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«No votaré a Kamala porque envía armas a Israel»

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Entrar en Dearborn, una pequeña localidad muy cerca de Detroit (la capital del Estado de Michigan) es como viajar a Oriente Medio. En sus calles, los letreros y carteles se leen en inglés y árabe, las pastelerías ofrecen repostería libanesa y es fácil encontrar en cualquier establecimiento carne halal (producida y procesada de acuerdo con las leyes islámicas). Es la huella de la diáspora árabe que llegó a esta zona del país en 1908, cuando Ford Motor Company comenzó a producir su famoso vehículo «Model T» y sus políticas de contratación racista hacia los negros y sus tendencias antisemitas contra los judíos le empujaron a buscar mano de obra en otro grupo de inmigrante que empezaba a descubrir el sueño americano en ese momento.

«Llegaron oleadas de trabajadores procedentes de Líbano, Siria, Irak y Yemen», explica Ray Alcodray a LA RAZÓN. «No sabían inglés, pero tampoco lo necesitaban para trabajar en la industria automotriz. Comenzaban viviendo en la periferia de la ciudad, cuando hacían un poco de dinero, pasaban a vivir al oeste de Dearborn, y luego ya al este, donde estamos ahora, la zona más moderna».

Poco a poco, una oleada de trabajadores inmigrantes huyendo de los conflictos en su país fue convirtiendo Dearborn en el corazón árabe de Estados Unidos (según el censo, el 54,5% de sus 110.000 habitantes tienen este origen). Por eso, cuando comenzó el conflicto en Oriente Medio hace más de un año, vecinos como Ray decidieron que tenían que hacer algo «aunque solo fuera una persona».

El resultado de su decisión decora ahora las paredes de su cafetería que también es una galería de arte. Desde hace un año, los clientes pueden disfrutar de una exposición llamada «So Let It Be Written» (Que Se Escriba). Todo el mundo puede compartir sus pensamientos en esta obra de arte popular, porque la idea es «crear un lugar de libre expresión, porque en este país han estado frenando las protestas, diciéndoles a los estudiantes que pararan y aquí les estamos diciendo que vengan, que vengan y se expresen». Se leen frases como «libertad», «resistencia», «viva Palestina», «Gaza», y también se ven duras imágenes de las mortales consecuencias de la guerra en la franja de Gaza.

En Dearborn, se encuentre la mayor mezquita de Norteamérica con espacio para que 1.000 personas puedan rezar. A su inauguración en el año 2005 acudió el alcalde musulmán de la ciudad, Abdullah H. Hammoud. Es también la mezquita chií más antigua del país y se encuentra a poco más de tres kilómetros de la sede central de Ford. Aquí practicar la fe es una parte muy importante de la rutina diaria, por eso, cuando escuchan el llamado a orar, la mezquita del American Muslim Society se convierte en un imán que atrae feligreses desde todas las direcciones.

Un letrero les indica a las mujeres que su entrada está separada de los hombres, y mientras ellas huyen de las preguntas de esta periodista occidental, escondiéndose aún más en su «hiyab», los hombres se paran por curiosidad y comparten sus opiniones políticas. «Yo voy a votar a Trump», le explica a LA RAZÓN Mohamad Almahayni en un roto inglés a pesar de que lleva 28 años viviendo en Estados Unidos. «A Trump le gustan los árabes, le gustan los yemeníes también».

Una opinión que parece que comparten cada vez más votantes en Michigan. Según una encuesta de Arab News/YouGov publicada hace unos días, Donald Trump acaba de superar a la vicepresidenta y candidata demócrata, Kamala Harris, con un 45% de apoyo en este territorio frente al 43% de la demócrata. El enfado de la comunidad con el Gobierno actual es tal que los votantes parecen haber olvidado incluso los agresivos calificativos que suele lanzar el expresidente o que hace un mes declaró que si regresa a la Casa Blanca restablecería la «prohibición de viajar a los musulmanes» que impuso durante su primer mandato y acabaría con la llegada al país de los refugiados de Gaza.

Pero aquí el electorado quiere castigar a la Administración de Biden el próximo 5 de noviembre, aunque algunos como Halal Mourani, que hasta hace un año se identificaba como demócrata, ahora tienen «un serio conflicto interno», confiesa a LA RAZÓN. Esta joven libanesa llegó a Estados Unidos con siete años y posee dos pasaportes, el de la tierra que la vio nacer y el del país que le ha acogido y donde vive con su marido, Humberto Hernández, de origen mexicano.

Halal está decepcionada con los demócratas y «como persona árabe americana, no estoy entusiasmada por votar por ninguno de los dos candidatos y, por supuesto, tiene que ver los asuntos internacionales». Mourani se queja de que ni Kamala Harris, ni Donald Trump han sido claros acerca de cómo van a gestionar el conflicto en Oriente Medio. «Ninguno ha dicho explícitamente que terminaría con esta guerra, o que dejaría de enviar armas a Israel», un armamento militar que «pagan con mis impuestos. Yo trabajo mucho cada día y con ese trabajo estoy pagando bombas con las que bombardean a mi familia. Se supone que tengo que proteger a mi familia y cuidarla, no atacarla».

Su voto irá a parar a Jill Stein, una médico y activista norteamericana que lidera el Partido Verde, «porque ella quiere terminar con el genocidio, ella sí quiere representar a los árabes», asegura Mourani con convicción. «Es la mejor candidata». Ni Trump, ni Harris contarán con su apoyo, y en unas elecciones presidenciales como estas, donde cada voto cuenta en unos ajustados resultados, que varias papeletas vayan a parar a un tercer partido podría complicar la victoria del Partido Demócrata o Republicano en un Estado históricamente demócrata, pero arrebatado por Trump en las presidenciales de 2016 y recuperado por Joe Biden en las elecciones de 2020 con apenas 150.000 votos y gracias al apoyo del colectivo musulmán.

«El objetivo de Biden tenía que haber sido acabar con la situación en Palestina, para que así el siguiente candidato no tuviese que lidiar con ello como parte del proceso electoral. Él ha fallado y ahora es un problema para Kamala Harris», asegura Ray. «Gran parte de la comunidad árabe estadounidense considera estas elecciones como una oportunidad histórica para demostrar nuestra influencia», explica a LA RAZÓN Amer Zahr, profesor adjunto en la University of Detroit Mercy School of Law. La influencia de una comunidad que se estima en 3.7 millones de ciudadanos.