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Crítica de "Smile 2": quien ríe el último ríe mejor ★★

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La Alicia de Carroll exclamaba lo raro que le parecía una sonrisa sin gato cuando del gato de Cheshire solo quedaba eso, su sonrisa flotante. Era la sonrisa que pierde su rostro, o que lo desfigura en su amplitud imposible, y que carece de contraplano emocional, porque no obedece a nada, es una Nada Absoluta, la que hizo de “Smile” una película de terror tan agresiva. Lo tenía difícil la secuela, porque el efecto sorpresa de la premisa -una derivación gestual de “It Follows” y “The Ring”- desaparece, y se corría el riesgo de que la viralidad de una maldición que se transmite por la mirada se agotara en su implacable infinitud.

Sin embargo, el gran hallazgo de “Smile 2” es partir de un personaje -una de esas cantantes pop que, como Olivia Rodrigo o Sabrina Carpenter, han construido su imagen pública en las redes sociales- que es, en sí mismo, un cuerpo-espectáculo viral, o lo que es lo mismo, un cuerpo que vive -o, en este caso, revive, porque vuelve del mundo de los muertos después de un accidente de coche que la sume en los abismos del miedo y la adicción- de exponerse a la mirada del otro.

Así las cosas, Sky Riley (una convincente Naomi Scott) se entrega a una espiral de locura que nos hace pensar que el modelo más evidente de “Smile 2” es la “Repulsión” de Polanski. Nadie ve lo que ve Riley, y de esa disociación entre una subjetividad que colapsa, acosada por sonrisas petrificadas, y el resto del mundo, que percibe en directo la demolición, nace un sentimiento de soledad que es lo más terrorífico del filme.

Puede que Parker Finn abuse de la confusión entre realidad y pesadilla, condenando al descenso a los infiernos de su heroína a encallarse en un callejón sin salida en bucle que puede resultar cansino, pero la fuerza expresiva de algunas de las ‘set pieces’ de “Smile 2” -desde un prólogo ejemplar hasta la coreografía sulfúrica de los chicos del coro en el apartamento de Riley- es francamente extraordinaria. Abundan los sustos, el efectismo sonoro y la claustrofobia visual: Finn acorrala al espectador con la misma hostilidad con la que trata a su protagonista, firmando su sentencia de muerte con una sonrisa.

Lo mejor:

Encontrar lo perturbador en cualquier rincón oscuro o, en su defecto, en la cola de unos fans hambrientos de autógrafos.

Lo peor:

Como ocurre con demasiadas películas de terror contemporáneas, le sobra metraje.