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¿Harris o Trump?

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Escribí esta columna 24 horas antes de que los estadounidenses que aún no habían votado en la elección presidencial -más de 70 millones lo hicieron de manera anticipada a la apertura de casillas, el equivalente a la mitad del total de electores en los comicios de 2020, un nuevo récord- acudieran a las urnas el martes, con una contienda que estaba para todo efecto empatada y con una serie de dudas torales mirándonos fijamente a la cara. En lo que se perfila como una elección de género, ¿votarían en suficientes números las mujeres como para darle la victoria a la vicepresidenta Kamala Harris? ¿En qué dirección se decantarían en las horas previas a la jornada electoral los pocos votantes indecisos -menos del 5 por ciento del total del electorado, o el equivalente al aforo del Estadio Azteca- que quedaban? ¿Arañaría Trump suficientes votos de hombres jóvenes hispanos y negros para que junto con el sufragio de hombres blancos sin grado universitario, logre llevarse el triunfo en el Colegio Electoral? ¿Lograría la campaña de Harris reconstruir una coalición de centro para retener el llamado ‘muro azul’ conformado por Pensilvania, Wisconsin y Michigan y con esos tres estados llegar a la Casa Blanca, y sobre todo, si para ello la apuesta por Tim Walz como compañero de fórmula de Harris fue la acertada? ¿Qué pasará si Harris gana y Trump, como todo indicaba, desconoce el resultado? Para la hora que ustedes lean hoy estas líneas es posible que ya tengamos respuestas a algunas de estas preguntas. Pero hay una que ha estado borboteando en la superficie en México desde hace tiempo y para la cual sí que ha existido una respuesta palmaria e incuestionable: ¿quién le conviene a México y a los mexicanos -de ambos lados de la frontera- que gane?

Mas allá de mis preferencias partidistas e ideológicas y mis preocupaciones por la salud democrática de Estados Unidos y lo que implica para el mundo, no tengo la menor duda de que si amanecemos hoy con un triunfo de Harris -o las tendencias en conteos aún en curso en estados muy competitivos le favorecen- México podrá respirar más tranquilo. Ha existido un mito urbano a lo largo de la contienda presidencial estadounidense en el sentido de que un triunfo de Trump ayudaría a contener a la llamada 4T y que serviría de contrapeso a las políticas más gravosas del gobierno mexicano. Y en paralelo, han persistido aseveraciones como las que sugieren que “perro que ladra no muerde” (por eso de que el andamiaje comercial norteamericano sobrevivió la primera vez a las amenazas trumpianas de reventarlo) o que sus cuatro años en el poder “no fueron tan malos”. Déjenme desarbolar estas percepciones erradas.

Hay temas, presiones y frentes abiertos que no variarán y no se disiparán indistintamente de quién haya ganado anoche -o vaya a ganar en las horas y días subsecuentes. De entrada, el fentanilo, la migración, un creciente proteccionismo anclado en políticas industriales y un proceso de revisión del T-MEC en 2026 nublado por la sombra china, dominarán la agenda bilateral con EU, esté Harris o Trump sentado en la Oficina Oval. No obstante, esos temas y otros que son más estructurales de la relación bilateral adquieren una trayectoria radicalmente distinta con uno u otro escenario.

De entrada, Trump ha amenazado con recurrir al uso unilateral de la fuerza para confrontar trasiego y producción de fentanilo desde territorio mexicano. ¿Qué es fanfarroneo electorero? Sin duda. ¿Que no va a enviar fuerzas especiales a suelo mexicano? Cierto. Pero pensar que eso reduce la tentación a recurrir a algún tipo de acción simbólica o ejemplar como usar un dron desde espacio aéreo estadounidense para lanzar un misil a un laboratorio que produce fentanilo del lado mexicano, y que esa acción violatoria del derecho internacional no va a descarrilar toda la relación bilateral es, bajita la mano, pecar de ingenuidad. En materia migratoria, Trump ha amenazado con deportar al lado mexicano de la frontera a los 11 millones de indocumentados en EU, de los cuales -no sobra remacharlo- 5 millones son mexicanos ¿Que si las cortes, el Congreso, los estados agroexportadores (mayoritariamente bastiones Republicanos) o la realidad del costo financiero, económico y social de una deportación masiva lo frenarían? Indiscutiblemente. Pero eso tampoco cancela lo que sí veremos: deportaciones de golpe de efecto de decenas de miles de migrantes de todos los países del mundo en los primeros meses de su gestión, provocando terror y dislocación en comunidades diáspora mexicanas en EU y una crisis social, económica y de seguridad pública en los municipios y estados fronterizos mexicanos, de paso detonando otra confrontación diplomática. Y su tercer amenaza, la aplicación de aranceles del 10 por ciento a todas las importaciones estadounidenses y de 200 por ciento a los automóviles y autopartes chinas procedentes de México (en momentos en los que somos el primer socio comercial y primer exportador a EU), así como su intención declarada de pasar por alto la revisión e ir directo a una renegociación del T-MEC, abrirían de nuevo el espectro de una guerra comercial como resultado de medidas espejo que México y Canadá -y otros socios comerciales de EU- se verían obligados a aplicar y de la incertidumbre y volatilidad en el tipo de cambio y en los mercados financieros internacionales para nuestro país ¿Que Harris, más allá de la creciente presión respecto a China, también encarna riesgos para el tratado? Sí, pero ella solo ha subrayado la intención de usar el proceso de revisión para verificar que las obligaciones laborales y ambientales se están cumpliendo. Y no, su voto en contra de la ratificación del T-MEC en 2020 fue táctico -no sustantivo- ya que una vez que los demócratas habían alcanzado el número necesario de votos para aprobarlo en el Senado, dieron a senadores que enfrentaban vulnerabilidades políticas en sus estados (en el caso de Harris y California, de grupos de presión ambientalistas) libertad para votar de tal manera que pudieran atajarlas ¿Que dependen demasiado de nosotros por la integración de cadenas de valor? Es un hecho. Pero con paradigmas industriales de reinversión, relocalización a EU y minimización de riesgo en cadenas esenciales campeando al interior de ambos partidos, el escenario -e incentivos y cortafuegos- ya no es el que había en 2016 cuando Trump forzó la renegociación del TLCAN. A tal grado pesan estos factores que México es el país que encabeza el índice de riesgo (precisamente por la combinación de posturas en materia comercial, de seguridad e inmigración) elaborado por The Economist Intelligence Unit ante una potencial reelección de Trump.

Si a estos tres temas añadimos que Trump no enfrentará el corralito de adultos en la habitación, es decir, los funcionarios e integrantes del gabinete que lo constriñeron la primera vez en el poder, que volvería a contaminar temáticamente la agenda buscando palanquear temas distintos para elevar la presión a México (como ya lo hizo en marzo de 2019 vinculando comercio -vía aranceles punitivos- con la migración y como lo hizo de nueva cuenta este lunes mencionando por nombre y apellido a la presidenta Sheinbaum) y que como un hombre profundamente misógino, la relación con una mandataria mexicana sería escabrosa, por decir lo menos, el escenario Trump 2.0 es de muy alto riesgo. Y no nos equivoquemos; Trump no acotará ni presionará al gobierno mexicano -como tampoco lo hizo en su momento con López Obrador- más allá de los temas que le interesan: la frontera vinculada con la migración y el crimen organizado, y la reindustrialización estadounidense en el sector automotriz y la huella manufacturera china en nuestro país. Los temas de política interna y de la resiliencia democrática de nuestro país le importan un bledo y no moverá un dedo para defenderla.

Como si esto no fuera suficientemente complicado, las señales poco alentadoras en el arranque de la gestión del actual gobierno mexicano con EU y el hecho de que son precisamente las flaquezas y errores de una serie de políticas públicas internas mexicanas las que le abren al país flancos de presión y vulnerabilidad en la relación con nuestro principal socio diplomático y comercial hacen del cuadro uno de enorme inestabilidad. Con una relación esencialmente asimétrica, un triunfo de Harris no garantiza que la relación esté exenta de tensiones y momentos complicados y que el camino hacia la revisión del T-MEC en 2026 no tenga topes. Pero el retorno de Trump haría que esa ruta parezca en comparación una autobahn alemana, conduciendo a la relación hacia un camino minado, tan peligroso y sinuoso como el de las Cumbres de Maltrata. Hoy quizá sabremos ya qué esperar los próximos cuatro años.