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Ноябрь
2024

NOVIEMBRE de todos los años (II)

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Por fin Noviembre, volviendo imperturbable a su cita anual.

La iglesia de su pueblo era un pequeño templo románico. No cabía un alma dentro. Ni casi fuera, en el cementerio que parecía abrazarse a él.  Feligreses o no, todos se saludaban con deferencia y hasta con cariño, aunque no fuesen familia. Se afanaban en adecentar los nichos y poner flores. Esta vez eran de verdad. Si acaso hablaban, lo  hacían quedo. No para evitar alterar el sueño de los allí censados, sino por respeto al silencio de los demás. Tras el ritual, algunos permanecían delante de los suyos durante un rato. Los más, callados. Muchos, seguramente, elevarían un padrenuestro no olvidado y, quizás, un avemaría.

A Julián, la expresión de aquellos gestos se le antojó muy parecida a la que había observado antes, allí mismo, a sus padres. Este año había sentido necesidad de ir, y se alegró de haberlo hecho.

Hacía fresco. Lucía un día precioso, bajo un cielo azul totalmente despejado en el que, al conjuro de la luz del sol, resaltaban vivas las diferentes tonalidades de los verdes gallegos. Algunas de las hojas de robles y castaños ya ofrecían los cálidos destellos dorados que auguraban su pronta caída.

Se desprendía una agradable sensación de paz.

Julián se ahorró el dilema de si entrar o no en el templo, porque estaba hasta el campanario de gente. Así que se quedó fuera, apoyado en el muro sur. Podía oír perfectamente lo que se decía, y lo que escuchó no se lo esperaba. Le impactó de tal manera que no lo olvidaría jamás.

Estando fuera le llegaban con sordina las palabras emitidas tras el muro. Él no hacía ningún esfuerzo especial por atender, aunque tampoco por silenciarlas. Algunas expresiones le sonaron conocidas, por lo que supuso que no se había distraído completamente. Tenía poco más que el nivel de conciencia de quien oye llover y se da cuenta. De vez en cuando, la modulación de la voz del oficiante despertaba en él un mayor interés.

De pronto, el sobresalto. De un brinco se vio inesperadamente incorporado, separado del muro como por una fuerza de repulsión, y obligado a abandonar al instante su actitud dejada. Ni el golpe del badajo sobre una Berenguela, que hubiesen situado a  justo detrás de él, le habría producido mayor efecto.

¡Cómo no se iba a sorprender, y hasta conmocionarse!, si lo que escuchó esta vez no venía del templo, sino de dentro. Si, eso, de dentro de sí mismo, del santuario de su interior.

Le pareció que alguna combinación de las palabras que habían traspasado aquel muro y sus espaldas, hubieran acertado con la clave, con el santo y seña que abre el portón y permite franquear el acceso a lo más valioso y reservado del ser.

Pudo percibir con total nitidez el eco reforzado de aquellas palabras, pero -esta vez- iban dirigidas directamente a él.

Pasado el momento de desconcierto, preguntó.

Y escuchó.