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La vida "pornificada" de los adolescentes

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Hace un par de décadas, a los nueve años, el mundo solía girar en torno a sacar buenas notas, elegir los cromos que íbamos a intercambiar en el recreo, aprender a tocar la guitarra o, simplemente, asegurarnos de llegar a casa a tiempo para ver nuestros dibujos animados favoritos. Sin embargo, hoy en día, esa misma edad marca un panorama muy diferente. Los últimos datos del Ministerio de Igualdad son devastadores: 9 de cada 10 menores consumen pornografía y, habitualmente, se inician entre los 8 y los 10 años. Para contribuir a resolver el problema, el pasado mes de julio, el Gobierno prometió poner en marcha para finales del verano un sistema de verificación de la edad para permitir el acceso a páginas pornográficas: la Cartera Digital Beta. Ante el dilatado retraso en su implantación, los expertos han dado un paso adelante y reclaman medidas urgentes.

«No podemos ser optimistas. Para nuestros adolescentes, lamentablemente, el acceso a contenido pornográfico explícito ya es el principal canal de educación sexual. Estamos ante la que llamamos “generación porno”. Hace siete años detectamos un agravamiento de los problemas de salud relacionados con el acceso a pornografía y, a día de hoy, percibimos que sigue constituyendo una realidad muy oculta, infradetectada y, lo que es más grave, con un potencial de crecimiento enorme. Y esto es un grave problema de salud pública que debemos abordar sin demora para evitar graves daños en la salud», explica Miguel Ángel Alfaro González, trabajador Social Sanitario en centro de salud de Atención Primaria en Tres Cantos y Colmenar Viejo (Madrid).

Las consecuencias de que un adolescente se exponga a esa realidad distorsionada y deshumanizada del sexo que presenta la pornografía, donde no hay espacio para el afecto, el respeto o el consentimiento, son alarmantes tanto en su bienestar físico como emocional. Según el trabajador social, «a nivel físico, estamos asistiendo a un notable aumento de las enfermedades de transmisión sexual entre los adolescentes y embarazos no deseados. Todo ello, muy influenciado por lo que ven en línea: la no utilización de preservativo y medidas de protección, etcétera», lamenta Alfaro.

El consumo habitual de estos contenidos a edades tempranas también tiene efectos a nivel emocional. Distorsiona la forma en que los jóvenes perciben las relaciones afectivas, generando expectativas irreales sobre el sexo y la intimidad. «Este consumo provoca que la galería de imágenes que tienen en la cabeza se les vaya llenando de imágenes pornográficas. Por tanto, viven una vida “pornificada” que se aleja del sexo en la vida real. Tienen una sexualidad muy superficial en la que se instrumentaliza a las personas, cuesta conectar, no hay empatía con el otro, no hay una reciprocidad… sino que solo pienso en el placer como fin. Y el placer debería ser una consecuencia del desarrollo de ese espacio de reciprocidad, de afecto, de intimidad, de ternura, de sensibilidad», sostiene Alejandro Villena Moya, director del Proyecto de Salud Mental Piénsatelo Psicología.

La explicación de que la pornografía ejerza un impacto tan destructivo en los jóvenes tiene que ver con la propia maduración del cerebro. Y es que, los adolescentes aún no tienen la capacidad para pensar en las acciones más adecuadas y coherentes para resolver sus conflictos. «A veces creen que sí porque tienen una ilusión de control y piensan saber con claridad lo que quieren, pero no están preparados ni a nivel emocional, físico ni mental para enfrentar las exigencias que les llegan de una sociedad hipersexualizada que les presenta una realidad idealizada y desvirtuada. Esto provoca frustración y, en lugar de cuestionar la realidad que ven en la pornografía como un producto de fantasía, internalizan su propio fracaso. Esto afecta su capacidad para encontrar una pareja con la que puedan mostrarse auténticamente y obtener el afecto que desean», subraya Patricia Ruiz, psicóloga sanitaria experta en trauma y terapia breve en niños y adolescentes.

Los expertos advierten también de que la industria pornográfica ha evolucionado y lo ha hecho hacia tendencias perjudiciales para el desarrollo emocional y sexual saludable, especialmente del menor. «La pornografía ahora es 5.0. No tiene nada que ver con las revistas o con ese contenido semierótico, semiexplícito o sugerente que había antes. Es un contenido masivo, accesible, agresivo, aceptado y normalizado por nuestra sociedad y que está disponible 24/7 como la farmacia de guardia. Así, los consumidores tienen un menú infinito y una novedad constante. Sin embargo, el cerebro de los adolescentes no está preparado», indica el psicólogo.

De las consecuencias que produce este consumo es testigo Miguel Ángel Alfaro en su día a día desde sendas consultas ubicadas en Tres Cantos y Colmenar Viejo. «Veo chicos que sufren presión por cumplir con las conductas y estereotipos que ven en línea. Así, asumen que es lo que hay que hacer para que la chica disfrute. Esto afecta su bienestar emocional y también interfiere en su capacidad para construir relaciones basadas en el respeto y la empatía, elementos esenciales para un desarrollo sexual y emocional saludable. En el caso de las chicas ocurre que, muchas veces por vergüenza, por entender que también es lo normal, aceptan estas prácticas, sufriendo un grave daño emocional. Y otras llegan a consulta indicando que no disfrutan de las prácticas sexuales con sus parejas. Esto provoca que muchas de ellas experimenten incomodidad y confusión en sus primeras experiencias sexuales», lamenta el trabajador social.

Además, produce una desensibilización de los adolescentes frente a la violencia sexual y puede contribuir a provocar problemas graves de autoestima. «Los jóvenes terminan comparando sus propios cuerpos y experiencias con los estándares irreales que ven en estos contenidos, lo que genera una gran frustración y sentimientos de inadecuación», señala Patricia Ruiz.

Inevitablemente, la adolescencia es un momento en el que las personas quieren explorar y sienten curiosidad por el tema sexual. Esta cuestión confluye con el comienzo del uso de sus propios dispositivos móviles, los cuales suelen tener un acceso ilimitado a Internet. Esta doble incursión a menudo se lleva a cabo sin el apoyo o la orientación de un adulto. «El deseo sexual que surge en esta etapa genera sentimientos confusos. En lugar de explorar esos sentimientos abiertamente dentro de subgrupos de iguales, a menudo lo viven en privado», señala Ruiz.