Trump y el bajón progresista: la izquierda globalista vive en una inmensa zona VIP
En «Todos dicen I love you» (1996), la tronchante comedia musical de Woody Allen, hay un chiste que puede servir para comprender la irritación que ha supuesto la victoria de Donald Trump en las últimas elecciones presidenciales. Alan Alda interpreta a un rico progresista de Nueva York, con un enorme piso en Park Avenue, que descubre que su hijo adolescente se ha vuelto de derechas. Se pasan la película discutiendo de política, Alda considera incluso desheredarlo, pero al final de la historia el chico sufre un colapso y termina ingresado en un hospital. El médico da entonces un diagnóstico revelador: el joven es víctima de un coágulo que impedía que la sangre le llegase al cerebro. Solucionado el problema, vuelve a ser progresista y la familia recobra la armonía. Hablamos de una trama delirante que refleja lo que piensan muchos izquierdistas: el trumpismo solo puede ser una patología política de corto recorrido, causada por alguna disfunción sociocultural.
Los resultados del pasado martes revelan a un líder más fuerte que nunca, acompañado además del excelente relevo del vicepresidente J.D. Vance, listo para presentarse en 2028. Hay coágulo para rato. Por supuesto, el progresismo cultural ha entrado en fase de negación y pánico. La artista urbana Cardi B, que participó en mítines de Kamala Harris, dejó en redes un mensaje simple y rotundo contra los votantes de Trump: «Los odio mucho». Billie Eilish, una de las mayores superventas pop del siglo XXI, considera que el resultado electoral desatará «una guerra contra las mujeres». El maestro del terror Stephen King se puso más poético: «Hay un cartel que se puede ver en muchas tiendas donde venden artículos frágiles: ‘‘Hermoso a la mirada, delicioso a la mano, pero una vez lo rompemos entonces se vende’’. Se puede decir lo mismo de la democracia», escribió en las redes sociales, dando a entender que los estadounidenses no saben tratar con el debido cuidado a su sistema político.
Muchas estrellas han hecho un triste descubrimiento esta semana: la democracia implica aceptar resultados electorales con los que no estás de acuerdo. Es uno de los pocos campos de la vida donde un millonario no puede hacer su santa voluntad. Hace al menos un lustro que Miley Cyrus mantiene la relación más áspera con Trump: un día anuncia que si gana va a marcharse de Estados Unidos, otro promete quedarse para proteger a grupos que cree perjudicados: «¿Voy a sentirme orgullosa de mí misma si salgo corriendo y dejo a todos aquí vivir bajo un idiota racista, sexista y odioso? No puedes dejar a todos defendiéndose solos», escribía en redes en 2019. Todo un complejo de superwoman, que recrudeció las hostilidades en la presente campaña. La actriz Sharon Stone, que llegó a la cima de su popularidad con «Instinto básico» (92) y «Casino» (95), anunció este verano que había comprado una casa en Italia para mudarse si el líder republicano resultaba vencedor. La popular América Ferrera, protagonista del culebrón Betty, la fea informó al «Daily Mail» de que se trasladaría al Reino Unido si triunfaba el trumpismo. Algo parecido ocurrió con otras celebridades como Cher, Samuel L. Jackson, Whoopi Goldberg, Lena Dunham y Amy Schumer. Como es natural, al proclamarse el resultado de las elecciones las bases trumpistas se burlaron proponiendo que se despejase el espacio aéreo estadounidense durante 24 horas para que pudiesen circular todos esos jets privados.
Un caso especial es el del mítico rockero Bruce Springsteen, todo un símbolo nacional, que lleva al menos dos décadas volcado en todas las campañas del Partido Demócrata, desde el desastroso intento de John Kerry en 2004. Springsteen también prometió abandonar el país si ganaba Trump, pero luego aclaró que se trataba de una broma. Lo curioso es que The Boss (el jefe) es un millonario militante de los Demócratas pero casi todos los personajes de sus canciones son de clase trabajadora, con el perfil típico de los votantes que han llevado a Trump a la Casa Blanca. Lo mismo podemos decir de la mayoría de la gente corriente que aparece en las novelas de Stephen King. No es tan raro que un artista, al triunfar a lo grande, termine desconectado del ambiente social donde ha crecido y se ha forjado su carácter.
La gran esperanza progresista de estas elecciones ha sido que las mujeres impedirían el triunfo de Donald Trump. La superventas pop Taylor Swift consiguió convertir en debate de campaña un comentario jocoso hecho en 2021 por el candidato a vicepresidente J.D. Vance: dijo en Fox News algo tan inocente como que las ·señoras sin hijos y con gatos» dominaban el Partido Demócrata. Se refería a líderes progresistas como Kamala Harris y Alexandria Ocasio-Cortez, pero también a hombres como Pete Buttigieg, que no tienen familia y por tanto están más alejados de las preocupaciones cotidianas de millones de estadounidenses. Por otro lado, el oscarizado director de documentales Michael Moore predijo en tono eufórico que «un tsunami de mujeres» frenaría la llegada de Trump a la Casa Blanca, para esquivar sus políticas contrarias al aborto y al resto de la agenda feminista. Dos días después de conocerse el resultado, Moore seguía desaparecido de las redes, evitando explicar su pronóstico fallido. La realidad es que las mujeres nunca han votado en bloque y –como se ha confirmado en las urnas– unos cuantos millones entre ellas defienden posiciones conservadoras, profamilia y antiaborto. A la izquierda occidental le cuesta concebir que alguien no compre su argumentario y procesan el rechazo alegando que «votan contra sus propios intereses», que es como decir que votan como imbéciles.
¿Cómo se explica este tremendo divorcio entre las élites culturales progresistas y el pueblo llano? La realidad es que la mayoría de las estrellas del espectáculo viven en Los Ángeles y Nueva York, capitales con estilos de vida distintos al resto del país. Lo mismo ocurre con la Prensa, que de manera inexplicable daba a Kamala como ganadora horas antes de los resultados oficiales. En diciembre de 2023, una encuesta de «ABC News» y «The Washington Times» desveló que en la última década se había desplomado el número de periodistas profesionales que se declaraban republicanos, mientras se había disparado el de los demócratas. Los republicanos eran solo el 18% en 2002, porcentaje que bajó al 7.1% en 2013 y a un raquítico 3.4% in 2022. Además hay que recordar que no todos los republicanos son trumpistas.
Mejor opción
La mayor mentira de estas elecciones es que en Estados Unidos hay 72 millones de racistas, fascistas y homófobos. Los votantes de Trump son solo personas que no compran la agenda progresista como la mejor opción para organizar la vida del país. La desconexión de las élites con la plebe se comprende de manera cristalina viendo un sketch del noviembre de 2016 del legendario programa de humor «Saturday Night Live». Comienza con imágenes apocalípticas del primer triunfo de Donald Trump, que son la introducción de un publirreportaje inmobiliario para vender «La Burbuja», una ciudad en miniatura donde los progresistas pueden refugiarse cuatro años hasta que el Partido Demócrata regrese a la Casa Blanca. El metraje muestra la vida cotidiana de sus calles, donde sólo se sintonizan canales de izquierda, toda la comida de los supermercados es ecológica y se paga con dólares con la cara del marxista Bernie Sanders. Nadie discute en los bares porque están de acuerdo en todo y el único pequeño inconveniente es que el apartamento más barato –de una sola habitación– cuesta 1,2 millones de dólares. El chiste final es que «La Burbuja» es un simple un cristal para proteger Brooklyn, que es el barrio pijiprogre de Nueva York, equivalente a nuestra Malasaña pero con los precios multiplicados por cuatro. El triunfo de Trump, lejos de ser un coágulo transitorio, confirma que la izquierda globalista vive en una inmensa zona VIP mientras el resto del mundo lidia con problemas reales.