Trump y la ola que ya está aquí
El fanatismo atiza y se alimenta del malestar entre las clases populares y haría bien la izquierda en no confundir las grandes cifras macroeconómicas, por más positivas que sean, con los sueldos que no dan para un alquiler
Persecución interna, aranceles o inmigración: qué se puede esperar en EEUU y el mundo con la victoria de Trump
Un multimillonario corrupto, racista y machista se ha convertido en el candidato preferido de una parte importante de la clase trabajadora en Estados Unidos. ¿Por qué? Ahí va una pista: más de la mitad de los estadounidenses cree que su situación económica es peor que hace cuatro años y eso se traduce en un mayor pesimismo respecto a su futuro y el del país. El bolsillo y la bandera.
Trump se pasó la campaña culpando de la inflación a los demócratas. La ley de Reducción de la Inflación aprobada por Biden no ha servido para frenar el malestar. Súmenle los discursos racistas repletos de mentiras, los mensajes machistas (considera a las mujeres “objetos estéticamente agradables”) y el negacionismo climático y obtendrán la respuesta completa a un enfado que se ha traducido en votos.
El fanatismo gana espacio frente a la tolerancia, el respeto y la diversidad. O a lo mejor simplemente lo que estamos viendo es cómo la maldad logra imponerse cada vez más a la bondad. No busquen un carácter moralizante en esta consideración porque no va de eso.
Tampoco hay que confundir a los fanáticos con aquellos que con razón levantan la voz contra situaciones que llevarían al límite a cualquiera. Hemos normalizado la categoría de ‘trabajadores pobres’, en EUA y aquí. Si la izquierda sigue confundiendo las grandes cifras macroeconómicas, por positivas que sean (que lo son), con los salarios que no dan para un alquiler (y no solo en el caso de los jóvenes) más pronto que tarde se estará preguntando también qué ha pasado.
Los fanáticos se alimentan de esa desazón y crecen en el caos. Son aquellos que aprovechándose de lo que Amos Oz definió como “la infantilización del género humano” intentan imponer su visión totalitaria a través de falsedades que van desde la negación del cambio climático a tergiversar declaraciones o manipular imágenes. Las mentiras de siempre, pero propagadas más rápidamente y con altavoces en programas de televisión como ‘La nave del misterio’, que con audiencias más que considerables igual alimenta las conspiraciones de los antivacunas que las de los negacionistas del Holocausto o ahora difunde bulos sobre la tragedia de València.
La extrema derecha tiene a su servicio tiene muchos instrumentos para esparcir sus engaños y fomentar la tensión. Dispone también de canales de Youtube, Telegram, X o columnas de toda la vida en la prensa. No es que Descartes tuviese siempre razón. Pero un poco sí cuando teorizó que el hombre no sabía distinguir la verdad de la falsedad porque le faltaba “juicio y conocimiento”. Algo de eso hay cuando en nombre de la política se abre camino la antipolítica.
Porque la política son todos esos alcaldes y concejales valencianos que se están dejando la piel estos días mientras lloran con sus vecinos y no se dedican a buscar broncas partidistas porque bastante tienen. No, no ‘todos son iguales’. Los hay incompetentes y otros que no. Los hay corruptos y otros que no. Los hay que defienden la sanidad y la educación públicas como instrumento para luchar contra la desigualdad y otros a los que les da igual porque no es algo que les preocupe ni les afecte. Los hay que luchan contra el fraude fiscal (y más que deberían hacerlo) y los hay que prefieren amnistiar a los defraudadores. Es algo que molesta a los que están acostumbrados a que su dinero lo pueda todo y encantados con las campañas para desacreditar a este gobierno porque su propósito es que caiga cuanto antes.
Por lo tanto, no todos son iguales. Ahora bien, todos deberían pensar en qué se están equivocando cuando, según las encuestas, cada vez más ciudadanos ven en la política una fuente de problemas siendo en realidad el instrumento que debe darles las soluciones. Y no hay otro, por imperfecto que pueda llegar a ser. La política, pese a los aprovechados, fue la que nos salvó de la pandemia. Atizar la desconfianza en la democracia solo es oxígeno para los que, incluso desde dentro, la van minando en nombre de la seguridad o la libertad. Orbán y Meloni son solo dos de los ejemplos cercanos a la espera de ver qué pasa en las presidenciales francesas de 2027. De momento, la victoria de Trump debilita la seguridad de Europa y refuerza a sus aliados de la extrema derecha.
Así que la reacción frente a la ola totalitaria que ya está aquí pasa por más y mejor política. Por las inversiones en los barrios y por decisiones valientes en los despachos, puesto que se han de tomar medidas que incomodarán al poder económico. De entrada, como ha evidenciado la tragedia de València, toca revisar proyectos urbanísticos u otros tan cuestionables como la ampliación del Aeropuerto de El Prat. Más ciencia y menos cemento.
Se necesita también que los partidos asuman que no todo el mundo puede ser político. Para gestionar no basta con tener carnet ni dedicarse a premiar la obediencia ciega a unas siglas o unos dirigentes. Tampoco pasa por rodearse de gurús de la comunicación que parecen conocerlo todo cuando saben lo mismo que el resto y en realidad lo que hacen es venderse mejor que nadie. Para ser político habría que requerir una mínima formación, responsabilidad y vocación de servicio público. Todo lo que le ha faltado a Mazón.