El Papa abre la asamblea para reformar la Iglesia «sin imponer agendas»
Pistoletazo de salida a la segunda vuelta del llamado Sínodo de la Sinodalidad, la asamblea promovida por el Papa Francisco para someter a la Iglesia a una ITV integral y llevar a cabo una puesta a punto que responda a la realidad actual. Un año después de una primera reunión en Roma, los 368 participantes, entre los que hay 53 mujeres y unos 70 cardenales, este miércoles comenzó un intenso mes de trabajo. Esta segunda sesión de reuniones terminará el 27 de octubre con un documento final consensuado. Eso sí, con una salvedad significativa. El pontífice argentino ha querido que algunas cuestiones espinosas que pudieran polarizar el debate interno, como el celibato o el diaconado femenino, se hayan delegado a unas comisiones externas, para que durante estas semanas los padres y madres sinodales en el Sínodo aborden y voten los cambios estructurales de fondo. En cualquier caso, este órgano tiene un carácter consultivo, o lo que es lo mismo, la última palabra de cualquier reforma la tendrá Jorge Mario Bergoglio y podría materializarse en una exhortación apostólica que vería la luz el año que viene.
El propio Francisco estableció las reglas de juego en dos intervenciones: en la misa matutina que presidió en la Plaza de San Pedro y en un discurso por la tarde, en el Aula Pablo VI, donde ha compartido mesa como uno más. En su homilía alertó del riesgo de «encerrarnos en diálogos entre sordos» al «convertir nuestras aportaciones en puntos que defender o agendas que imponer». Como alternativa, ofreció a su auditorio a «sacrificar lo que es particular» con «respeto y atención, en la oración y a la luz de la Palabra de Dios, a todas las aportaciones recopiladas».
Más purificación
Consciente de la creciente polarización eclesial, reflejo de lo que sucede en la sociedad y en el ámbito político, Bergoglio planteó desde el altar la urgencia de un «paciente esfuerzo de purificación de la mente y del corazón» con el fin de «escuchar y comprender las voces, es decir, las ideas, las expectativas, las propuestas, para discernir juntos la voz de Dios que habla a la Iglesia». «Quien, con arrogancia, presume y pretende tener el derecho exclusivo sobre la voz del Señor, no es capaz de escucharla. Por el contrario, toda palabra ha de ser acogida con gratitud y sencillez, para convertirse en eco de lo que Dios ha donado en beneficio de los hermanos», aconsejó el pastor de 87 años.
En su alocución de la tarde no rebajó el tono. Consciente de que la finalidad de este Sínodo es promover cambios en el seno de la Iglesia, estableció como marco el Concilio Vaticano II, lanzando así un aviso tanto a los grupos tradicionalistas como a los que quieren pisar el acelerador. A la par dio un tirón de orejas a los obispos que consideran que este foro no debería haberse abierto a sacerdotes, así como a hombres y mujeres laicos –96 en total–, una decisión inédita del Papa. «La presencia de miembros que no son obispos no disminuye la dimensión episcopal de la Asamblea, mucho menos pone algún límite o deroga la autoridad propia de cada obispo y del Colegio episcopal», argumentó Bergoglio.
En esta misma línea, advirtió del riesgo de «romper la comunión contraponiendo jerarquía a fieles laicos». «No se trata de sustituir la una con los otros, agitados con el grito: ahora nos toca a nosotros. Se nos pide más bien ejercitarnos juntos en un arte sinfónica», dijo justo después.
De la misma manera, mostró su preocupación por el hecho de que los debates puedan perderse en la «abstracción» de las ideas, sin aterrizar en los problemas reales de la Iglesia y del mundo. Es más, Francisco insistió en que este foro de reflexión y debate no se lleva a cabo para que los católicos se miren al ombligo, sino para que la Iglesia «sepa salir de sí misma y habitar las periferias geográficas y existenciales cuidando que se establezcan lazos con todos en Cristo nuestro Hermano y Señor». Para ello, el primer pontífice latinoamericano de la historia reivindicó una mayor apertura a la creatividad: «La Iglesia no puede caminar y renovarse sin el Espíritu Santo y sus sorpresas; sin dejarse modelar por las manos de Dios creador, del Hijo, Jesucristo, y del Espíritu Santo».
La del Papa no fue la única voz que se escuchó en esta jornada de apertura en el Aula Pablo VI. El cardenal secretario general de la Secretaría General del Sínodo, Mario Grech, se dirigió a los convocados para compartir que «muchos piensan que la finalidad del Sínodo es un cambio estructural en la Iglesia, es decir, la reforma». «Esta es una preocupación, un deseo que recorre toda la Iglesia. Todos nosotros la deseamos, aunque no tengamos la misma idea de reforma ni de sus prioridades», relató el purpurado. Para el maltés, «esta asamblea no se concluye con una enunciación teórica o un documento final, sino con la vida concreta de la Iglesia, una Iglesia que vive del Evangelio, que camina junta en la fuerza del Espíritu hacia el cumplimiento del Reino». En su intervención, al igual que el Obispo de Roma, dejó un recado a los obispos presentes y ausentes: «Una Iglesia sinodal depende en gran medida de un obispo sinodal, su tarea primera y fundamental es ser maestro y garante del discernimiento eclesial».
El engranaje sinodal no significa ni mucho menos que el Papa permanezca ajeno a al contexto internacional. Prueba de ello es la convocatoria abierta a todos fieles católicos del planeta para que dediquen la jornada del 7 de octubre al ayuno y a la oración por la paz mundial, justo cuando se cumple un año del ataque de los milicianos de Hamás a Israel que desencadenó la guerra en Gaza y ante la actual escalada de violencia en Oriente Medio con la implicación de Irán.
«Un anuncio de paz es especialmente necesario en esta hora dramática de nuestra historia, en la que los vientos de guerra siguen asolando pueblos y naciones enteras», dijo el Papa en la eucaristía sinodal. Además, anunció que acudirá el próximo domingo a la basílica de Santa María la Mayor para suplicar a la Virgen por la paz, mientras «los vientos de la guerra y los fuegos de la violencia siguen asolando pueblos y naciones enteras». «Dirigiremos una súplica efusiva», insistió.