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Crítica de «The Apprentice. La historia de Trump»: Mefistófeles traicionado ★★★

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Si todos los superhéroes se parecen, todos los supervillanos lo son cada uno a su manera. Por eso la historia de sus orígenes siempre resulta, al menos en teoría, más atractiva, sobre todo cuando al villano en cuestión le puede faltar un mes para ocupar, por segunda vez, la Casa Blanca. El problema con Trump es que entendió desde muy joven que la eficacia de la maldad depende de su don de la ubicuidad, de su omnipresencia en el imaginario colectivo. Da la impresión, pues, de que todo lo sabemos sobre él, cuando tal vez sea lo contrario, porque se trata de un ídolo ¿de barro? que parece haber entendido su imagen como una superposición de «fake news», una identidad que es, en sí misma, un meme imposible de desencriptar. De ahí el reto que supone abordar una figura tan esquiva en su totalitarismo mediático, en su exceso de imagen, sin que lo que pensamos de ella, su carga ideológica, empañe la génesis de su relevancia no tanto en el mapa geopolítico mundial sino en la cultura popular. La estrategia que sigue «The Apprentice», que toma prestado su título del «reality» que el propio Trump presentó en la cadena NBC en 2004, es contar cómo se convirtió en el payaso loco que conocemos gracias a un Mefistófeles llamado Roy Cohn, un abogado sin escrúpulos que, a finales de los setenta, movía los hilos secretos de los negocios sucios de Nueva York como un Mabuse vestido de yuppie. Ali Abassi muestra una gran habilidad a la hora de retratar una época en la que todo parecía permitido cuando hablamos de especulación urbana regada en dólares corruptos, aunque resulta demasiado fácil y maniqueo el contraste entre el auge de Trump y el declive de Cohn, que acabó muriendo de sida cuando la enfermedad era un estigma social. Esa estructura narrativa pretende demonizar a Trump, cuyo ego crece en progresión geométrica a su éxito económico y a los cadáveres que va dejando a su paso (incluidos su hermano y su esposa Ivana), mientras victimiza a Cohn, cuando está comprobado que este era un tiburón de la misma especie que su aprendiz. Así las cosas, la película se fuerza a subrayar una publicitada villanía a costa de blanquear a una figura discutible sin que el retrato que hace de Trump –más allá del notable trabajo de Sebastian Stan– aporte nada novedoso.

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LO MEJOR

El retrato de una época tapizada con dinero corrupto y el trabajo de Sebastian Stan

LO PEOR

Lo que aporta sobre Trump no matiza ni enriquece una figura modelada por su ubicuidad mediática

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