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Los temberma en Togo, o cómo vivir durante tres siglos a la espera de que regrese el yihadismo

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Los primeros humanos que se sabe con certeza que habitaron el valle de Koutammakou llegaron aquí hace trescientos años. Puede ser que cien mil años atrás vivieran otras comunidades en el mismo lugar, hace cincuenta mil años, hace tres mil años, en un tiempo olvidado, personas que nunca volveremos a ver y cuyas increíbles historias desaparecieron con una tradición oral extinta. Lo único que se sabe con certeza es que los temberma llegaron a Koutammakou en algún suspiro del siglo XVII.

Que lo hicieron para huir de las yihad desatadas por los fulani y que arrasaban entonces la región con un manto de tradición islámica que procuró dar muerte a ídolos de los temberma. Huyeron a zonas de las actuales Togo y Benín para salvar su vida y la de sus ídolos, traídos desde sur de la actual Burkina Faso y zonas de Ghana sobre las que dominaron o establecieron un señorío las diferentes familias peul o fulani que se extendieron en el África Occidental entre los siglos XVII y XIX.

Hablamos de otra época. La esclavitud está de moda y las razias de los fulani hacen un buen botín para los esclavistas blancos de la costa. Esto hace que exista un factor interesante a tener en cuenta: si los esclavistas se lucraban de los pillajes de los yihadistas fulani, ¿quiere eso decir que los esclavistas financiaban el yihadismo en el siglo XVII?

Pues va a ser que sí. Hablamos de otra época y Europa financiaba de forma indirecta el yihadismo, si consideramos los términos estrictos. Los temberma escapaban entonces para salvar a sus ídolos pero también de la ira piadosa y lucrativa de los fulani, que habían probado el sabor de los reales de a ocho y de la pólvora que pagaban tan bien. Pero hoy no cabe hablar de por qué la moneda más valorada en Occidente durante la época esclavista fuera la española, hablamos de cómo los fulani expandieron un terror moderno que no llega a lo contemporáneo pero que se asemeja vertiginosamente al cuento que envuelve en la época actual a las comunidades peul y fulani del Sahel. Porque los peul y los fulani de hoy también son acusados de terrorismo islámico por la voz popular, porque son muchos peul y fulani entre quienes engrosan las filas de la guerra religiosa en el Sahel; incluso (no pocas voces) dicen hoy que Francia en particular y Occidente en general subvencionan a los yihadistas.

Tampoco puede decirse que todos los yihadistas son peul ni que todos reciben dinero europeo, pero puede decirse que el Jörmungander sigue mordiéndose la cola y que estamos viendo la historia de siempre… o eso piensan algunos. Y cabe imaginar a los temberma del siglo XVI como los refugiados de entonces, en una época donde los refugiados importaban tres cominos si no era para esclavizarlos. Tuvieron que huir y buscarse la vida ellos solos, sin oenegés que les esperaran al otro lado de la valla con cuencos de arroz y bidones de agua potable, sin redes sociales que hicieran de altavoz para su drama, sin periodistas, solos. Al final, la esclavitud fue abolida en un triunfo de la moral y los yihadistas fulani dejaron de ser útiles a los peces gordos de Europa, se convirtieron pronto en un incordio y murieron.

No hicieron falta muchos años hasta que los blancos ocuparon los que fueron reinos fulani. Pero los temberma ya se habían movido a Koutammakou cuando los fulani fueron derrotados y hacía décadas que se asentaron y allí decidieron quedarse. Gracias a esa tozudez a destiempo, sus territorios son ahora considerados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La tozudez es patrimonio de la humanidad cuando viene acompañada de tradición y campos extensos que los temberma dedican a la agricultura de subsistencia.

Es formidable ir a visitarles hoy. Los temberma son por lo general sujetos amables, muy inclinados hacia sus costumbres y enormemente pacíficos, uno puede beber con ellos y entrar en sus casas para verlas por dentro. Sus casas, o sus castillos en diminuto. Casas como la que aparece en la fotografía que enmarca este artículo, construidas específicamente para la vivienda de personas y animales y para procurar su defensa ante un enemigo que puede volver mañana. Aparte de su apariencia fortificada, cabe a señalar que de entre sus paredes asoman agujeros hechos a propósito “para disparar las flechas”, similares las aspilleras de los castillos medievales en Europa, y se dice que las casas distan el alcance de una flecha unas de otras. Así conseguirían cubrir un área mayor durante un eventual ataque. Aunque las casas-fortaleza no son muy viejas, las más tendrán sesenta años, requieren cuidados constantes y suponen un pequeño orgullo para los hombres que las construyen con sus propias manos para albergar a sus familias.

Pocas o ninguna tienen electricidad. Dentro, uno encuentra a mediodía sombras entre los hilos de luz que entran por las estrechas ventanas, una oscuridad predominante y mezclada con los ancianos que ya no pueden valerse por sí mismos y que esperan pacientemente a morir. La vida en las comunidades de los temberma, como en tantas zonas de África, se hace fuera de casa porque el hogar sirve para que duerman las bestias y los humanos solo por durante la noche, sirve para almacenar riquezas y defenderse del enemigo, nada más; el hogar es un instrumento de supervivencia que escapa a los precios del mercado inmobiliario togolés. Un detalle particular de cada familia. Tener luz o una nevera inteligente no entra en el modelo de desarrollo que los temberma han escogido para continuar con las costumbres de sus antepasados.

Frente a cada casa pueden apreciarse pequeños conos colocados en hileras. Algunos tienen las puntas manchadas de la sangre y de las plumas de la gallina que sacrificaron a los dioses en la mañana anterior. Estos conos hechos de barro, sencillos en apariencia, esconden la metáfora de los dioses que los temberma se llevaron consigo para salvarlos de los fulani. Son la razón que sostiene la historia cambiante y fortificada de los temberma, la única seguridad que despeja sus incógnitas. Estos altares colocados frente a los hogares ofrecen protección a los vivos de la misma manera que rinden pleitesía a los muertos.

Es evidente que algunos temberma han optado por ingresar en los hogares modernos, trasladándose a otras ciudades togolesas, aunque no son muchos, ni mucho menos la mayoría de ellos, porque puede encontrarse en el núcleo de su comunidad un profundo sentido de las tradiciones que iría más allá de comodidades como la luz y el agua corriente. Viven en una tierra donde el yihadismo vuelve a asomar con hambre, atacando de manera cada vez más frecuente el norte de Togo y arrancando vidas a su paso entre que provocan enormes flujos de desplazados en toda la región.

Como detalle añadido, desde hace escasos años que empiezan a desplazarse nuevamente a los territorios de los temberma comunidades de ganaderos peul (fulani) que traen consigo sombras del pasado. No deben confundirse los peul ganaderos con los peul que se han unido a las filas del yihadismo, aunque la parte pacífica trae consigo vacas y cabras cuya alimentación no encaja necesariamente con los medios agrícolas de los temberma. Al ser cuestionadas las autoridades tradicionales a este respecto, su respuesta es conflictiva. Por un lado, su actitud hospitalaria y amable con el extranjero les obliga a dar una segunda oportunidad a los descendientes de quienes les expulsaron de su lugar de origen; por el otro, existe una sombra que planea sobre ellos y que les susurra que la historia puede repetirse en cualquier momento. Que deben de estar alerta. Las discusiones entre los fulani y los temberma por cuestiones de tierras son hoy anecdóticas, aunque amplificadas en cierta medida por el megáfono del recuerdo y el temor a que se repita. Cada discusión alimenta el miedo que puede llevar al conflicto en un futuro no demasiado lejano.

Pero aquí lo tienen claro: si vuelven los yihadistas a por ellos, o si las discusiones con los ganaderos se salen de tono como ocurre en Nigeria, esta vez no huirán, lo tienen claro, lucharán y morirán si hace falta por su tierra. Dispararán todas las flechas que han ido guardando y expondrán su pecho al agujero de las balas. Sus casas, sus vidas y ellos mismos son una respuesta al trauma de sus ancestros, pero han aprendido la dura lección que les trajo el sudor de la tierra: que huir no sirve de nada. Que la vida es dura siempre.