Cinismo e impunidad
Cuando los autócratas encuentran vías para continuar cometiendo todo tipo de fechorías no paran, más bien incrementan sus delitos. Eso está a la vista de todos cuando observamos cómo desde Venezuela, Cuba, Nicaragua, Irán o Rusia, se ejecutan acciones violatorias de los más elementales derechos humanos de las personas.
Las detenciones arbitrarias es el patrón de conducta que identifican y caracterizan a todos esos procedimientos; tal como los ha calificado oportunamente la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, dictando, Incluso, medidas cautelales a favor de las víctimas de tales rutinas, desde el Grupo de Trabajo adscrito a la Organización de Naciones Unidas. Las detenciones arbitrarias son apenas la punta del cuchillo que luego van clavando con las crueles torturas, hasta hundir la daga consiguiendo la muerte del detenido. Lo insólito es que esos dictadores no paran sus viles mecanismos persecutorios, desoyen las peticiones dictadas por esos entes internacionales que resguardan los derechos humanos de las personas que son violentadas y se muestran cínicamente como “inocentes damnificados de campañas sucias auspiciadas por los imperios contra los que luchan en defensa de los pueblos a los que se deben”.
El cinismo en su máxima expresión se pone de bulto cuando representantes de esas dictaduras sanguinarias logran colocar piezas suyas en los órganos internacionales creados con los fines de velar por la paz y por el respeto de los derechos humanos. Esos cuadros son patéticos y alarmantes. Ver cómo dirigentes castristas, o tentáculos de Vladimir Putin se valen de todo tipo de argucias para sentar en esos sillones de la ONU a delegados comprometidos con sus inconfesables despropósitos es realmente alucinante.
Matan en nombre de ideologías que no saben justificar, ni nada tienen que ver con esos desvelos que supuestamente ofrenden en sus luchas por el bienestar de la gente. Roban en nombre de falsas revoluciones. Lapidan a mujeres amparados en mantos religiosos. Secuestran y bombardean a mansalva, aparentemente reclamando derechos territoriales. Es un salvajismo de vieja data que se extiende de manera desenfrenada. Ante esos infortunios, las resoluciones de los entes internacionales lucen inocuas. Cada vez que se dicta una medida sancionando u ordenan de la captura de los perpetradores de semejantes monstruosidades, los destinatarios de tales castigos más bien se muestran arrogantes y desafiantes.
En Venezuela el dictador Nicolás Maduro se roba unos resultados electorales que lo sepultaron en las urnas electorales. No admite esa incuestionable y categórica derrota. Responde con su prometido “baño de sangre”. Ha detenido a más de 2.000 personas, incluidos menores de edad. Maduro, cínicamente, ha decretado “el adelanto de las navidades”, lo hace al mismo tiempo que mantiene en prisión al Niño Jesús, porque esas criaturas que encarcela, representan la figura que destaca en los pesebres que se instalan en los hogares venezolanos en tiempo de Nochebuena.
Lo cierto es que se producen actuaciones contradictorias en aquellas personas con responsabilidades relevantes a la hora de detener tales violaciones de los derechos humanos. Por ejemplo, la funcionaria madurista Delcy Rodríguez pisó tierra española a sabiendas de que estaba previamente sancionada. Esa viajera representa al eje del mal que sigue cometiendo los más horribles crímenes de lesa humanidad. Por otra parte, el operador que Maduro puso a ejecutar ese burdo fraude en las recientes elecciones venezolana, Elvis Amoroso, fue beneficiario del levantamiento de las sanciones aplicadas sobre él por la Unión Europea; fue un gesto de buena voluntad para tratar de que el funcionario madurista permitiera la presencia de la Misión de Técnicos Electorales de la UE en calidad de observadores en los comicios presidenciales. Hizo todo lo contrario. ¿Por qué no le han restituido esas merecidas sanciones a semejante violador de los derechos humanos? Es la pregunta que todos los que queremos paz y democracia en Venezuela nos hacemos diario.
@Alcaldeledezma
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