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Fernando Ojeda (Reforest Project): «El bosque te enseña a bajarle cuatro velocidades a todo»

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Abc.es 
Aunque se dedica a plantar árboles , y probablemente lleva cientos de miles en los seis años de andadura que tiene la fundación, ReForest Project, que creó para ello, Fernando Ojeda (Granada, 1980) asegura que jamás los ha contado. Para él, su labor va mucho más allá de un número y se acerca más a una misión para dejar el mundo que habitamos igual, o mejor, a sus dos hijas. Ellas son su motor y su nacimiento activó en él una especie de interruptor oculto que lo llevó a dar un vuelco total a su vida: hasta entonces, era empresario de hostelería, propietario de algunos de los clubs nocturnos más conocidos de Madrid como Nells, Gunilla o el Callejón de Serrano. Reconvertido en alguien diurno, que cambió los locales cerrados por los bosques y la oficina por la pala, está convencido de que los árboles son «auténticos alquimistas» y la «única máquina perfecta que no necesita ser enchufada». Bucea, pesca, hace surf y monta a caballo, y ahora también es pastor de ovejas en un antiguo palacete familiar derruido que está recuperando como vivero forestal, almacén y segunda sede de su proyecto sin fines de lucro. En un claro en la sierra de Guadarrama, en el entorno que ahora domina, Summum se toma un café con....Fernando Ojeda: ¿Por qué plantar árboles? El motivo lo estoy descubriendo según lo hago. Realmente, cuando empecé no tenía ninguna razón para hacerlo, no había inspiración u objetivo, simplemente me llamó algo a hacerlo. El detonante para mí fue querer cambiar de paradigma en mi vida. Tantos años como empresario de la noche y trabajando en moda me distorsionaron bastante el concepto de ser humano, te robotizan, te meten en unas espirales de ambiciones desmedidas, de competencia, de vanidad, que suele ser lo que rige ahora el pulso del mundo. Yo me vi de lleno en ese huracán, y cuando fui padre por primera vez sentí la necesidad de hacer algo diferente, fuera de ese prisma, de esa vorágine. La ambición desmedida se convierte en avaricia, nos vamos reseteando y metiendo en ese espíritu sin darnos cuenta, queremos ser el número uno, más en todo. Cuando fui papá me di cuenta de que esa no era la imagen que quiero dar. Siempre fui una persona cariñosa y amistosa, pero ser padre es un nivel diferente, debes ser referente de alguien, su guía, esa persona, sobre todo en sus primeros años, te va a observar e imitar y quería que mis hijas me viesen de otra manera. Me puse a plantar árboles porque era lo que había vivido de niño, en las plantaciones madereras de mi familia en Granada con las que me he criado. Y entonces comenzó a desvelarse el sentido de ello. Hasta que no planté unos cuantos no lo vi. Ahora ya entiendo, cuando echo la vista atrás, cuando veo los bosques que he plantado en estos seis años, que han crecido y tienen vida, que, como al tener hijos, de alguna forma así tu espíritu se convierte en inmortal, porque dejas un legado, una huella que vale mucho más que una placa o el nombre de una calle. Da mucha tranquilidad dejar un bosque, saber que tu descendencia va a disfrutar de él, de un mundo mejor.   ¿Y cómo se te ocurre dar vida a un proyecto con esto y en forma de fundación? Como me conozco, cuando decido dar ese paso lo hago ya con la fundación. Como humanos que somos, solemos tener ideas o propósitos que luego se quedan ahí, en intención, por cosas como «no tengo tiempo, ahora mismo no puedo, lo intenté y no funcionó, es algo bonito pero hay que ser realistas», etcétera. Así que me dije, vamos a hacerlo a lo complicado, vamos a empezar la casa por el tejado, para que luego no puedas decir «no me puedo ocupar». Otra de las grandes lecciones que podemos dar como padres y madres es tener constancia, creer en ti mismo, terminar lo que acabas y asumir todas las consecuencias, así que me propuse no dejar que ni la vaguería, ni los mensajes negativos, ni las inseguridades de los demás me lo impidieran. Lo estructuré directamente como una ONG, con todo lo que supone de papeles, licencias, permisos, burocracia, para tener todo listo una vez que metiera la primera pala en el primer terreno público y que nadie, ni yo mismo, me pudieran parar. ¿Cuántos árboles lleváis? No llevo la cuenta, cientos de miles. Pero no los cuento, porque para mí la cantidad no es un objetivo. Si fueran cien, estaría igual de orgulloso. ¿En qué te ha cambiado dedicarte a esto? Ha habido muchísimos cambios. El primero ha sido coger la perspectiva de lo que mencionaba antes, la competitividad, la presión social y la ambición. Esto me ha relajado mucho, no solo la mente. Mi propia energía, mi propio espíritu, mi propia alma se han calmado muchísimo. Me ha dado un prisma nuevo para jugar en la vida, como se dice, para disfrutar, aportar y entender a la naturaleza. He aprendido a tomarme mi tiempo, escapar de toda esta locura de la inmediatez y la rapidez. El bosque te enseña a bajarle cuatro velocidades a todo, a ir a otro ritmo, a sanar muchísimo por dentro, a quitarte inseguridades también y sentir que eres capaz de hacer las cosas sin necesidad de la aprobación de los demás. Voy descubriendo las lecciones en el camino, las voy saboreando. Y las que me quedan.   ¿A qué se dedica hoy Reforest? Es una ONG dedicada a la reforestación y al cuidado del medio ambiente. Ese fue su origen y es la punta de lanza. Nuestra diferencia es que actuamos ante problemas, situaciones o circunstancias que tienen lugar en terrenos públicos y que no consiguen una subvención o los fondos para poder ser subsanados, porque hay otras prioridades mucho más urgentes. Nosotros buscamos financiación para que se pueda enmendar lo ocurrido, unimos esas ganas y necesidades privadas de actuar con las necesidades públicas. Este es nuestro elemento Tierra, el que hacemos en invierno, cuando es la ventana de plantación. El primer año no hice nada más, luego vi que no podíamos quedarnos quietos con todo lo que hay por hacer, y en primavera añadimos los elementos Aire, en el que nos dedicamos a activar y fomentar las polinizadoras y las estaciones de insectos en los bosques que hemos planteado, y Fuego, enfocado en prevenir los incendios con la introducción de ganadería regenerativa. Luego, durante todo el verano, estamos con el elemento Agua, con la limpieza de ríos y mares y la reforestaciones de posidonia. También has añadido un área a la que llamas Alma. Todas estas patas o pilares se crearon de forma totalmente orgánica según íbamos avanzando, este también, que afecta a todos los otros. En lo técnico, nos dimos cuenta de que muchas de las reforestaciones se hacían de forma lineal, eficiente, productiva, en cuadrículas limpias, pero la naturaleza no actúa así, sino que vive en la teoría del caos, de la aparente anarquía, de la mezcla de especies. Si existe algún parámetro o comportamiento que se pueda vislumbrar, aunque nosotros no lo veamos con nuestro ojo, es la espiral, el número áureo, son bosque circulares con corazones. Esa es el alma que nosotros implicamos en nuestras reforestaciones. No plantamos árboles, hacemos 'rewilding' o 'reasalvajamiento' de los terrenos, pensamos como la madre naturaleza, humildemente intentamos imitarla, no hacemos bosques pensando en que entre un tractor a recolectar un producto, sino en que el corzo que haga de él su casa. ¿Y en lo social? El elemento Agua nos dio esta parte. Tras sacar plástico y más plástico de los océanos, pensamos qué hacer con él. Mucha gente nos propuso lo habitual, hacer 'merchandising', una gorrita conmemorativa o una pulsera, pero no me cuadraba. No podíamos tomarnos el trabajo de sacarlo para fabricar algo que no es elemental sino decorativo, y que al final algún día volvería a acabar en el agua. Tenía que ser algo con sentido. Así que hicimos mantas que regalamos a gente sin hogar como una forma de cerrar el círculo. Pero además entonces descubrimos, en las campañas de frío con la Comunidad y Ayuntamiento de Madrid y Asuntos Sociales, que en los albergues había chicos muy jóvenes, de entre 18 y 25 años, que ya viven en situación de calle. Decidimos hacer una bolsa de trabajo con ellos. Los contratamos en temporada alta, les damos formación y sueldo y formación para darles ese empujón que les falta. ¿Echas de menos algo de tu vida y trabajo anteriores? ¿De mi pasado bucanero dices? (risas). Mentiría si dijera que nada. Todo te da unas experiencias y la personalidad se forja con ellas y con los años. Yo me he criado en esos barros, cada noche pasaban por mis locales unas 10.000 personas, una barbaridad, y eso me ha dado la capacidad de entenderlas a otro nivel. Cuando la gente está de fiesta, relajada o tiene dos copas de más se muestra como es de verdad, se le quitan muchísimas corazas. Por eso suele haber esas exaltaciones de la amistad, esos lloros cuando estás triste, esas peleas cuando hay rabia acumulada. Cosas que de adulto no haces en el banco, pero sí en la discoteca, donde de alguna forma sale el niño o niña que hay en ti, con sus emociones. Es todo un privilegio verlo. He estado 22 años trabajando en la noche, que se dice pronto, y me enseñó que los seres humanos somos muy bonitos, incluso en la pelea, incluso en la rabia, incluso en el lloro. Somos todos seres vulnerables y débiles, esos niños, con esa pureza que llevamos dentro, pero vamos creando unos personajes, una forma de actuar y de presentarte al mundo. Así que cuando de repente alguien no me cuadra o me distorsiona, recuerdo esa coraza e intento rascar un poco, descubrir su verdadera faceta. También has trabajado, aún lo haces puntualmente, como modelo. Cuando fiché para mi primera agencia, tenía unos 33 años. Así que tuve la suerte de que me pillara ya adulto. Mi paso por la moda fue agradable y fue bonito también porque ya tenía algo de tablas y personalidad suficiente como para que no me distorsionara y entendiera que está muy bien tener una apariencia que cuadre para representar a una marca, pero el personaje no te puede absorber, comer. Es punto peligroso, porque te puede llevar a ser un poco altivo o resultar frustrante o triste cuando ya no ocurre. Todo se termina, nada es eterno, ni las personas ni los trabajos. Entender tus capacidades y que puedes hacer muchas cosas es importante. Los cambios profesionales me han permitido saber cuál es mi esencia y que me puedo ir adaptando y haciendo cosas que me laten, que no me voy a encasillar o frustrar. Supe pasar página, y aunque cada tanto hago alguna cosa que me divierte o con marcas que me gustan y me quieren con mi edad e imagen, sé que no es mi personalidad, no es mi verdadera esencia. Trabajando en ecología y sostenibilidad, ¿cómo ves el consumismo y la tendencia masiva del 'fast fashion'? Es un tema complicado y largo. Diría que no es necesario reforestar como yo, que ojalá lo hicieran muchas personas, pero sí para poder realmente avanzar y que nuestro planeta siga estando así de bonito, así de verde, así de sano, y que nuestros descendientes lo vivan igual que nosotros, debemos controlar mucho la producción de residuos sobre todo y la contaminación tanto del aire como de los suelos y agua. Hay que evitar los elementos de un solo uso, deben estar cada vez más limitados. La rentabilidad humana no puede estar por encima de la supervivencia de la especie. Si seguimos con la tendencia actual dentro de 50 ó 100 años todo puede colapsar. Creo y confío en que va a pasar lo contrario, que se va a frenar, que vamos a reconducir esta situación a través de la 'Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible'. También en la moda debe suceder. Por eso llevo una bolsa que puede durar cientos de años, o me compro chaquetas que llevaré décadas o un pantalón que usaré muchas veces. Y no esa obsesión por estar cambiando de armario cada temporada. Al final, eso no es lo que te hace brillar. Lo que te hace lucir es tu interior y eso es lo que tenemos que cuidar y hacer evolucionar. La industria del 'fast fashion', de la producción y el consumo incontrolado simplemente por tendencia o impulso, te hace más débil y manejable. Te están manipulando. Tenemos que volver a recuperar esa seguridad en nosotros mismos, la certeza de que para ser felices no hace falta comprar nada, ni un trozo de tela determinado para sentirse aceptado. Te habrán dicho alguna vez aquello de que, con lo que contaminan las grandes industrias o el transporte, poco supone reciclar en casa los plásticos o plantar 50 árboles. ¿Qué respondes? Eso es exactamente lo que les escribí a mis hijas en mi cuaderno de vuelo, en el que escribo toda la evolución de esta historia para que lo sepan cuando sean adultas, porque ellas lo están haciendo conmigo desde el principio. La primera frase que apunté algo así como: «¿Os acordáis lo que nos dijo todo el mundo cuando anunciamos que íbamos a montar una fundación para plantar árboles? Las contestaciones fueron 'de qué sirve, no vas a conseguir nada, cada día se talan o se queman miles de árboles. ¿Y, chicas, os acordáis lo que hicimos nosotros? Ni puto caso». Y perdón por la palabra, pero así quedó escrito. Que no te pueda la presión o la censura de los demás. Y si tú eres capaz de hacerlo, el de al lado también. Ahí está la potencia de cambiar el mundo que tenemos todos, como alguna vez un solo ser humano lo ha hecho para mal, también podemos hacerlo para bien. Siempre les pongo el ejemplo a los niños de la gota de tinta en el vaso de agua. Si es de agua, desaparece, pero si es de tinta termina tiñendo todo de su color. Debemos creer en nuestro mensaje. ¿Encuentras buena respuesta en empresas e instituciones cuando les explicas vuestra idea? No puedo tener otras palabras más que de agradecimiento a las instituciones, corporaciones, gobernanza, medios de comunicación. Todas las patas ahora mismo son a favor y eso da alas y esperanza. ¿Cuál fue tu plantación más especial, alguna que guardas en algún lugar de tu memoria? Es difícil elegir, pero las más duras son las que más me han gustado. ¿Me gusta la caña, sabes? Me gusta llevarme al extremo y ha habido plantaciones de pasarlo realmente muy mal, de estar en mitad de la nada, acampando, y con un temporal o circunstancias complicadísimas. Pero es un gustazo poder vivir y trabajar en el bosque. Y hubo veces que pensé que no salía por el frío, otras con trombas de agua o aquella vez que estuve cinco días cubierto de barro. O una plantación de un chico que vino de Francia en su recorrido por el mundo y quiso donar 50 árboles porque se había propuesto dejar una huella positiva en cada país que pisara. Hay gente así, y muchas empresas. O una fundación mexicana, que nos permite plantar 25 mil árboles cada año... todas son increíbles. ¿Vuestro trabajo es siempre manual y humano, o en algunos casos utilizáis máquinas? Hay plantaciones muy grandes en las que hace falta intervenir con máquina, pero te diría que el 80 por ciento de las veces es a mano, con pala o azada la pala, bueno, la azada en este caso y a veces con abolladuras manuales que tienen motor para ir un poco más rápido. Eso es otra gozada, el trabajo físico y al aire libre es una auténtica bendición ahora mismo. Yo estoy dado de alta como agricultor, de hecho, esa es mi función, y es un auténtico lujo. ¿Apoyado en tu experiencia anterior? Así es. Para mí esto es una simbiosis. Después de tantos años de liderar empresas ahora, que debo conducir bien el vehículo de una ONG, veo que, a efectos prácticos, es bien parecido. Al final se trata también aquí de tener la perseverancia, la constancia, la prudencia a la hora de poder desarrollar bien los gastos, ser un buen árbitro, ser un buen jefe y entender bien a las personas. En este caso mi vehículo no debe ser rentable, pero sí eficiente. ¿Te sientes un influencer?   Pues sí, sí que te sientes en ese sentido si realmente estás fomentando una tendencia verde. A raíz de la moda yo había trabajado mucho con redes sociales y ya tenía formación sobre cómo se tiene que transmitir o comunicar de esta manera. Siempre digo que las redes sociales es como un arma que puede ser positiva o negativa, depende de si le metes pólvora o confeti. Cuido mucho el mensaje para no distorsionar a los demás, para no generar envidias, críticas, malos rollos. Si le metes pólvora eso es un desastre y al final la gente se intoxica muchísimo y el creador de contenido más todavía. Yo he podido llevar mi experiencia en estilo de vida a este nuevo campo de ReForest, de hecho cuando nació nos calificaron como «la primera reforestadora millennial» por nuestra forma de comunicar cuidando mucho el mensaje y también la estética, de forma hasta simpática. Es como el acento que tiene cada uno al hablar, es nuestro tono, el que me sale, mi forma de transmitir. También lo es ser activistas desde la actividad, de realizar cosas tangibles, funcionales, que aportan, aunque sea poco, no en el sentido panfletario.