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Francisco Kovacs (médico): «El objetivo no es caer simpáticos a nuestros hijos, sino prepararlos para la vida»

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Los nefastos datos del último informe PISA, especialmente en áreas clave como la comprensión lectora y las matemáticas, han vuelto a confirmar el declive que experimenta el sistema educativo español. Expertos del ámbito académico achacan esta crisis a la priorización del cumplimiento de normativas por encima de la calidad educativa. Otros, a la desatención a los procesos de aprendizaje individualizados, una rigidez que ignora las diferentes etapas de desarrollo cognitivo y emocional de los alumnos, lo que resulta en una educación que no fomenta el pensamiento crítico ni el razonamiento autónomo.

De esta última opinión es Francisco Kovacs. Basándose en la evidencia científica sobre el desarrollo cerebral y la maduración de los niños, en su libro Aprendiendo a ser padres, pone de relieve cuestiones que actúan como un severo recordatorio de las consecuencias de ignorar las etapas del desarrollo biológico. En este libro profundiza en las claves para una educación efectiva, en la que el papel de los padres es crucial, no solo como transmisores de conocimientos, sino como guías que fomenten la autonomía y la dignidad.

Él mismo fue educado por su padre a través de técnicas especiales de educación temprana, lo que le permitió terminar sus estudios de Medicina con 19 años y se doctoró summa cum laude a los 22. Durante su infancia también cursó estudios musicales de piano, órgano y composición,dando su primer recital a los siete años y su primer concierto con orquesta a los diez. A los trece había ofrecido noventa recitales y conciertos en veintitrés países. Es, por lo demás, jinete, piloto acrobático, buceador y parapentista, con un palmarés deportivo destacable como yudoca y tirador.

Este libro contiene consejos y recomendaciones sustentados sobre una fuerte base científica vinculada con el desarrollo cerebral. ¿Por qué ha considerado darle este enfoque?

El libro tiene dos partes. En la primera parte se trata de definir qué pueden hacer los padres para facilitar que fructifiquen todas las potencialidades de sus hijos, y eso está esencialmente basado en el conocimiento científico. La segunda parte trata sobre qué hacer una vez que ya has educado a un niño apropiadamente y él aterriza en un mundo que no siempre coincide con los principios y valores que ha aprendido en casa. El objetivo es que él se forme un criterio propio y fundamentado que le permita sobrevivir libre y dignamente en el mundo en el que va a vivir, y que es más incierto que el que nuestros abuelos predecían para nosotros. En cada apartado se identifican las cuestiones que se basan en mi opinión personal y las que se fundamentan en pruebas científicas.

En la actualidad nos inundan los libros que defienden que su método es el mejor. ¿Qué criterios crees que deberían guiar a los padres en la elección del método educativo más adecuado?

Lo óptimo sería que, igual que hacemos los médicos, hubiera ensayos clínicos que compararan distintos métodos. A falta de ello, una opción es basar el método en lo que se conoce sobre el desarrollo biológico del ser humano, y especialmente de su cerebro, y comparar sus resultados con los de otros. En el fondo, es lo contrario de lo que se ha hecho con la LOGSE y sus reformas. Desgraciadamente, la LOGSE se basa en criterios que contradicen el conocimiento científico sobre el desarrollo biológico, se ha comprobado que ha hundido el nivel educativo en España y, sin embargo, se sigue aplicando con entusiasmo 40 años después. Es una receta segura para el desastre.

La ciencia ha demostrado que no es tan importante la cantidad de neuronas, sino la cantidad de conexiones que se establecen entre ellas. ¿Cómo contribuye la educación temprana en la formación de estas conexiones?

Así es. Antiguamente se creía que, a partir de cierta edad, ya era imposible establecer nuevas conexiones. Esa realidad se ha matizado. Biológicamente es posible establecer nuevas conexiones prácticamente a cualquier edad. Lo que ocurre es que, en los primeros años, hasta los 7 o 10 años, es muchísimo más fácil. Un ejemplo sencillo: los chinos tienen 20 vocales y los españoles 5. En chino, la entonación de una vocal puede cambiar completamente el significado de una palabra. Esas sutilezas, para un oído entrenado sólo en español durante toda su vida, son prácticamente imperceptibles. Si queremos que un niño tenga la libertad de elegir si quiere hablar chino en su vida adulta, debemos darle la opción de desarrollar esas conexiones desde pequeño.

En el libro comentas que, en el conjunto de la educación, el colegio es solo un colaborador más. ¿A qué te refieres con esta afirmación?

El colegio instruye, pero no podemos olvidar que quienes educan son los padres. El colegio puede dar al niño formación académica y una oportunidad para aplicar en la práctica los principios que ha aprendido en casa: lealtad, respeto a la verdad, justicia, mérito, etc. Pero esos principios se asimilan en casa, y esencialmente por imitación. Merece la pena transmitirle en casa los hábitos, las capacidades y, sobre todo, los principios y valores que queremos inculcarle. Y, en cuanto sea posible, fomentar que desarrolle un criterio propio, fundamentado y razonado, que pueda mantener a lo largo de su vida y, si desea cambiarlo, que sea por una decisión libre y razonada, no por dejarse manipular o por la presión del entorno.

¿A qué recursos podemos recurrir los padres para estimular el desarrollo sensorial y cognitivo de nuestros hijos?

Todos los órganos sensoriales son importantes. A mi manera de ver, la prioridad de los padres debe ser que no se pierda ninguna capacidad potencial de sus hijos por desidia. Para mí, educar implica tres cuestiones esenciales: fomentar el desarrollo de todas las capacidades que puedan ser útiles al niño, rodearlo de afecto y enseñarle a percibirlo y transmitirlo, y darle un modelo a imitar, que quieran o no, van a ser los padres.

¿Cómo pueden los padres lograr implicarse más en la educación de sus hijos en un entorno donde es tan difícil la conciliación?

Los padres muy ocupados también pueden educar bien. Lo importante es que la calidad del tiempo que pasen juntos sea óptima. Es decir, no es tiempo para enchufarlos a una tableta. Es tiempo para transmitirles principios, valores, hacerles sentir queridos y mostrarles qué comportamientos son aceptables y cuáles no, como el respeto a los principios familiares y el rechazo de la traición o la mentira.

Uno de los temas más recurrentes en el libro es la importancia de la constancia y el afecto. ¿Cómo propone encontrar el equilibrio entre la exigencia académica y la creación de entornos afectivos?

No veo ninguna contradicción entre ambas cosas. El niño tiene que sentirse querido, pero en absoluto debe convertirse en un tirano familiar carente de obligaciones y al que todo se le permite. De la misma forma que los padres le cuidan, le protegen y le miman, él también tiene que hacer su parte. La educación se basa en premiar y castigar según el comportamiento. Premiar a un niño cuando no lo merece o no castigarlo cuando sí lo merece no es hacerle un favor, sino todo lo contrario. La exigencia académica es simplemente una de las virtudes que hay que inculcar desde pequeño, junto con el respeto a los demás, la lealtad y otras habilidades como las deportivas o artísticas. Es un componente más, pero un componente importante que constituye una de sus principales obligaciones durante su etapa formativa; si no cumple con esa obligación, no merece privilegios.

Según la ciencia, a los dos años, el grado de mielinización es suficiente para que el niño pueda empezar a leer. Sin embargo, la normativa suele marcar arbitrariamente que sea más tarde.

Así es, y no es sorprendente que los resultados de los exámenes PISA en comprensión lectora sean tan malos en España. Existe una realidad biológica que hay que tener en cuenta. La mayoría de las funciones biológicas se distribuyen de manera gaussiana. Es decir, el 95% de los sujetos se encuentran dentro de rangos de normalidad, un 2,5% por debajo y otro 2,5% por encima. Cuando decimos que los niños a los dos años tienen una estructura biológica suficiente para empezar a leer, eso significa que algunos lo harán un poco antes y otros un poco después, pero lo normal es que ya tengan esa capacidad a esa edad. Esperar hasta los seis años para empezar a leer es una locura.

¿En qué otros aspectos considera usted que el desarrollo biológico no confluye con las directrices del sistema educativo?

En muchos. Por ejemplo, agrupar a los niños estrictamente por edad es un planteamiento absurdo. Lo que debería importar es el nivel de desarrollo de cada niño, no su edad. Si unos niños tienen siete años, otros nueve y otros cinco, pero están en el mismo nivel de aprendizaje, deberían estar juntos, para competir y estimularse recíprocamente. Los adultos no nos agrupamos por edad, sino por intereses compartidos o capacidades; eso es todavía más importante en la infancia.