Miedo a Donald Trump acelera nacionalización de mexicanos en EU
Al mexicano lo empuja el miedo a la hora de convertirse en ciudadano estadunidense. Gente que, asustada por la retórica antimigrante, no le queda más remedio. “No quería, pero va a llegar Trump”, justifican.También lo hacen mujeres y hombres que caen en crisis económica o padres que quieren evitar una separación familiar, estudiantes que quieren un futuro, víctimas de violencia doméstica…En todo caso, siempre está como telón de fondo el pánico a la deportación. Al frente, tantas razones como personas: un enamoramiento, un reto personal o profesional, garantizar su permanencia en el país o simplemente “para que no me hagan menos”, cuentan en entrevistas con MILENIO activistas, abogados y ciudadanos.Desde luego no es lo mismo tener la residencia que la ciudadanía. La primera hay que renovarla cada 10 años, volver al país cada cierto tiempo. La segunda, por el contrario, es para siempre: incluye garantía social y económica y se puede vivir en cualquier parte del planeta sin la obligación de regresar.La estadística del Departamento de Seguridad Nacional (US Department of Homeland Security) registró que casi 2.5 millones de personas de origen mexicano adquirieron la ciudadanía en los últimos 20 años. Esto es, un promedio de 125 mil cada año, 10 mil 400 cada mes, 350 cada día.Las cifras representan el 31% del total de 7.7 millones de personas a las queEstados Unidosabrió las puertas a la nacionalización, según el registro público en 2023.Un análisis de esa data permite ver, además, que en los periodos de más apuros económicos o sociales en Estados Unidos, los mexicanos que ya contaban con la residencia corren a nacionalizarse gringos.En el 2008, por ejemplo, en plena desestabilización económica de aquel país por la burbuja inmobiliaria, se registró el pico más alto de mexicanos que lograron la ciudadanía en dos décadas con 231 mil 815 personas, o sea, más de 19 mil mensuales.Sucedió algo similar tras el histórico discurso de Donald Trump en 2016, cuando tachó a los migrantes mexicanos de “asesinos” y “violadores”.Hasta ese año se volvían estadunidenses alrededor de 100 mil mexicanos. Al año siguiente pasó a más de 118 mil; en 2018, casi llegó a los 132 mil y el interés no volvió a decaer, salvo en 2020 por las restricciones de la pandemia. Y luego volvió a repuntar.“La mentalidad ha cambiado y nos da mucho gusto: antes, las personas mayores aunque estuvieran viviendo en Estados Unidos 20 o 30 años, seguían siendo residentes y con eso se conformaban. Decían, ‘¿para qué me hago ciudadano si lo que quiero es volver a México?’, pero poco a poco han visto que la ciudadanía sí protege a la persona y a la familia”, observó Francisco Moreno, director ejecutivo del Consejo de Federaciones Mexicanas en Norteamérica (COFEM).Desde su fundación en Los Ángeles, hace 22 años, COFEM se dio cuenta de que la comunidad mexicana tenía la necesidad de recibir apoyo en los trámites para la ciudadanía a fin de evitar fraudes y abusos. Actualmente, tiene a cinco personas acreditadas ante el Departamento de Inmigración y el Departamento de Justicia para hacer este tipo de trámites a favor de los interesados: empezaron con 400 casos al año; actualmente atienden a cerca de mil 500 y calculan que este año se duplicará el interés.“Aunque demócratas y republicanos deportan por igual, el discurso de Trump asusta mucho”, percibe Moreno.Fue, regresó y volvió por la familiaCuando empezó la labor de parto de Doris Díaz, en Atlanta, llamó a su esposo que se encontraba en Oaxaca. Lo había conocido casi 10 años atrás, cuando él llegó a vivir a Estados Unidos sin papeles. Ella era ciudadana estadunidense por ser hija de un beneficiario de la amnistía a indocumentados estadunidenses que otorgó Ronald Reagan en 1986.Se enamoraron, pero Raymundo Gopar tuvo que volver a México empujado por la falta de empleo debido a la crisis inmobiliaria de 2008, la más grave desde la Gran Depresión que dejó a millones sin casa ni fuentes de empleo.“Todos me decían que en Estados Unidos se ganaba dinero por montones y de pronto no había nada de trabajo, no solo en la construcción, donde yo trabajaba, sino en ninguna parte”, recuerda Raymundo en entrevista con este diario. “Por eso decidí subir mis cosas a la camioneta que tenía y me fui con algunos otros paisanos”.Doris se quedó en Estados Unidos, pero no de brazos cruzados. Buscó empleos temporales que le permitieran ahorrar dinero para ir a ver a Raymundo a Ejutla de Crespo, donde se casaron casi una década después, en el verano de 2019.“En ningún empleo fijo me iban a dar permiso, de vete y regresas sin problema, y por eso buscaba cualquiera que me permitiera salir”, explica ella, quien de aquel lado del río Bravo asistía a empresas contables o abogados, vendía cosméticos, químicos para el cabello o cualquier cosa; en este lado, disfrutaba de la vida campirana y de su novio. Así fue durante cinco años hasta que, en la fórmula binacional, quedó embarazada en México y se enteró de ello en Georgia. “Para ahorrar dinero, decidimos que me iba a quedar en Atlanta prácticamente todo el embarazo, hasta que naciera, pero era muy complicado, tenía el apoyo de mi mamá y familia, pero sentía que algo me faltaba: toda nuestra comunicación era por el teléfono, mensajes, videollamadas”, recuerda Doris. En una de esas conferencias, le anunció a su marido que tenía contracciones y que ya iba hacia el hospital, pero se interrumpió la comunicación y Raymundo no supo más hasta que le llegó la foto de su hija. Entonces supieron que era tiempo de hacer algo para estar unidos y empezaron los trámites para que él fuera a Estados Unidos.Pasaron tres años para que él pudiera entrar legalmente. “Es muy difícil aguantar eso, prácticamente no puedes hacer una vida allá ni la puedes hacer acá, estás como en el aire, te venden una ilusión ya casi, ya casi y así pasan los años y comienzas a desesperarte”, comenta el oaxaqueño.No cualquiera puede nacionalizarseEl proceso para la nacionalización estadunidense no es un asunto sencillo. De acuerdo con las cifras oficiales, al mexicano le toma en promedio 10 años.“Obtener la ciudadanía estadunidense no es una posibilidad para todos; existen requisitos específicos y criterios que deben cumplirse para acceder a este beneficio”, explica Luis Ochoa, director de Operaciones de MEXUS Migración, firma de abogados especializada en asesoría migratoria.Las vías son pocas: por matrimonio (muy) verificado, por ser hijo de ciudadano, por violencia doméstica o por algún proceso derivado de alguna protección de asilo o refugio. En todos los casos, se debe ser primero residente permanente por al menos cinco años.Raymundo Gopar entró legalmente a Estados Unidos en 2017 y logró la ciudadanía hasta septiembre. Pudo lograrlo antes, dice, pero como Doris pasaba cuatro o cinco meses en México perdía tiempo para avanzar en los trámites o para empujar a los abogados.“Me pude haber quedado con la residencia, pero yo quiero ser parte de la vida política aquí [en Estados Unidos], votar, además, no quería que me siguieran haciendo menos, cuando eres ciudadano te tratan de otra manera”, resume Raymundo.La cereza del pastel vendrá los próximos meses, cuando pueda crear su empresa de servicios de construcción en conjunto con Doris y darle un mejor futuro a la niña de quien se perdió su alumbramiento y los primeros días.Sobrevivió a dos infiernos Una mañana de 2018, apareció muerto un militar enfrente de la casa de Blanca Estela Ibarra. Justo enfrente de la ventana del cuarto de su hija. Empezaba el periodo más oscuro de Zacatecas, tiempo de balaceras y bloqueos, colgados, muertos, desaparecidos. Absolutamente, cada paso de la vida de la población estaba marcada por la desazón y nadie estaba exento.En una ocasión madre y adolescente tuvieron que salir del cine por una amenaza de bomba; en otra, quedaron atoradas en el tráfico derivado de un narcobloqueoy el riesgo de quedar en medio de un fuego cruzado.“Hablé con mi pareja de lo que estaba pasando y decidí mudarme con mi hija a San Diego, porque él es ciudadano estadunidense”, describe Blanca Estela en conferencia telefónica.Allá se casó y recibió un permiso de trabajo. Todo iba en orden salvo por la preocupación de ver a su familia afectada por la hecatombe de la inseguridad, situación que iba de mal en peor.A pesar de haber crecido en Zacatecas, los Ibarra no eran una familia con tradición migratoria. Blanca Estela fue la primera y no lo hubiera hecho si la fiesta hubiera estado en paz: en ese estado de la república había sido abogada, reportera de televisión, funcionaria pública y presidenta de un consejo de cultura. O sea, tenía un buen nivel de vida, pero “no iba a permitir que mi hija creciera en medio de la violencia”.Ironías de la vida, ella encontró en California otro tipo de agresión: de su propio marido quien, tras un accidente automovilístico, se volvió adicto a pastillas que lo ponían agresivo. “Fui a Estados Unidos a buscar la tranquilidad y en mi propio hogar encontré el infierno”.En una de esas tundas, fue a un centro de salud comunitario y un doctor se percató que necesitaba ayuda, le recomendó ir al Centro de Migración para Mujeres y Niños en San Diego, donde le podrían brindar información gratuita. Había un problema: Blanca Estela tenía residencia temporal condicionada al matrimonio. Pero, al ser víctima de violencia doméstica, empezó el trámite por ese camino mejor conocido como Visa U, una de las vías más comunes para las mexicanas.Con la aprobación de la Ley de Violencia contra la Mujer de 1994 (VAWA) y sus posteriores reautorizaciones, el Congreso proporcionó a los no ciudadanos que han sido maltratados por su pariente estadunidense, o residente, la capacidad de solicitar un proceso de legalización sin consentimiento o participación del abusador.En ese sentido, Blanca Estela tenía un historial sin muchas complicaciones: contaba con visa de turista, iba y venía entre Zacatecas y San Diego y llegó a vivir legalmente gracias a su matrimonio. Y como luego fue agredida, era candidata ideal para aplicar la ciudadanía.Por eso en 2014, cuando cumplió cinco años de residente, se puso a estudiar. El examen de naturalización consta de dos componentes en inglés, sólo es en español para los mayores de 50 años.La primera parte es sobre la historia del país y la otra es de educación cívica. Los solicitantes que no aprueben uno o ambos componentes del examen, tienen una segunda oportunidad para corregir en donde fallaron, llamada reexamen.Tanto Blanca Estela como su hija lo lograron a la primera. Esta última estudia actualmente Ciencias Políticas con una especialidad en Derecho Internacional en la Universidad de California San Diego.Mientras la madre es instructora bilingüe en High School (secundaria) para hispanos, principalmente mexicanos que no entienden el inglés. Enseña matemática, física, historia del mundo y de la Unión Americana.RM