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Soleá Morente: "En mis comienzos recibí críticas bastante duras. No fue fácil"

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Hace ya tres años que Soleá Morente (Madrid, 1985) presentó el disco «Aurora y Enrique», dedicado a sus padres, la bailaora Aurora Carbonell y el cantaor Enrique Morente, y por ese motivo el anuncio de la publicación, el mes que viene, de un nuevo trabajo discográfico despierta tanto interés como curiosidad. No se trata de un disco cualquiera, sino que ha recuperado sus primeras grabaciones, hasta ahora inéditas, y las ha corregido y ampliado. El resultado saldrá en el sello discográfico que creó su padre, Discos Probeticos.

Aquellas composiciones quedaron en un cajón tras la repentina muerte del autor de «Omega»: «Es un proyecto que me toca mucho la fibra sensible –explica– porque iba a ser mi primer disco, antes de Los Evangelistas [grupo creado por miembros de Los Planetas y Lagartija Nick para homenajear a Enrique Morente y con el que ella colaboró] y de todo lo que he hecho. En los años de la universidad trabajé con mi padre como corista y secretaria, y con mi hermana Estrella como corista y palmera, y el escenario y la música me llamaban. Mi padre me animó a estudiar una carrera y es algo que le agradeceré eternamente, pero tenía la llama de cantar y era algo que no me atrevía ni a verbalizar. Mi padre me dijo que notaba esa necesidad en mí y que, si quería, cuando terminase la carrera podíamos maquetar algunas canciones que me gustasen. Recuerdo el día –prosigue– en que terminé la carrera y llegué a casa. Mi madre, mi padre y yo abrimos una botella de champán en la cocina, empezamos a escuchar canciones, hicimos una selección, “Palabras para Julia” y “Sonhos”, entre otras, y nos pusimos a trabajar, con la mala suerte de que meses después mi padre marchó y ese precioso proyecto quedó guardado en un cajón. La catarsis vital, emocional y psicológica fue tan potente, en unas circunstancias muy adversas e inesperadas, con mucho dolor, que no era capaz de escuchar esas maquetas. Hasta que ya me vi con fuerzas, las volví a escuchar y decidí que había que darle forma y sacarlo a la luz».

[[QUOTE:PULL|||"Escribí las canciones con mucho dolor, y no era capaz de escuchar esas maquetas"|||Soleá Morente]]

Soleá no ha estado sola en esa aventura: «Necesitaba de nuevo una dirección y alguien que lo produjese, y mi hermana Estrella me recomendó ponerlo en manos de Isidro Sanlúcar [hermano de Manolo Sanlúcar, el gran guitarrista], uno de los mejores productores del flamenco. He tenido que regrabar las canciones porque las maquetas eran muy primarias, muy básicas, y hubo que empezar todo de nuevo. Habían pasado muchos años y yo ya no tenía esa tesitura de voz y, en fin, tuvimos que rehacerlo y añadir canciones de la autoría de Isidro, porque no había suficientes para un disco. El resultado es especial, no tiene nada que ver con lo que he hecho hasta ahora, pero muestra una parte de mí que ni yo misma conocía».

Atesora Soleá cuatro discos de estudio. En el tercero, «Lo que te falta», se lanzó a componer. Ella es filóloga de formación, ¿estudió esa carrera con el ánimo de escribir, de entrar en el mundo del arte por el costado de la literatura, en este caso el de las letras? «Terminé la Selectividad y quería irme de gira –relata–, dedicarme a la música igual que habían hecho mis hermanos y mis tíos, todo el mundo en mi casa. La intención de mi padre cuando me animó a estudiar filología era acercarme al mundo del arte a través de la palabra y la literatura, que para él era una faceta sagrada y tan importante como la de la música. Empecé filología inglesa, pero era un nivel de inglés muy cañero y sólo aprobé cuatro asignaturas el primer curso y me fui a hispánicas en cuanto pude. Yo entonces no era consciente de que aquello me iba a servir para hacer una carrera como compositora. Y sí, he heredado un hábito maravilloso, el de la lectura, el del amor por los libros y por la cultura, gracias a la filología. Y a la hora de escribir canciones, aunque me gusta mucho utilizar el lenguaje coloquial, hago alusiones y referencias a gente que leo y que me inspira muchísimo, desde Milan Kundera a Simone de Beauvoir o Antonio Machado. A la poesía le tengo mucho respeto –señala–, me siento más cómoda con la prosa, con el diario. Y tengo en mente, me gustaría mucho, escribir una novela, aunque sean palabras mayores».

Comienzos difíciles

La carrera de Soleá no ha estado exenta de obstáculos. Ser hija y hermana de Enrique y Estrella Morente es un privilegio, pero no necesariamente una garantía de éxito. De hecho, hablamos de árboles altísimos que, por fuerza, daban una sombra excesiva a todo lo que ella iba haciendo: «Hubo un momento en mi carrera, sobre todo al principio, que no fue fácil –se sincera–. La expectativa era muy alta y la comparación, inevitable. Eso, obviamente, me hizo sufrir, porque cuando empiezas tienes muchos fallos. ¿Una losa? No lo definiría así, pero sí es una responsabilidad excesiva y eso hace que uno comience más asustado. En mis comienzos recibí críticas bastante duras –señala–. No fue, ya digo, fácil. Pero me podía, lo primero de todo, la afición a la obra musical, cultural y humanista de mi padre, siempre he sido muy admiradora de él. Y creo que cuando se fue empecé a hacer música desde un lugar más rebelde y catártico porque era una manera de seguir muy unida a él. Y eso no podía pararlo nadie, ninguna crítica ni comparación, ningún comentario despectivo. De no ser por ese amor hacia mi padre –continúa–, creo que hubiese desistido. Aprendo muchísimo de su obra, diariamente, y de la de mi hermana, los admiro profundamente. Como a mi hermano Kiki, que es un grandísimo cantaor. Pero quizá por esa circunstancia tan desafiante he tirado por el camino que he tirado y he hecho las canciones y los discos que he hecho. Vivimos en una sociedad que no debería ser así. Deberíamos poder expresarnos todos libremente y vivir en diálogo y comunicación y apoyarnos los unos a los otros. Está claro que no es así, pero, al final, eso me ha hecho fuerte y me ha ayudado a ver la parte positiva».

[[QUOTE:PULL|||"Me gustaría mucho escribir una novela, aunque sean palabras mayores"|||Soleá Morente]]

Su próximo disco de creación, del que han salido ya varios sencillos, llegará el año que viene (aún no tiene fecha) y lo está haciendo desde los pies hasta la coronilla con Guille Milkyway, alma y cerebro de La Casa Azul: «Guille es un artistazo con un talento y una sensibilidad indescriptibles. Estamos componiendo y escribiendo los dos y lo está produciendo él. Estamos ya a la espera –adelanta– de empezar a mezclar y masterizar. Tengo mucha fe en ese disco. Estoy disfrutando mucho del proceso de creación; se está cociendo a fuego lentísimo porque Guille vive en San Cugat y yo en Madrid y cada uno tenemos nuestras carreras. Él no ha parado de trabajar y de hacer conciertos, aunque cuando nos juntamos rendimos mucho. ¿Qué género es? Digamos que convergen diferentes géneros: la electrónica, el indie, la bossa, el flamenco… y el pop, claro. Lo definiría –concluye– como una mezcla de la casa Morente y la Casa Azul».

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Soleada Soleá

Soleá se ha levantado con una canción en la punta de la lengua y, descalza, ha corrido a registrar en una hoja unas notas apresuradas, no vaya a ser que se le olvide. Qué bello es vivir en momentos como ese, cuando le robas al sueño una idea palpitante y sabes que aunque sea un embrión podría materializarse en un palacio. Lo sabes porque lo viste muchas veces, de niña, en un hombre de melena negra que transmitía el sosiego de un mar calmo y que, de hecho, algo tenía de mar erguido.

Sólo tienes que cerrar los ojos para reunirte con aquel gigante bueno mientras Mozart colonizaba la estancia por cortesía de Radio Nacional de España. La casa olía entonces a perfume de chimenea y a sangre de jazmín y a la risa sin techo de Aurora, y el blanco, el rojo y el verde aplastaban la presencia de cualquier otro color que osara asomar la cabeza. Era en ese paraíso total donde tres niños imaginaban un escenario sin saber que estaban anticipando el futuro. Ese equipaje de besos y adioses cuelga de tu espalda y puede que ahí, en esa geografía que permanece intacta en el secreter de la memoria, esté todo lo que merece la pena llevarse cuando doblen las campanas.

Sostiene Lorca que en Viena hay un salón con mil ventanas y cuatro espejos donde juegan una boca y los ecos, mientras su «te quiero» se repite tres (mil) veces en el oscuro desván del lirio. Los evangelistas nada son sin un dios poderoso al que cantarle de rodillas, y qué bien que Jota, Florent y Eric se bajasen de su planeta y Antonio dejase por un rato a sus lagartijas y le dieran lumbre y megafonía a su amor al arte. Y ahí estás tú, Soleá, entre poetas decadentes, no te escondas. A la busca de una estrella que te guíe. Pero más feliz fue todavía el reencuentro, cuando la sangre de tu corazón hizo saltar los fusibles.

Se ha cumplido una década desde que hundiste las dos manos en el fuego, hasta los codos, y lo que extrajiste provocó un temblor que puede recibir múltiples nombres, pero que tú llamaste un camino posible. Lo sucedido a partir de ahí, tu «ole lorelei» y todo lo que te falta, ya latía fuerte en ese hombre con voz de ultratumba que aspiraba a conquistar Manhattan y después Berlín, y que tiene un altar siempre encendido en todas las casas que habitas.

En el trayecto has aprendido que se puede ver el mar tras recibir cuatrocientos golpes y que cantarle a una mujer que se maldice y se condena por no poder ser madre es un acto de piedad. Y en ese viaje emocional resplandecen las palabras de José Agustín Goytisolo a su hija Julia que el maestro Ibáñez amplificó y que no hay forma de que te las arranques de la cabeza.

Juran los diccionarios que soleá es sinónimo de soledad, pero yo vengo a corregir a los sabios, que tantas veces se olvidan del poder de la saliva, el sudor y la sangre, y afirmo que «soleada» es su igual. Porque Soleá vive siempre inmersa en el sol, bajo su ala amarilla. Ese sol que se detiene en su cara mientras ella permanece quieta como si esperase algo o a alguien, pero no es así.

La vida también es abrazarse a ese instante en el que no existe un pensamiento concreto ni hay que atender urgencia alguna ni la ansiedad te escarba el estómago como un puñal acuciante. Sólo hay que echar el freno y sentir el rumor de cuanto sucede a tu alrededor como un espectador que todo lo ve sin que nadie lo mire, solo –y soleado– en medio del aleteo de la humanidad. Ebria de sol, Soleá sonríe grandemente. Y durante un par de segundos eternos piensa que en su vida sólo hay sitio para la celebración porque todo lo importante ya es suyo.

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