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Jorge Volpi: «La gente no cree que todo sea mentira, sino que la verdad es sólo la que ellos creen»

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Abc.es 
Jorge Volpi no habita su tiempo, lo radiografía. Lo hizo con su trilogía del siglo XX: abordó el mal en 'En busca de Klingsor' (Premio Biblioteca Breve, 1999); el poder y la enajenación en 'El fin de la locura (Seix Barral, 2004) y el derrumbe de las ideologías en No será la tierra (Alfaguara, 2006). Hay muchos más. Pero si existe algo como una catedral Volpi, se sostiene sobre esos tres libros. Sólo alguien como él podía aspirar —y, sobre todo, vencer— en la ambiciosa empresa de escribir una historia universal, no de la literatura, sino de la ficción. Se trata de 'La invención de todas las cosas' (Alfaguara), un volumen de setecientas páginas, ocho libros y siete diálogos que abordan la creación del universo, desde el punto de vista de la cabeza de un alfiler, el bing bang, hasta las ficciones del fin, la verborrea del Apocalipsis, la caja de Pandora. Ciencia, literatura, historia, derecho, filosofía, música y arte, todo mezclado en una narración tan ordenada como juguetona que rehúye a todo catecismo y que sumerge al lector en un viaje erudito, a la vez que osado, sobre cómo el ser humano usa las ficciones, los relatos, las historias como pinzas con las cuales conocer y experimentar el mundo. Bing bang de notros mismos En la faja que acompaña el ejemplar que llega en estos días a las librerías, el escritor Juan Gabriel Vásquez asegura que este libro, «extraordinario» asegura, «no existía en nuestra lengua». Lleva razón. Este ensayo remite a la casi extinta idea de que un libro puede ser urgente y necesario. Pues sí, en un momento de sobre impresión, este lo es. Aborda desde asuntos de actualidad, como por ejemplo la fijación del político mexicano con Andrés Manuel López Obrador con el pasado colonial hasta los reveses de Galileo o los persistentes dilemas socráticos. Debajo del edificio ilustrado en el que se mueve a sus anchas, resuena un hombre que escribe para comprender el mundo. Ganador del Premio Biblioteca Breve y el Alfaguara, voz contundente de la literatura contemporánea. A lo largo de su obra, Jorge Volpi ha tenido una vocación manifiesta de pensar en clave pública todas y cada una de sus historias. Para él, la novela ha funcionado como un artefacto intelectual que pone en marcha, siempre, algo más profundo: la relojería oculta que congrega a hombres y mujeres alrededor de las grandes ideas. —Historia de ficción, que no de la literatura, ¿cierto? —Me convertí en escritor y el lector gracias a 'Cosmos', de Carl Sagan, a los 12 años. Me marcó en todos los sentidos: cómo contar una historia, cómo mezclar realidad con ficción, literatura y ciencia. Ahí está el origen de todo lo que me interesa. Siguiendo esa tradición, la de Sagan y la de tantos otros que escriben libros que intentan contar la historia de la humanidad desde algún punto de vista, este libro intenta contar la historia de la humanidad a través de cómo ésta ha creado y vivido en medio de ficciones. —700 páginas, 8 libros, 7 diálogos —entre Platón y Kafka—. Vaya catedral. —Quería escribir una historia de la ficción, que también es una teoría de la ficción. Pero cuando iba escribiendo una historia de la ficción, que ya es una paradoja porque la historia misma es una ficción, me di cuenta de que también tenía que haber ficciones entreveradas. De ahí que en muchas partes existan guiños a distintos momentos del pensamiento humano. La estructura de ocho libros sirve para contar, digamos, desde el Big Bang hasta el fin del universo. O sea, una historia completa del universo como cosmos. Quería que los diálogos reflejaran muy claramente la ambigüedad de la ficción. —¿Lo verdaderamente catártico es lo verosímil, lo creíble? —Eso algo que concibe la filosofía griega, desde los presocráticos, y luego en Platón y Aristóteles. Pero también lo puedes ver como lo ve la neurociencia al crear una realidad a partir de los sentidos, que es otra forma de decir ficción. Los seres humanos no tenemos un contacto directo con la realidad, que yo sí creo que existe. Lo que ocurre es que necesitamos mecanismos para acceder a ella. Eso es la ficción. —¿Cuándo surgen verdades simultáneas? —Ya existía desde los griegos esta idea que va a ir acercándonos a la ciencia. Sin embargo, no explota hasta el Renacimiento. Galileo necesita la idea de esta doble verdad para decir que la verdad revelada es verdad y la ciencia también es verdad. Si no coinciden es porque debe de haber un error. Muy platónicamente, porque Galileo todavía cree que la verdad es sólo una. A partir de ahí vamos a encontrarnos ese doble relato, el que va dando la ciencia y luego el que van dando todas las otras ficciones, a veces religiosas y a veces ideológicas, que van a ir cruzándose en la historia de la humanidad. —En el capítulo del derecho se explaya también en la idea de ficción. —En el capítulo del derecho romano aparecen simultáneamente Gilgamesh y el código de Hammurabi. Porque la única manera de entender al ser humano es justamente la combinación de Gilgamesh con el código de Hammurabi. Es decir, la ficción, que es lo que finalmente da orden al mundo, y que también ordena la realidad desde lo jurídico. —¿El derecho es relato? —Tanto Hammurabi, o todos los legisladores anteriores, y luego ya el derecho romano, crean ficciones. ¿De qué tipo? Hay varias. La propiedad privada, ¿de dónde surge la idea de que una cosa puede ser de una sola persona? Otro ejemplo. Los lazos familiares: a partir de la tradición y de un pacto, que es la que hace marido y mujer a dos contrayentes. La legislación, sobre todo penal, funciona a partir de ficciones. Cuando un legislador no quiere que se hagan ciertas cosas, crea relatos 'si tú mientes y acusas a alguien de ser brujo sin serlo tienes 10 azotes'. —¿Cuál es el límite del relato? —No estoy ni estaría de acuerdo en esta posición idealista al extremo, que también las hay ahora, en donde sólo existe el relato, solo existe la conciencia. Existe lo real. Ahora, nuestra relación con lo real es siempre a través de ficciones. La ficción no es equivalente de mentira, porque si mentira es lo contrario de la verdad, la ficción es lo único que tenemos para construir las verdades parciales y transitorias con las que podemos vivir. —La ficción tiene mecanismos y ambigüedades cada vez menos comprendidas. —La naturaleza misma de ficción, que es lo que nos hace humanos, implica un juego. Como todo juego en el que participas, puedes enojarte, pero no deja de ser un juego. Vivimos en una época paradójica. Supuestamente vivimos en la posverdad, pero mucha gente cree tener otra vez verdades absolutas, incompatibles con las de los otros, sin darse cuenta de que son ficciones. Eso produce una radicalización. —¿Qué exactamente? —No necesariamente porque la gente crea que todo es mentira, más bien creen que lo único que ellos creen es la verdad, tan verdad que si el político de su corriente miente, no importa porque hay detrás una verdad esencial mayor. Creer que todo es ficción está en nuestra naturaleza. Lo único que existe son múltiples puntos de vista y que sólo podemos continuar viviendo socialmente y dándole orden y estabilidad al mundo oyendo los otros relatos, oyendo los que dicen los demás, no creyendo que yo tengo la verdad y el otro está necesariamente equivocado. —Lo cronológico no supone evolución, ¿o sí? No somos más sagaces por ser más modernos. —Cada época es autosuficiente en sus ficciones. La ficción no es un concepto positivo, es un concepto neutro, porque hay ficciones que nos han hecho avanzar, crecer, cooperar, formar sociedades cada vez más complejas, crear obras artísticas deslumbrantes, pero también hay ficciones que son todo lo contrario, que son las que han provocado barbarie, discriminación, guerra. La ficción en sí misma no es maravillosa. A veces es criminal y terrible. —Hablado de ficciones, ¿qué opina del Nobel de Literatura? —Es una ficción también útil. La ficción de que descubre autores, la ficción de que consagra autores, o la ficción de que premia autores. Y de que quien gana el Nobel es alguien que merece ser leído. Pero si ves la lista desde el principio, cerca de la mitad son autores ya muy pocos leídos. Y si ves las ausencias, pues también el relato queda con una enorme cantidad de huecos. Como decía Borges, la de Suecia es una academia local que da un premio global, parece que les gusta hacer juegos también. Deciden premiar a Bob Dylan como una especie de juego y ahora deciden premiar a una autora, digamos, tan joven, con una obra que no es particularmente extensa. Siguiendo esa lógica, ¿por qué no se lo dieron a Rulfo? —En una época exacerbada en las identidades y las causas, ¿qué fue de la literatura en español? —La literatura latinoamericana es también una ficción. ¿Qué nos une a todos los escritores de América Latina? Algunos ya ni siquiera escriben en español, si uno piensa ahora en Valeria Luiselli, Labatut, o en Hernán Díaz, que ahora escriben en inglés, pero al mismo tiempo son latinoamericanos. Otros escriben en lenguas indígenas. Ya ni siquiera es la lengua. Entonces, ¿qué es? ¿Una cierta tradición común? Hasta cierto punto, porque cada vez más los autores de cada país no conocen a los escritores de la tradición de los otros países. Circulan solamente unos cuantos autores de país a país, a veces por razones literarias, a veces por razones extraliterarias. ¿Qué significa ser autor latinoamericano? Pues no otra cosa más que la ficción. — Europa es, también, una ficción. —Pero es de las ficciones más útiles que se han creado en el siglo XX. La Unión Europea es una ficción de cooperación y de eliminar diferencias a favor de los derechos y comunes. Ojalá esa misma ficción la hubiera en América Latina, una ficción que realmente otra vez nos englobara a todos y que fuera más abierta, más incluyente y más democrática. — ¿Populismo, propaganda, posverdad? —Vivimos una época donde no importa que haya muchos datos que desmantelen el relato. La gente prefiere el relato.