'Diálogos de Oro': Donde llegue el verso...
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'Diálogos de Oro'. Obras de Huertas, Toldrá, Granados, Rodríguez, Ortega y otros. Soprano: Ruth González. Actriz: Marta Poveda. Dirección musical y piano: Miguel Huertas. Dramaturgia: Raúl Losánez. Ambigú del Teatro de la Zarzuela, Madrid. 15-X-2024.
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"Prima la parola dopo la musica" era el lema de un fin de siglo que vio alumbrar la ópera pocos años más tarde. Había en aquellos intelectuales de la Camerata Bardi una nostalgia del pasado que a veces era justificada y otras no tanto. La construcción del pasado griego que hicieron a finales del siglo XVI defendía la utopía de una sociedad donde el drama y sus conflictos no tenían fecha de caducidad e imbricaban la vida cultural de toda una civilización. Parecía un principio prometedor para los poetas, pero luego los años de ópera fueron rindiendo la palabra, con descuidos, dramaturgias inverosímiles y rimas poco lustrosas. Que se lo digan a Farinelli en 'Qual guerriero in campo armato' y su más de medio minuto de coloratura pirotécnica sobre la segunda "a" de la palabra "bataglia". Para cuando acaba de pronunciar hace ya rato que no recuerdas la primera sílaba. En resumen, la música ha sido una compañera exigente para la palabra, y quitando algunos ejemplos (Da Ponte, Giacosa, Hofmannsthal...) o el propio género del lied, es difícil encontrar niveles de belleza equiparables entre ambos mundos en una ópera. Gana la música.
'Diálogos de Oro' no es una ópera, es un concierto dramatizado que toma textos de Garcilaso, de Lope de Vega, de Leonor de la Cueva y Silva y otros (y otras) muchas para construir una radiografía del amor con equidistancia, que recorre la conmoción y el vértigo, la sorpresa y la herida basal que han sustentado muchos siglos de historia del arte. En el espectáculo Marta Poveda propone con la palabra, con la belleza de su voz y de un recitado sin aspavientos, mientras que Ruth González replica con el canto, sin necesidad de alambicar uno u otro extremo. La sabia selección de los textos y el camino de baldosas amarillas que hila cada una con la siguiente son obra de Raúl Losánez, que consigue mantener el pulso para que la emoción embargue pero también sonría o mire con brillo en los ojos o sencillamente duela.
El piano y no pocas de las músicas eran responsabilidad de Miguel Huertas, que se sumó a la acción como intérprete y construyó la atmósfera musical propicia para que aquel espíritu del amor cortés medieval, aquella poesía renacentista o esa manera de mirar el verso barroca encajaran en un mismo alféizar sin limitaciones estilísticas. Su acercamiento a Toldrá fue especialmente bello. Ruth González se transformó en cada pieza, interactuando con el público, acercándose a compartir y seducir, aprovechando una técnica de canto muy pulida para perseguir el matiz y ampliar la gama de emociones, desde "Si el amor que me tenéis" hasta la sonrisa de "Dame, Amor, besos sin cuento". Cuando la actriz Marta Poveda comenzó con aquello de "Escrito está en mi alma vuestro gesto", el famoso Soneto V de Garcilaso de la Vega, cualquier asomo de pomposidad quedó desterrado. La verdad del verso se hizo patente con una interpretación maravillosa que, como decían los poetas de principios del siglo XX, consiguió el extrañamiento de la mirada: escuchar aquellos versos como nuevos y aquel dolor como si fuera una primera vez. Toldrá y Turina rodeaban con su música aquel momento. Pero aquí, como querían los inventores de la ópera, ganó la palabra...