad aun a un nivel más bajo. Le costó entenderlo un par de días. Trabajo de convencimiento, desconexión, descanso, de no apurar esos pulmones a medio gas. Que lo que había que entrenar era el ánimo y no el tenis. Así se plantó ante Rublev, más firme y convencido. «Hay que jugar bien incluso estando enfermo. Es lo que hacen los mejores». Repetía ayer. Y con todo es salió ayer a la pista. Olvidado el enfriamiento, inculcada la confianza, mejorado el rendimiento, apoyado en la tirita en la nariz, por si acaso. Pero no fue suficiente ante este Zverev elevado a la excelencia en el saque, a una media de 220 kilómetros por hora, que además restaba todo, inexpugnable en el fondo, que lo empujaba hacia atrás y lo superaba con pasantes a las líneas. Quizá por haber llegado tan convencido, no obtener el premio de la semifinal destapó la frustración del murciano. «Si solo quiero meterla y la fallo. La quería meter ocho metros dentro del campo y la he lanzado fuera», se desahogaba ante su entrenador, que trataba de tranquilizarlo: «Pero estás cerca, estás cerca». No hubo manera. No fue tan vehemente como en Cincinnati, con esa raqueta rota con tres golpes tan inusual en su comportamiento, pero ahí estaban los pequeños actos de rabia: manos en jarras, voces altas a su palco, ceño fruncido y una raqueta lanzada hacia su bolsa cuando perdió el primer set. «En el 'tie break' hubo puntos que lo podía haber hecho mejor. En el 6-5 no sé qué se me ha pasado para volear esa bola. Decides en menos de un segundo y a veces es la opción correcta y otras algo que no toca. Perder así el set duele. Luego he tenido un 40-0 que he perdido con golpes tontos y se me ha complicado. Algún 30-30 que he jugado mal. Cosas que tengo que aprender», explicaba después. Adiós a la Copa de Maestros entre pañuelos, mentol, enfado y lecciones.