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Daisy Dunn consuma la venganza histórica de las mujeres contra los hombres: "Fuimos creadas para complicarles la vida"

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Mientras Marco Antonio estaba de aventura amorosa por Egipto con una tal Cleopatra, su mujer, Fulvia, resistía como podía en Perusia (hoy, Perugia). Las tropas de Octavio aislaban la ciudad hasta la hambruna total. La superioridad era tal, que, entre embestidas, les daba tiempo a personalizar los proyectiles a lanzar. Uno de los «regalitos» decía así: «¡Voy a por el clítoris de Fulvia!». Desde luego que aquel perdigonazo no llegó a su objetivo íntimo, pero al menos sumó para lograr la derrota final de su destinataria.

Fue uno de tantos artefactos de plomo en los que se nombraba a la esposa «olvidada» por el cónsul romano, como demostraron las excavaciones posteriores, pero también supuso un punto de inflexión en la carrera de Daisy Dunn. La clasicista reconoce que, hasta entonces y pese a haber leído los pasajes, se mostraba escéptica con las historias que dibujaban a Fulvia librando una guerra en nombre del casquivano de su marido. Una, con el agua al cuello; y el otro, en modo disfrutón en el lado contrario del Mediterráneo.

[[QUOTE:PULL|||En Perusia, los obuses iban dedicados a la esposa de Marco Antonio: "¡Voy a por el clítoris de Fulvia!"]]

«Buscar a las mujeres de forma activa en las fuentes literarias me ha llevado a descubrir un material que no sabía que existía», confiesa la historiadora, que pone de ejemplo al citado trío amoroso para situar su nuevo libro: «Muchas personas conocen a Marco Antonio como el malogrado amante de Cleopatra, pero relativamente pocas recuerdan a su esposa».

Y va un paso más allá asegurando que el cónsul «no merecía» a Fulvia ni «tampoco a Octavia, con quien contrajo matrimonio después», puntualiza quien en esa nueva lectura detallada de las fuentes clásicas se ha sorprendido por «el trato desconsiderado que recibían las mujeres» por parte de maridos, padres, hermanos, políticos, tutores..., «así como el coraje con el que ellas se esforzaban por labrar su propio destino».

Dunn no niega que sea cierto eso de que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, «pero a menudo también es verdad que delante de toda gran mujer hay un hombre que se cree grande», señala. «Es una afirmación atrevida y subjetiva, pero las fuentes hablan por sí solas». Y para demostrar esa hipótesis, la clasicista firma una obra, 'La venganza de Pandora' (Crítica), que es la culminación de quince años de investigaciones y donde abarca casi tres mil años de nuestro pasado para dibujar una historia global que va de la Creta minoica hasta la Grecia micénica –enumera–, desde Lesbos hasta Asia Menor (Turquía), desde el Imperio persa en el antiguo Irán hasta la corte real de Macedonia, desde la Cartago de Dido en la costa africana hasta el Egipto de Cleopatra, pasando por Roma y su creciente Imperio.

[[QUOTE:PULL|||"Lo cierto es que, si se eliminan los Ptolomeo y los César, lo que queda es un páramo yermo"|||Daisy Dunn]]

Con Pandora (y con Eva, su homóloga cristiana) empezó todo: «Las mujeres fueron creadas para complicarles la vida a los hombres», sentencia Dunn en la primera frase de su libro. Una verdadera declaración de intenciones de lo que viene a continuación.

La réplica a la historiadora llega desde el siglo VIII a.C. en boca de Hesíodo: Pandora fue «un bello mal» («kalon kakon»). «Que no te haga perder la cabeza una mujer de trasero emperifollado que susurre requiebros mientras busca tu granero», aconsejaba el pastor y poeta. Las mujeres entonces servían para poco más que engendrar nuevas criaturas.

Pandora fue una creación de Zeus a partir de sus mejores «artesanos». Hefesto, con tierra y agua, le dio el rostro de una diosa; Afrodita le otorgó la sensualidad; y Hermes, una mente especial, cínica y traicionera. «Cada inmortal aportó algo», escribe Dunn de esta señora «de todo dotada» y «de todo donante». «Fue concebida como un castigo para los hombres, peones desafortunados en el enfrentamiento entre el rey de los dioses y Prometeo», titán y traidor a Zeus.

[[QUOTE:PULL|||"Que no te haga perder la cabeza una mujer de trasero emperifollado que susurre requiebros mientras busca tu granero"|||Hesíodo]]

El mito tiene otras formas, como la de que fue el propio Prometeo el que dio forma y vida a la arcilla, pero la idea era la misma: «La mujer pasaba a ser un producto de la imaginación masculina, que cobraba forma entre los dedos de los hombres y servía como chivo expiatorio de las desdichas de estos». Pandora, al igual que Eva, perduró en la mente masculina como la esencia primigenia de la feminidad.

Pero, apunta Daisy Dunn, no fue hasta la época bizantina cuando los escritores más ilustrados comenzaron a darse cuenta de que Pandora era más que un deleznable «objet d’art». «Era un auténtico potencial creativo, al mismo tiempo objeto artístico y alegoría del arte», defiende la historiadora. «Lo cierto es que a los hombres no se les ocurrió nunca que las mujeres de carne y hueso pudieran dedicarse a algo igual de interesante». Y «este libro trata de eso», señala.

[[QUOTE:PULL|||"Delante de toda gran mujer hay un hombre que se cree grande"|||Daisy Dunn]]

Con esa meta durante la escritura, en 'La venganza...', ganan terreno las Safo, Asi Akarai, Anite de Tegea, Erina de Telos, Cora de Corinto, Timarete, Irene, Calipso, Aristarete, Iaia, Olimpia, File de Priene... Tejer convertía en artistas a todas las mujeres, pero no todas se dieron por satisfechas con esa tarea.

Para la clasicista, el reto era conformar una obra que fuese por derecho propio una historia novedosa del mundo clásico y que a su vez pusiese de relieve la participación femenina en su construcción. «Por lo tanto», sostiene, «este no es libro sobre las mujeres, sino que es una historia de la Antigüedad escrita desde las mujeres, en la medida en que esto es posible». El objetivo del texto es cristalino, «ponerlas en primer plano, no distorsionar los acontecimientos y hacer como si no fueran los hombres los que, por lo general, llevaban la voz cantante. Lo cierto es que –continúa–, si se eliminan los Ptolomeo y los César, si se prescinde por completo de Pericles y Alejandro, de Jerjes y Juba, lo que queda es un páramo yermo». Ahora bien, si, como hace Dunn, se los desplaza un pelo hacia los bordes de la escena, «puede que salgan a la luz las mujeres eclipsadas por su sombra», advierte.

[[QUOTE:PULL|||"Este no es libro sobre las mujeres, sino que es una historia de la Antigüedad escrita desde las mujeres"|||Daisy Dunn]]

Como resalta el libro, la trascendencia de las contribuciones femeninas al mundo antiguo va más allá de las aportaciones de algunas mujeres extraordinarias. No todo iban a ser de la talla de Safo, la «Décima Musa». Dunn piensa en «todas»: «Juntas participaron en la construcción de la Antigüedad tal y como la conocemos. En este sentido, fueron artífices de la historia. También es justo representarlas de este modo colectivo dado que muchas de ellas murieron sin poder dejar rastro alguno en el mundo. Fueron millones las que fallecieron al dar a luz y desaparecieron sin que sus nombres quedaran grabados en piedra».

Pericles afirmó, en el siglo V a.C., que «será grande la [reputación] de aquella [mujer] cuyas virtudes o defectos anden lo menos posible en boca de los hombres». Y no le faltaba razón en la mayoría de los casos, por lo que esas mujeres se perdieron para la historia. «Incluso las que figuran documentadas en las fuentes literarias e históricas tienden a verse relegadas a un segundo plano y a ser caracterizadas de forma insidiosa». Muy a menudo, se las describe como entrometidas en los asuntos masculinos, como pandoras maliciosas, «les femmes à chercher». Por el contrario, para describir a las honradas se empleaban palabras latinas que no necesitan traducción: «modestia», «pudicitia», «castitas», «pietas»... «Puede que estas virtudes no susciten mucho entusiasmo en la mujer moderna, pero si solo se presta atención a las rebeldes, se corre el riesgo de pasar por alto a algunas de las más fascinantes protagonistas de la historia. En ocasiones, fue precisamente gracias a que respondían a este patrón que algunas pudieron alcanzar la inmortalidad. Decir de cualquiera de ellas que “no se comportaba como una Mujer” podía ser el mayor de los cumplidos y el más grave de los insultos», cuenta Dunn.

Así trata la historiadora de quitar polvo a la historia de la Antigüedad y liberarla del monopolio de la testiculina de los relatos de «guerreros, conquistadores y reyes barbudos, autoritarios e imbuidos de un poder que no aceptaba un no por respuesta», dice. Confiesa que se podría intentar revertir la tendencia a través de una colección de capítulos sobre Cleopatra, Boudica y otra media docena de mujeres menos conocidas, «pero el resultado estaría muy lejos de ser una historia completa». 'La venganza...' abraza la colectividad: «Con cada capítulo de este libro, con cada siglo que recorre el texto, las fuentes disponibles se vuelven más ricas y es posible acercarse un poco más a este objetivo. Para investigar esta obra he tenido que volver a los textos griegos y latinos que he leído y estudiado a lo largo de toda mi vida. Hacerlo ha servido para reforzar mi creencia de que cuando se quiere encontrar algo hay que ponerse a buscarlo, en vez de esperar a que se te sirva en bandeja. No importa lo bien que alguien piense que conoce un poema o una obra de arte, siempre es posible verlo bajo una nueva luz».

  • 'La venganza de Pandora' (Crítica), de Daisy Dunn, 584 páginas, 26,90 euros.