Cambio climático y desastres
En las últimas décadas, el planeta ha sido testigo de una serie de fenómenos climáticos extremos que han captado la atención mundial: olas de calor sin precedentes, tormentas y huracanes más intensos, sequías prolongadas e inundaciones devastadoras.
Frente a estos eventos, cabe preguntar hasta qué punto el cambio climático es responsable. Si bien la ciencia ha demostrado que el cambio climático influye en la intensificación de algunos de estos fenómenos, no todos los desastres son atribuibles exclusivamente a este factor.
Hemos caído en el error de culpar al cambio climático por la mayoría de los desastres, de manera similar a como en la década de los 90 se atribuían los problemas climáticos casi exclusivamente al fenómeno de El Niño. Sin embargo, esta visión simplista no reconoce un elemento clave en el origen de los desastres: la vulnerabilidad social.
Los desastres no son meramente el resultado de amenazas climáticas, sino la materialización del riesgo, que combina la amenaza (como un evento climático extremo) con la vulnerabilidad construida socialmente. Esta vulnerabilidad se incrementa por factores como la falta de ordenamiento territorial, la pobreza, la desigualdad y el deterioro ambiental, los cuales amplifican los impactos climáticos y los transforman en desastres.
Un ejemplo revelador es el comportamiento de las sequías en Centroamérica. Según el Informe de evaluación global sobre la reducción del riesgo de desastres 2024, las sequías han sido una amenaza persistente en la región durante más de 12.000 años y han afectado ecosistemas y la vida de las comunidades.
Desde 1981, las sequías regionales han ocurrido aproximadamente cada siete años en varios países simultáneamente. Aunque el fenómeno de El Niño es responsable de la mitad de estos eventos, la otra mitad es atribuible a otras causas. Esto refuerza la idea de que gran parte del sufrimiento actual relacionado con los eventos climáticos extremos se debe a la vulnerabilidad de los territorios, a consecuencia de una falta de planificación territorial adecuada y la degradación de los ecosistemas.
Es fundamental, por tanto, distinguir cuándo estamos frente a un cambio climático a largo plazo y cuándo los desastres están más relacionados con nuestra incapacidad para reducir la vulnerabilidad.
En este sentido, existen tres estresores asociados al cambio climático que deben ser tomados en cuenta para no achacar de forma simplista un desastre a un evento hidroclimático puntual.
El primer estresor tiene que ver con los procesos lentos que producen condiciones permanentes, como el deshielo de glaciares o el aumento del nivel del mar ocasionado por el calentamiento global. Un ejemplo es la erosión de la costa caribeña, que ha sido acelerada por el aumento sostenido del nivel del mar. Estos cambios no son repentinos ni extremos, pero representan una alteración permanente en el entorno.
El segundo estresor está relacionado con alteraciones en el clima que inciden en la distribución de especies o la aparición de nuevas plagas y enfermedades. Por ejemplo, la expansión geográfica de los vectores del dengue hacia áreas donde antes no existían es un reflejo de cómo el calentamiento global está configurando una nueva normalidad, que no se manifiesta en eventos extremos, pero sí en alteraciones persistentes en los ecosistemas.
El tercer estresor son las variaciones en los promedios o normas climáticas, que indican una transición hacia un nuevo clima. En Centroamérica, datos científicos publicados en el 2005 muestran un aumento en la frecuencia de días y noches cálidos, y una disminución de los días fríos, especialmente durante la estación húmeda.
Aunque las precipitaciones totales no han subido significativamente, la intensidad sí, lo que agrava los riesgos en áreas mal preparadas para enfrentarlos.
Los tres estresores ponen de relieve que, efectivamente, estamos viviendo en un clima más cálido que hace 60 años, con lluvias más intensas y de corta duración; fenómenos que no deberían tomarnos por sorpresa si trabajáramos en la reducción de la vulnerabilidad de nuestros territorios.
La falta de planificación adecuada en áreas urbanas y rurales sigue siendo el principal desafío para la adaptación. Es hora de que dejemos de culpar exclusivamente al cambio climático y asumamos la responsabilidad por la manera en que hemos construido nuestra vulnerabilidad social y territorial. Solo así podremos prepararnos adecuadamente para enfrentar los retos del clima en el futuro.
Lenin Corrales Chaves es analista ambiental y fue presidente del Consejo Científico de Cambio Climático de Costa Rica.