Joe Biden, un «pato cojo» en la sombra y sin poder
Todavía no se ha develado qué pasaba exactamente por la cabeza de Joe Biden cuando decidió dar un paso a un lado como candidato del Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos el pasado 21 de julio. El mandatario estaba en su casa de descanso junto a su familia reflexionando sobre las crecientes presiones de su propio círculo político para que abandonase la carrera presidencial.
En un discurso los días posteriores a ese retiro y tras respaldar la nominación de su vicepresidenta Kamala Harris como sucesora, Biden dijo que además de «poner al país primero», había pensado en su propio legado.
No es extraño que un hombre que ha trabajado en la política durante más de cincuenta años piense en cómo será recordado. De hecho, fue aquella la razón que influyentes figuras demócratas como la expresidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi y el expresidente Barack Obama le dieron para presionar su salida de la contienda. De haber sido elegido, Biden habría acabado un segundo mandato a los 86 años.
Durante las últimas semanas de la campaña electoral, lo vimos reducido a las sombras, con rumores de que su propia alumna, Kamala Harris, no quería que fuera parte de los eventos. De hecho, una mínima participación durante un podcast le dio a Trump el eslogan político de «no somos basura», tras un desatinado comentario del mandatario sobre los seguidores del republicano.
Muchos creen que será de esta manera como espere el cierre de este ciclo presidencial, resguardado mientras llega el momento –el próximo 20 de enero– de pasar la antorcha a Trump o Harris.
Joe Biden es un político que esperó pacientemente por más de treinta años su turno para ser presidente de Estados Unidos. Lo intentó tres veces hasta lograrlo, bajo la promesa de servir un Gobierno de transición a la agitada era Trump y el coronavirus.
Como mandatario, fue ese su primer gran desafío. Las variantes del virus y la resistencia a las vacunas durante la era Trump llevaron a más de 700.000 muertes durante su mandato. A solo dos meses de asumir, lanzó un paquete de ayuda pandémica de 1,9 billones de dólares, creando una serie de nuevos programas que redujeron temporalmente la pobreza infantil a la mitad, detuvieron los desalojos y contribuyeron a la creación de 15.7 millones de empleos.
Pero la inflación, su gran talón de Aquiles, comenzó a aumentar poco después, haciendo que el índice de aprobación del mandatario cayera del 61% al 39% en junio de ese año. Jamás pudo recobrar una aprobación superior al 50% a medida que el país se polarizaba. Biden siguió con una serie de acciones ejecutivas para desatascar las cadenas de suministro globales y un paquete de infraestructura bipartidista de un billón de dólares que no solo reemplazó la infraestructura envejecida, sino que mejoró el acceso a internet y preparó a las comunidades para soportar el cambio climático.
Su Administración también se apresuró en la tarea de impulsar la producción de chips y semiconductores, en un esfuerzo por garantizar la seguridad nacional. Pero quizá su reina de la corona es la Ley de Reducción de la Inflación, que proporcionó incentivos para alejarse de los combustibles fósiles y logró rebajar los precios de varios medicamentos.
La paradoja de la presidencia Biden es que para más de la mitad del estadounidense promedio todas estas victorias legislativas que sucedieron de manera bipartidista en momentos de alta polarización, no se supieron comunicar efectivamente. El fantasma de los meses de alta inflación lo persiguió hasta el final de su mandato.
Los altos números de inmigrantes irregulares entrando por la frontera con México durante los primeros tres años de su Gobierno también fueron objeto de críticas, y aunque en los últimos meses la coordinación con países latinoamericanos ha logrado reducir los cruces ilegales, el tema sigue siendo carne de cañón electoral para los republicanos que abogan por «fronteras seguras».
Mano dura con China
Su primer gran desafío internacional fue la caótica retirada de las tropas estadounidenses en Afganistán, que resultó en la muerte de trece miembros del Ejército.
El mal manejo de esa operación fue ampliamente criticado tanto dentro como fuera de Estados Unidos. Biden también buscó competir más agresivamente con China, dando reorganizando a sus aliados en el Indo-Pacífico y marcando líneas rojas sobre el futuro de Taiwán.
Pero su logró más importante en política exterior es la seguridad devuelta a los socios europeos sobre la fortaleza de la OTAN, la alianza militar más importante del mundo. Desde que Rusia invadió Ucrania en 2022, el mandatario se puso a la tarea de armas una coalición de apoyo que garantizara la permanencia de la defensa de Kyiv, al tiempo que evita un conflicto directo con Vladimir Putin.
De hecho, una de las preocupaciones más significativas para el Gobierno de Volodimir Zelenski es qué va a pasar con Ucrania en una segunda presidencia Trump. No menos relevante ha sido para Biden el manejo del conflicto entre Israel y el grupo terrorista Hamás. El ataque terrorista a territorio israelí el 7 de octubre de 2023 provocó una guerra que mostró divisiones dentro del Partido Demócrata sobre si Estados Unidos debería continuar apoyando al Gobierno de Benjamin Netanyahu (con quien Biden ya tenía diferencias), mientras decenas de miles de palestinos morían en meses de contraataques.
En general, el balance es mixto, pero los analistas creen que el
hecho de que Biden haya decidido buscar puntos de acuerdo con
sus adversarios en lugar de enfocarse en las diferencias, le dará un lugar más amable en los libros de historia.