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¿Existió realmente Bernardo del Carpio?

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Entre mito e historia se sitúa la figura de enormes dimensiones literarias de Bernardo del Carpio, ejemplo de héroe y paradigma de piedad filial para muchos, en una historia que cabe comparar con algunas de la mitología china sobre este último aspecto y con varios motivos de la épica universal. ¿Pero quién es este personaje y, lo que es más intrigante, existió realmente? Se cita como uno de los caudillos participantes en la batalla de Roncesvalles de 778, sobre cuya historicidad tantas sombras hay. Bernardo se mueve en la fina línea entre realidad y ficción, o acaso como ejemplo del engrandecimiento de unos hechos seguramente modestos en sus comienzos, como marca de gran parte de la épica heroica. Parece que hubo una epopeya perdida dedicada a este héroe castellano, que databa del siglo XII-XIII. Menéndez Pidal mencionaba una “Gesta de Bernardo” cuyo contenido conoceríamos por una versión en prosa de la “Primera crónica general”, o “Estoria de España”, producida por el círculo de Alfonso X. Tenemos restos de su ciclo épico, desde el nacimiento a su final, en el Romancero y en el “Poema de Fernán González”. Está relacionado, por una parte, con el paso de Roncesvalles, porque aparece en lucha con los franceses y como matador de Roldán, en el marco épico carolingio. Otro campo de acción natural, más en línea con la épica castellana, es la lucha contra los musulmanes hispanos y, sobre todo, la alusión a temas como la restauración del honor perdido y la rebelión del vasallo injustamente tratado por su señor. Pero recordemos su historia brevemente, siguiendo su variante principal.

Bernardo era hijo de Don Sancho Díaz del Carpio, o de Saldaña, por ser señor del castillo de Saldaña, en Palencia, fruto de un amor con la infanta Doña Jimena, como comienza el romance: “En los reinos de León / el Casto Alfonso reinaba; / hermosa hermana tenía, / doña Jimena se llama. / Enamorárase de ella / ese conde de Saldaña, / mas no vivía engañado, / porque la infanta lo amaba.” Conocidos los amores, Don Sancho y Doña caerán desgracia. El rey encierra a la infanta para siempre en un monasterio mientras que a Don Sancho lo encarcela en el castillo de Luna, en León, tras arrancarle los ojos. El joven Bernardo tendrá la típica educación de héroe y pronto descollará por sus hazañas, en busca del padre perdido y tratando de reparar su honor ante el rey, a lo que se alude ante él en otro romance: “Bastardo me llaman, rey, / siendo hijo de tu hermana; / y del noble Sancho Díaz, / ese conde de Saldaña; / ninguno otro no osaba; / dicen que ha sido traidor, / y mala mujer tu hermana; / tú y los tuyos lo habéis dicho, / miente por medio la barba; / mi padre no fue traidor, / ni mi madre mujer mala, / porque cuando fui engendrado / ya mi madre era casada.” La acción está servida en la corte de Alfonso II, pues habrá de cumplir numerosas hazañas para él con la pretensión de que el rey libere a su padre Don Sancho de su injusta prisión.

Pese a que la peripecia se sitúa en el siglo VIII, las fuentes literarias que tratan de él, tanto en prosa como en verso, son notablemente más tardías, aunque seguramente se hacen eco de una larga tradición oral que queda acreditada en el romancero. Se ha dicho que hay dos grandes tramas míticas que se funden en su figura y en las obras que de él tratan: una épica, que procede de la tradición francesa y que se relaciona con la batalla de Roncesvalles y otra que parece raigambre puramente castellana y que más bien tiene que ver con la típica trama de venganza familiar y de las tensiones entre la nobleza y el rey. En esta última Bernardo habrá de ganar su honor y defender el de su familia luchando en gestas sin par para conseguir de Alfonso II la merced del perdón y la rehabilitación. En la típica “misión imposible” que se encarga al joven héroe, el rey recibe la promesa de que vencerá a las tropas de Carlomagno, que amenazan su reino, y liberará a sus súbditos de los carolingios. De lograrlo, el rey le concedería la libertad de su padre. Contra lo esperado, Bernardo logra la victoria en el Paso de Roncesvalles y da muerte al paladín de los franceses, Roldán, marqués de Bretaña y sobrino del emperador, apoderándose de su legendaria espada Durandarte.

Pero Alfonso II no cumple su palabra, y mantiene a Don Sancho preso. Indignado, Bernardo se rebela contra él y campará a sus anchas por las tierras de frontera, combatiendo a los moros, acaso, según quiere una tradición, desde el castillo de Carpio-Bernardo en Salamanca. Ahí está el tema del vasallo rebelde. Al fin, sin embargo, logrará la libertad de su padre y, tras varios lances, restaura su honor familiar: luego se pierde su pista literaria hasta su muerte. Según la Primera Crónica General, “en el XXI año del rey Alfonso III el Magno –es decir, en 887– murió el noble caballero don Bernaldo del Carpio”.

Como todo héroe tutelar que se precie también Bernardo tenía un sepulcro muy disputado y una tradición postmortem, Fue enormemente admirado y venerado en Castilla y León: se conservó un sepulcro en una gruta, con una inscripción perdida dedicada a él –"Aquí yace sepultado el noble y esforzado caballero Bernardo del Carpio defensor de España..."– en Aguilar de Campoo. El lugar fue visitado por el emperador Carlos V en 1522 y de ahí recabó la espada Durandarte, que se supone que alberga hoy la Real Armería de Madrid. En el mito y la historia, es difícil subestimar la leyenda de Bernardo del Carpio. Dejaremos para otro momento la literatura y el arte