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Сентябрь
2024

'Lady Macbeth de Mtsenk' en el Liceo: ojalá menos miedo

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Abc.es 
Ojalá menos miedo a programar óperas del siglo XX. Ojalá menos miedo a ir a verlas. Ojalá más confianza en la inteligencia del público para conectar con unas historias y unas músicas que son pura maravilla. El Gran Teatro del Liceo ha inaugurado temporada con 'Lady Macbeth de Mtsenk', segunda y desgraciadamente última ópera de Shostakovich, una obra a la que el siglo XX atropelló con toda su capacidad destructiva . Nada fue lo mismo después de que Stalin condenara su música por caótica y poco afín a los postulados estéticos de su dictadura. No lo fue para Shostakovich, que la compuso cuando tenía 24 años y no volvió a atreverse a escribir óperas (¡qué enorme pérdida para la historia de la música!), ni para el resto de la cultura rusa, que a partir de entonces conoció lo peor de la censura y la represión. La partitura, por su parte, es una de las obras maestras del género. El talento dramático del compositor y su capacidad para orquestar y reflejar en sonido sentimientos, acciones y conceptos configuran un mecanismo de enorme complejidad que hace que el público quede subyugado. La función inaugural de esta producción sirvió también para estrenar la puesta en escena de Àlex Ollé, y se saldó con un éxito rotundo . Después de esta 'Lady Macbeth' resulta ya imposible sostener la cantinela de que el director titular de la orquesta del Liceo, Josep Pons, es bueno dirigiendo sinfonías pero flojo en las óperas. Es un cliché que lo ha acompañado desde el primer día y que, ahora que está a pocos meses de dejar su cargo, aún tenemos que oir de vez en cuando. El trabajo de Pons en esta producción es magistral , de un nivel excepcional, intachable. La capacidad que tiene para subrayar la teatralidad de la música, acompañar a las voces, modular la tensión dramática es simplemente incuestionable. Para muestra, la maravilla que hizo con la Passacaglia, llevándola de lo más sencillo y sublime a la monumentalidad que requiere el momento. Lo mismo se aplica a la escena de la violación, al lamento de Katerina… La orquesta que deja Pons en el foso del Liceo tiene poco que ver con la que encontró a su llegada, y solamente cabe desear que la persona que lo releve sea capaz de seguir haciéndola crecer. Sara Jakubiak se lució como Katerina , en un papel durísimo que requiere un constante esfuerzo vocal y emocional. A su lado, Pavel Černoch fue un excelente Serguei y el resto del reparto, aun no brillando tanto —el peso de la trama recae sobre estos dos personajes— estuvo a un buen nivel. En esta ocasión, por fin, también el coro estuvo a un nivel razonable, marcando una inflexión clara respecto a la pasada temporada. La propuesta escénica de Álex Ollé lo tiene todo: es bella, efectiva y emocionante . El agua que cubre todo el escenario y la cama de Katia alcanzan una dimensión simbólica que articula todo el discurso. El sonido del chapoteo molesta un poco los primeros minutos, pero en cuanto el oído se acostumbra, prácticamente no se nota. El agua es símbolo de pureza, pero aquí acaba siendo un lodazal, incluso un charco de sangre, un sentimiento de culpa, una amenaza de muerte. Del mismo modo, la cama es a la vez espacio de libertad, de amor, de reclusión, de soledad, prisión, escena del crimen. Un diez. Como acto social , el estreno de temporada estuvo marcado por un desembarco institucional que incluyó no solamente las autoridades políticas del momento, sino también las del pasado: Salvador Illa pero también Artur Mas y Jordi Pujol, por ejemplo. Las toses, los caramelos y los murmullos durante algunos de los interludios orquestales dejaron claro el nivel no solamente de los mandatarios sino también, y muy especialmente, de los representantes de instituciones culturales no musicales del país: cuando suena la orquesta también hay que estar atentos, y más todavía en esta ópera. Sea como fuere, la historia de Shostakovich está ahí para apelar a quien quiera oirla. Él pasó muchísimo miedo. También sus colegas creadores, y por supuesto la población rusa en general. Su vida, su relación con el poder totalitario, su sufrimiento, debería servirnos de aprendizaje. Ojalá menos miedo a denunciar lo que está pasando en Oriente Próximo, en Ucrania, en Venezuela. A decir que algunos nos están llevando a una tercera guerra mundial. Ese es precisamente el sentido de la Cultura: que nos interpele, que nos remueva. Por eso es un acierto tan grande que el Liceo haya abierto la temporada con un montaje así.