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Callejón sin salida

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Un verso de Hölderlin decía que allí donde crece el peligro proliferan los supuestos salvadores. Es obvio que, últimamente, quien más está en peligro es el Gobierno, acorralado en todos los frentes por las investigaciones sobre sus discutibles iniciativas. No es solo el uso inadecuado de las instalaciones de Moncloa por parte de la esposa del presidente, sino además el «caso Koldo», el «caso Ábalos», la especulación con hidrocarburos, las ventas irregulares de mascarillas con cargo al erario público, el trato de favor para conseguir cátedras, el «caso Delcy», los repetidos embustes para encubrirlo, la utilización con fines políticos partidistas de una Fiscalía que debería ser de todos los españoles, etc. La lista parece ya interminable.

Piedra a piedra, el Gobierno ha construido una montaña que amenaza con aplastar a Sánchez. El aplastamiento no se producirá políticamente, porque todos aquellos que lo mantienen por pelos en la Presidencia necesitan que siga ahí para conseguir sus prebendas particulares. Por tanto, tendremos Sánchez hasta el final de la legislatura, pero será un presidente dimitido moralmente, dado solo a movimientos teatrales vacíos, a fingimientos y desesperadas gesticulaciones externas en forma de querellas, cada vez más delirantes, como acusar al Supremo de ser un «pseudomedio» cuando le contradiga. Porque ese aplastamiento sí que se ha dado de manera cierta, vertiginosa y arrolladora en los últimos días desde el punto de vista moral. El Gobierno ha sido pillado mintiendo en todos los frentes. Pocos españoles confían ya en la sinceridad de los equipos ministeriales, ni siquiera sus propios votantes. Incluso los pocos incondicionales que les quedan entre el censo los apoyan por inquebrantable fe ideológica en los colores, más que por confianza en su capacidad u honradez. Prefieren a uno de sus ideas –aunque sea indigno de confianza e inepto– antes que a otro de las ideas contrarias.

Al intentar justificarse torpemente de comportamientos institucionales inéditos o anómalos, casi todos los principales protagonistas de las últimas situaciones gubernamentales han quedado marcados por la mentira. García Ortiz, Ábalos, Koldo, Alegría, Bolaños; incluso se ha sabido que la ministra de Hacienda mintió cuando ejercía de portavoz del Gobierno. ¿Que contribuyente va a confiar fiscalmente en un ministerio recaudatorio en el que los criterios y argumentos de su dirección no son dignos de confianza? Y eso sucede precisamente en un momento en que va a aumentar la presión fiscal sobre la clase media.

Sitiado por todas estas circunstancias y con el prestigio ya totalmente agrietado, Sánchez solo conocerá como única solución los próximos meses exacerbar su mesianismo. Se lanzará a un apocalíptico discurso en el cual todo resultará una conspiración de acoso y derribo para acabar con el ángel del progreso encarnado en su persona. Una operación, según él, diseñada desde la oscuridad por las fuerzas retrógradas y malignas que, con bilis envidiosa, siempre han odiado que la población española prospere y sea moderna en libertad. El héroe mesiánico tiene como única finalidad sepultar a Satán bajo siete llaves y, por eso, intentará trasmitirnos que todo debe serle permitido, incluso aquello que él condena en sus contrarios. Ignorará voluntariamente que las instituciones no suelen ser benéficas ni maléficas, sino complejas y dignas de respeto. Los deberes de lo sublime son terribles y el arquetipo mesiánico invita siempre a una revancha, prolongando de facto –si le parece necesario– el reinado de la arbitrariedad.

La legislatura se agotará hasta su final, pero mientras tanto tendremos que escuchar una y mil veces extensos discursos y argumentos de un insufrible mesianismo por parte del Gobierno. Cuando los emita el presidente vendrán acompañados por trompetería, cuando los emita Bolaños serán en tono de flautín. Pero el mesianismo nos flanqueará en todo el recorrido hasta el final de ese callejón sin salida en que se ha metido el Gobierno actual desde todos los puntos de vista: aritmético, político y de prestigio institucional.

Lo peor del tiempo que dure esta fase no será la ridícula propaganda argumental, sino el hecho de que, como hasta un infante retardado es capaz de deducir por sí mismo, mientras un gobierno transita erráticamente por un callejón cuya salida está cegada, condena a todo el país que se halla bajo su mandato a habitar ese mismo lugar.