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Irene Vallejo: “Es muy importante reivindicar una lectura crítica, no debemos creer todo lo que contiene un libro"

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Si la memoria no traiciona, desde hace mucho tiempo no veíamos un fenómeno literario y editorial que gozara del contundente favor de los lectores y de entusiastas saludos críticos. La situación se potencia cuando este fenómeno editorial y literario no va sobre un tema de moda o relacionado a la coyuntura, sino sobre el libro, o siendo más específico: sobre la historia del libro antiguo.

La escritora española Irene Vallejo publicó en el 2019, bajo Ediciones Siruela, El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo. Por sus señas nominales, tenía un público objetivo: los amantes del ensayo, los lectores literarios. Este libro tuvo la mejor promoción: la recomendación entre los lectores, ampliando su radiación hacia lectores no necesariamente familiarizados con la morfología cultural del libro. Cinco años después, y siendo parte del catálogo de Penguin Random House desde el 2021, El infinito en un junco es celebrado en todo el imaginario cultural hispanoamericano y ha sido traducido a 32 idiomas. Por donde se vea, este libro de Irene Vallejo está blindado por la legitimidad.

“Cuando empecé a escribir El infinito en un junco, todo el mundo parecía de estar acuerdo en que el libro estaba al borde del abismo. Quizá la humanidad no ha tenido nunca tantas alternativas a la lectura, como tenemos en este momento. Reinaba una atmósfera de gran pesimismo cuando yo decidí escribir El infinito en un junco y lo hice como estudiosa de la lectura. Yo me especialicé en la universidad durante más de una década en el estudio del libro y de la lectura en la antigüedad. Al haberme dedicado a investigar el libro desde sus orígenes en el mundo antiguo hasta la actualidad, pues yo me había dado cuenta de que el libro es un gran superviviente. Muchas veces ha parecido estar en gravísimo peligro por distintos motivos, por la caída de imperios, por saqueos, por catástrofes, y durante épocas en las que los índices de alfabetización eran bajísimos y los libros eran solo el privilegio de unas élites muy favorecidas. La historia del libro tiene momentos de esplendor y luego de retrocesos, persecuciones, censura, hoguera, catástrofes, evoluciones de las bibliotecas y un esfuerzo muy importante de democratización del acceso a los libros y a la lectura. Entonces, contemplando no solo el momento que vivimos, sino una perspectiva mucho más amplia yo me di cuenta de que el libro, habitualmente, sobrevive, aunque siempre se le esté condenando a muerte”, declara Irene Vallejo para La República.

Mientras Irene Vallejo escribía el libro, lo hizo en circunstancias difíciles. Su hijo estaba mal de salud y sentía que era un conjunto de causas perdidas las que defendía, como la filosofía y las humanidades. Pero también estaba convencida de que “sin los libros seríamos olvido. He dicho en algún momento que los libros son nuestra mayor victoria frente al olvido y la destrucción. Todo lo destruye el tiempo y el olvido, sino le colocamos unos diques a esa marea del olvido, y esos diques son esencialmente los libros. Luego a partir de los libros han existido otras tecnologías del almacenamiento de información, por supuesto, pero los libros fueron esa primera barrera, ese primer cortavientos”.

Por lo señalado líneas arriba, El infinito en un junco estaba destinado a un público reducido. En este sentido, ¿en qué yace su llegada a un público mayor? Al respecto, Irene Vallejo precisa que “tiene que ver con haberlo contado como una historia de aventuras. Es la historia del libro, pero para mí es como Las mil y una noches, aunque de libros. Aquí hay historias de personas que inventan, que buscan, que guardan, que copian, que aman, que acarician los libros y sobre todo principalmente es un gran elogio a las personas que se han dedicado a la educación y que por tanto han abierto ese espacio creciente enseñando a los niños generación tras generación y ampliando cada vez más el espectro de personas lectoras. El infinito en un junco es una epopeya, no una epopeya bélica, tampoco una epopeya de conquistas, sino la epopeya del conocimiento y de cómo se ha conseguido que ese conocimiento no solo pase de generación en generación, sino que vaya alcanzando cada vez a más personas, incluso a personas que socialmente no parecían destinadas a tener contacto con la fantasía, la imaginación, el saber”.

Irene Vallejo. Foto: Jorge Fuembuena.

Irene Vallejo realiza una narración risueña y delicada, en esta coordenada una realidad: el libro ante su desaparición. Ante la inquietud, en medio de una sala de reuniones de un hotel de Lima, Irene Vallejo no duda:

“Solo se persigue aquello que se considera peligroso. No se puede decir de los libros simultáneamente que son peligrosos e intrascendentes. El hecho de que todavía hoy, incluso en sistemas democráticos, siga existiendo ese impulso de persecución hacia los libros quiere decir que se considera todavía que los libros tienen una enorme capacidad de influir en las personas. Los libros son símbolo de las dos facetas que existen en la humanidad. Por un lado, la persecución, la censura, la pulsión destructiva, y, por otro lado, el intento de conservar en nuestra memoria los conocimientos y de crear una comunicación cada vez más amplia. En esa tensión encontramos siempre la presencia de los libros, que en el fondo están involucrados en todas nuestras grandes batallas, en general nuestras grandes batallas se fraguan en torno a los libros o la supremacía de unos libros sobre otros”, a lo cual Irene Vallejo subraya lo siguiente:

“Tampoco hay que idealizar los libros por sí mismos. Un libro puede ser depositario y vehículo de ideas agresivas y racistas, los libros son testimonio de nuestros pensamientos, pensamientos que tienen todas las ambigüedades. Es muy importante reivindicar una lectura crítica, no debemos creer todo lo que contiene un libro, ni el hecho de que nos interese leerlo significa que estemos de acuerdo con él. Incluso los libros como Mi lucha contienen una enseñanza: nos enseñan cómo pueden triunfar o sobre qué argumentos se puede construir también la justificación de la barbarie. Es interesante porque si somos conscientes de cómo se hizo, a lo mejor podemos detectarlo más rápidamente cuando la barbarie regresa y tristemente la barbarie parece siempre dispuesta a regresar y reverdecer bajo distintas formas. Pero allí donde se han quemado libros, donde se han destruido, como sucedió en Perú con los quipus, por ejemplo, donde se destruyeron todos los sistemas de escritura alternativos al libro que venía de Europa, hay que condenarlo siempre como una forma de barbarie. La destrucción de libros o de formas de transmisión de conocimiento es siempre un impulso de barbarie”.

La vida real, la del tacto y del respiro, acompaña al libro hasta en los tiempos actuales en los que se intelectualiza su destino. ¿Es tan desalentador el escenario o es que algunos tienen que empezar a salir de sus esferas?

“En el mundo cultural tenemos una fuerte tendencia apocalíptica y constantemente pensamos que todo está desapareciendo, hundiéndose y somos hasta cierto punto catastrofistas. Lo cual tiene su razón de ser porque a la cultura hay que estar constantemente defendiéndola de los muchos peligros que la asedian. Pero yo tengo la sensación de que globalmente estamos viviendo un gran momento del libro. Nunca en la historia había habido tanta población alfabetizada. Tenemos cierta tendencia a pensar, por ejemplo, que los jóvenes ya no leen, pero según las encuestas de hábitos lectores en España, los niños y los jóvenes son los que más tiempo dedican cada semana a leer. De alguna manera, recuperan la antigua oralidad. Primero, leen en privado los libros, pero luego se congregan en torno a un libro para hablar sobre él y para recuperar la oralidad, que yo creo que es también una de las grandes reivindicaciones de El infinito en un junco. La oralidad es muy valiosa y continúa en la actualidad”.

La oralidad: compartir lecturas y discutirlas. El rumor sobre un libro que te gusta o no. De eso se trata.