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David Jiménez Torres: "La valoración de los Reyes en España dependió de sus actos"

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David Jiménez Torres (Madrid, 1986) ha indagado en la relación entre los últimos Reyes españoles y los nombres más representativos de la intelectualidad moderna. Se le ocurrió remangarse y comenzar analizar la monarquía española reciente desde esta perspectiva junto a la Red de Estudio de las Monarquías Contemporáneas (Remco). Le resultó atractivo, especialmente, como cuenta en conversación con LA RAZÓN, por la relevancia que en todas las épocas ha tenido «la cuestión monarquía o república» en los debates entre los hombres y mujeres dedicados al mundo de las ideas.

Más allá de lo que la corona ha podido representar histórica o ideológicamente, apunta este escritor, investigador y docente universitario que «el comportamiento de cada Rey ha sido en España lo que ha determinado verdaderamente las valoraciones que los intelectuales han hecho de la monarquía».

Como explica, de su estudio se extrae una conclusión clara: tanto Juan Carlos I como Felipe VI han tenido una relación más cercana y provechosa con los intelectuales que su abuelo y bisabuelo, respectivamente, Alfonso XIII. El motivo, asegura Jiménez a este diario, está en «los cambios que se producen en la relación del propio Estado con el mundo cultural e intelectual». El autor explica que «en tiempos de Alfonso XIII todo dependía mucho de su iniciativa particular», de «las causas y proyectos que le interesaba patrocinar, los individuos a los que en un determinados momento deseaba conocer o los grupos con los que le interesaba tener relación».

Una forma de proceder en palacio de la que no quedó rastro alguno a partir del inicio del reinado de Juan Carlos I, cuando surge como «rasgo de las democracias occidentales en el último tercio del siglo XX» lo que se conoce como el «Estado cultural». No es nada más (tampoco menos) que el hecho de que el emérito y don Felipe «han asumido como parte de las obligaciones de su cargo la promoción de la cultura y el diseño de las políticas públicas» en este ámbito.

Aunque su papel sea en muchas ocasiones «eminentemente protocolario», resulta determinante y ejemplo de ello, señala, son las tradicionales galas del Premio Cervantes, la medalla de Bellas Artes o los premios Princesa de Asturias y otros más recientes pero ya habituales, como el paseo inicial en la madrileña Feria del Libro. «Es el Estado el que transforma su relación con la cultura, y es el monarca el que participa en esta dinámica», afirma el autor.

Entre tantas que halló durante la elaboración del trabajo, le resultaron particularmente llamativas «las ideas de Julián Marías sobre cómo debía ser la monarquía restaurada» tras el advenimiento del Franquismo. «Para él, la corona surgida de la Transición no debía ser una mera copia de los modelos del norte de Europa».Tampoco veía como buenos ojos que fuera «una simple magistratura con funciones protocolarias». En vez de jefe del Estado, cuenta, Marías creía en un monarca que fuese «la cabeza de la nación y defendiese las inquietudes y aspiraciones de la sociedad ante poderes particulares o el mismo Estado».

Otra realidad que ha sacado en limpio con el estudio es que Alfonso XIII fue el que –de los tres – tuvo a ojos de la intelectualidad un comportamiento más reprobable durante su reinado. «A ojos de muchos, directamente, él mismo deslegitimó la monarquía. Destaca que figuras como Manuel Azaña u Ortega y Gasset, en 1913, pasan de pedir llevar a cabo la «experiencia monárquica» al republicanismo al entender que el Rey se convirtió en un impedimento para el país, especialmente tras su apoyo al golpe de estado de Miguel Primo de Rivera.

Una cita de Azorín, en 1931, expone Jiménez, lo demuestra: «La República la han hecho los intelectuales». En el caso de Juan Carlos I, que se granjeó un gran número apoyos tras el 23-F, muchos intelectuales separaron las conductas reprochables de un Rey de la utilidad de la propia institución y «también ayudaron en la abdicación y los posteriores esfuerzos de Felipe VI por recuperar el prestigio de la institución».

Ya más cerca del tiempo actual, se analiza en «Los intelectuales y la monarquía (1902-2021)» con qué ojos vio la intelectualidad española el papel que ejerció el Rey cuando decidió dar el recordado discurso para condenar el 1-O y el «procés». «Hay voces que consideran que debió haber tenido un papel más neutral, y otras que consideran que un Rey constitucional no podía mantenerse neutral entre quienes desafiaban el orden constitucional y quienes lo defendían». Deja para acabar un último regalo para sus lectores: hay un libro a la vista, pero «muy a lo lejos».