Crítica de «La sustancia»: ¿Dónde está mi cuerpo? ★★★ 1/2
Cuando Barbara Creed acuñó su célebre teoría sobre «lo monstruoso femenino» en los años ochenta, fuertemente arraigada en el psicoanálisis y en la idea de lo abyecto según Julia Kristeva, admitió que el concepto servía mucho más para hablar de los miedos masculinos que para definir una nueva subjetividad femenina. Si algo ha cambiado en el «body horror» dirigido por mujeres en el siglo XXI es, precisamente, que estas películas entienden a la mujer monstruosa no como la expresión del pánico a la castración freudiana sino como la manifestación de un deseo que entiende el cuerpo como origen de una experiencia que pone en circulación sus afectos, en tensión con el sistema heteropatriarcal. Así hay que entender la revolución del cuerpo femenino de «La sustancia», como una reacción química contra el edadismo, contra la dictadura de la belleza, contra los físicos normativos establecidos por el escrutinio público. Coralie Fargeat literaliza su discurso feminista, no con demasiada sutileza, a partir de una fábula que vincula el tropo clásico del «doppelganger», levitando cerca del «William Wilson» de Poe y de «El retrato de Dorian Gray» de Wilde, con las imágenes revulsivas del «splatter» de la Troma, o del cine de autores tan poco legitimados en Cannes (donde ganó el premio al mejor guion) como Frank Hennenlotter y el Brian Yuzna de «Society». En ese sentido, hay que relativizar la originalidad de «La sustancia» sin quitarle mérito a la osadía que supone trabajar con un imaginario hecho de pieles elásticas, supurantes y explosivas en tiempos tan propensos a la asepsia. Una de las virtudes de la película de Fargeat es que funciona como un ensayo sobre el modo en que el valor icónico de una estrella femenina soporta el paso del tiempo. En ese sentido, la descarnada entrega de Demi Moore es fundamental para enriquecer el discurso de la película. Interpretando a una estrella en declive, que vive marginada de la primera división del estrellato cuando ni siquiera se le permite liderar un programa televisivo de «fitness» à la Jane Fonda, Moore abre en canal ese agujero negro de su carrera en el que algunas actrices de su generación se hacen invisibles. La actriz de «Ghost» ofrece un autorretrato conmovedor, por lo sincero, de su desubicación en un mundo en que hay que ser belle sin arrugas, sometida a la votación despiadada de la masa.
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LO MEJOR
Demi Moore, por lo que añade su presencia al discurso feminista
LO PEOR
Es menos original de lo que pretende si conocen a Brian Yuzna y la Troma
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