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Manuel Fraga, a ojos de un «millennial»

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Cierto es, que los que nacimos en la década de los noventa, los llamados «millennials», de[[LINK:TAG|||tag|||63361754ecd56e3616932287||| Manuel Fraga Iribarne ]]sólo conocimos el «tardofraguismo»: una época en la que a decir de Manuel Jabois hablaba ya «un fragués estupendo: no se le entendía una palabra» y durante sus alocuciones «practicaba el modelo microsiesta, que fundaron él y [[LINK:TAG|||tag|||633616fdecd56e3616932174|||Pujol]]». Más allá del chiste anecdótico cabe abundar en una de las afirmaciones que hace Jorge Vilches en la magnífica entrevista que sucede a esta página al escritor Jesús Trillo por la biografía «intelectual» del político gallego: «las nuevas generaciones no saben quién fue Manuel Fraga».

Y, entonces, me pregunto qué sabemos los de mi generación sobre este hombre, qué ha quedado de él, cómo lo vemos –si es que acaso sea una figura que aún contemplamos–.

Por supuesto, pensar en Manuel Fraga es visualizarlo automáticamente saliendo del mar en Palomares –con los calzones por la sobaquera– tras darse un chapuzón radioactivo junto al entonces embajador de los Estados Unidos en España. Sobre este episodio que se desarrolla en torno a aquella estampa simbólica se estrenó hace tres años una magnífica serie documental en Movistar titulada «Palomares: días de playa y plutonio».

Y por seguir con los documentales, hay otro –también muy recomendable– que se llama «Fraga y Fidel sin embargo», disponible en Filmin, donde se cuenta la relación entre [[LINK:TAG|||tag|||6336120d5c059a26e23f74da|||Fidel Castro ]]y Manuel Fraga, dos políticos ideológicamente antagónicos que, sin embargo y contra todo pronóstico, se entendían en lo personal. La cinta sigue al entonces presidente de la Xunta de Galicia en su viaje a La Habana en 1991, donde fue agasajado por la dictadura cubana. Allí pudo visitar, emocionadísimo, la casa donde vivió su padre, Manuel Fraga Bello, en su emigración cubana, a la que también marchó desde Galicia el progenitor de Fidel, Ángel Castro Argiz, quien a diferencia del primero no regresó. Al año siguiente, «El Comandante» devolvió la visita a Fraga, quien le llevó de paseo por el pueblo de Láncara, en Lugo, origen paterno. Allí jugaron al dominó, fumaron puros habanos juntos, y hasta un paisano admirador de Castro le regaló un caballo que este se llevó a la isla.

Arrogándome inopinadamente la representación de mi generación en lo que a conocimientos de «Fragalogía» se refiere, creo que estas dos son anécdotas lo bastante jugosas, refrescadas además por la producción audiovisual, como para que cualquier coetáneo tenga constancia de ellas, o al menos le suenen. Como sé –y deben saber los de mi quinta– los tres datos políticos básicos de nuestro protagonista: presidió la Xunta de Galicia un buen tiempo, fundó Alianza Popular y luego el Partido Popular, y fue ministro con Franco.

Respecto a esta etapa y su famosa Ley de Prensa de 1966, tengo que estarle agradecido profundamente porque su censura más laxa, del apriori al a posteriori, estimuló la creatividad del gran [[LINK:TAG|||tag|||6336177d1e757a32c790c024|||Miguel Delibes]] para sortear el cepo «fraguista» y regalarnos una de sus mejores novelas, llevada al teatro magníficamente por[[LINK:TAG|||tag|||633614ec87d98e3342b26bf6||| Lola Herrera]], «Cinco horas con Mario».