War is a racket
“La guerra es una estafa” afirmaba el general Butler, el capitán más joven y el militar más galardonado de la historia de los Estado Unidos, y uno de los dos únicos marines que recibió por heroísmo en combate la Medalla al Honor, la más alta condecoración de su país. Compartiendo sus reflexiones, declaraba que sentía que “había actuado como un bandido altamente cualificado a las órdenes de Wall Street… La bandera sigue al dólar y los soldados siguen a la bandera”.
La guerra existe, el engaño persiste, y la paz escuece y se resiste.
¿Puede hacerse algo para reducir las consecuencias de la guerra mientras se da? Apuntaré en este artículo tres ideas.
- La primera, dejarla en manos de verdaderos soldados, hombres de honor, que valoran la dignidad del combatiente enemigo y lo respetan como persona; no humillan al vencido y evitan causar más quebranto del necesario.
Sin embargo, muchos gobernantes prefieren a delincuentes y criminales, a los que enardecen insuflándoles odio al enemigo para que saquen lo peor de sí, se ensañen con él y satisfagan sus instintos más bajos; o a mercenarios, a los que priman para que ejecuten su encargo rápidamente y sin contemplaciones, aunque dejen un reguero de destrucción innecesaria a su paso. Energúmenos que disfrutan, arrogantes, con la burla y el desprecio del adversario, y se chutan con la adrenalina de las masacres que producen. Gozan con el daño indiscriminado a las víctimas indefensas, acrecentado por el dolor infringido al contrario y el terror causado en la población.
Por contra, la nobleza en el uso de la fuerza contribuirá a reducir el afán de represalias, y a amortiguar impulsos bélicos.
- La segunda, vigilar que las ayudas a la recuperación de los pueblos que sufren las terribles secuelas de la guerra, se dirijan efectivamente a paliar sus efectos y no a dotarles de medios para prolongarla.
- La tercera, que las autoridades de los países y de las organizaciones internacionales, igual que toman medidas para evitar el abuso de posiciones dominantes en el plano económico, actúen -con la misma determinación y rapidez- para que todos los pueblos puedan concurrir en igualdad de oportunidades a conseguir lo que es justo, penalizando al que busca copar los recursos y las armas de forma desproporcionada, e impedir así el atropello del más débil.
Tratar la catarata mental que nos vela horizontes de posibilidades; desenmascarar a los actores que se benefician del conflicto y lo promueven entre bastidores para lograr sus planes; y facilitar cabos a los que asirse para salir del pantano moral que nos atenaza, abrirá resquicios a la paz y cerrará caminos a la guerra.