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La tradición que forjó el Gran Capitán tras una épica victoria española y replican hoy todos los ejércitos del mundo

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Abc.es 
Fúnebre y marcial; solemne sinfonía en tres actos quebrados que da memoria a los caídos en combate. O, como explicaban las Reales Ordenanzas del Ejército de Tierra publicadas en 1983, el «acto con el que se recuerda y rinde homenaje a los que dieron su vida por la Patria». El actual toque de Oración español resuena con variaciones en las Fuerzas Armadas de aquí y de allá; bella letanía a los muertos. Y no faltan los que aseveran –desde hace décadas, por cierto– que su origen está en la victoria más épica de don Gonzalo Fernández de Córdoba en tierras italianas: la de Ceriñola, allá por 1503. Navega la bella historia entre la realidad y el mito. Aunque se sustenta, y de eso no hay duda, sobre gruesos pilares: la opinión de investigadores versados en los Tercios españoles como Fernando Martínez Laínez y fallecido militar e historiador José María Sánchez de Toca y Catalá. En su ensayo conjunto 'El Gran Capitán: Gonzalo Fernández de Córdoba' (Edaf, 2007), los expertos sostienen que «una tradición del ejército español recuerda que, al contemplar el campo cubierto de cadáveres, el Gran Capitán ordenó dar tres toques de atención prolongados para que todos rezaran por los muertos». Debió de cuajar el homenaje, diantre, pues año a año «ha ido pasando a los demás ejércitos occidentales». Fue un grande quién, narran los expertos, inventó el homenaje. Los hitos militares del 'Gran Capitán' resuenan todavía en una España que empezó a apuntalarse de la mano de Fernando el Católico, el mismo monarca con el que el soldado se carteó de forma secreta en el siglo XVI. Nacido en 1453, nuestro oficial fue el presente y el futuro de los ejércitos de la época. No en vano es considerado por múltiples historiadores como el genio que logró superar con sus infantes a los carros de combate de aquellos años: los temibles caballeros acorazados franceses. El suyo fue el triunfo de agilidad moderna sobre la armadura medieval, y vaya que era complejo. Tras la larga Reconquista en la Península como espadón de los Reyes Católicos, en 1495 se embarcó en dirección a Italia con el objetivo de defender la región de los invasores franceses. Su mando fue un éxito, pues logró acabar con los enemigos ubicados en Calabria y entrar en Nápoles como vencedor allá por 1496. De hecho, fue entonces cuando empezó a ser conocido como el Gran Capitán. Sus victorias llevaron a la firma de la paz entre los contendientes. Al menos por un tiempo. En 1502, los vientos de guerra soplaron de nuevo y el enfrentamiento volvió a reanudarse cuando los galos se dispusieron a tomar la urbe de Reame. En el marco de esta nueva lucha se libró la batalla de Ceriñola el 28 de abril de 1503 . En ella, Gonzalo logró detener a la letal caballería pesada francesa tras fortificar de forma revolucionaria el campo de batalla y ubicar a sus arcabuceros y espingarderos en primera línea. La victoria significó el comienzo de la supremacía de la infantería sobre los jinetes. Fue una hora de combate para obtener una victoria total, un ejemplo imborrable de arte táctico. Los números lo demuestran. El cronista Bernáldez, encargado de dar cuenta de las bajas, contó un total de 3.664. Aunque no tuvo en cuenta los cadáveres que habían sido enterrados de forma previa. Así que calculen ustedes unas 4.000. Y hete aquí que comienza nuestra historia. Laínez y Sánchez de Toca sostienen que el origen de esta tradición arrancó en la misma tarde del 28 de abril, tras la heroica victoria en Ceriñola. El Gran Capitán se sintió tan abrumado por la ingente cantidad de cadáveres que descansaban sobre el campo de batalla, que ordenó dar tres toques prolongados de corneta. El objetivo: que los presentes rezaran, entre uno y otro, una oración en recuerdo de todas las almas que allí se habían perdido. Esta teoría la suscriben otros tantos expertos como Fernando de Salas López, uno de los oficiales que más luchó porque se creara la Cátedra de Cultura Militar 'General Palafox'. Así lo explicaba el mismo De Salas López en su ensayo, 'Español, conoce a tus Fuerzas Armadas', publicado en el año 1994: «El origen del toque de Oración es del 28 de abril de 1503; al terminar la victoriosa Batalla de Ceriñola (Italia), el Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba ordenó que en lo sucesivo, al caer el sol, se interpretara un toque de corneta en honor de todos los soldados muertos en el campo de batalla». Y esta, todavía hoy, es la teoría más extendida entre expertos, analistas y divulgadores históricos. Pero aún existe otra teoría; o una segunda parte de la primera, acorde a quién se acuda. Esta arranca durante el banquete que se celebró en la tienda del Gran Capitán ese 28 de abril; una pequeña celebración por la victoria en la que el militar se hallaba rodeado de los más nobles oficiales y de sus enemigos más ilustres, invitados como deferencia. Fue entonces cuando Fernández de Córdoba preguntó por el paradero del hombre al frente del ejército galo. El silencio es lo que obtuvo por respuesta el español; ninguno de los presentes sabía dónde diantres estaba Louis d'Armagnac , más conocido por sus títulos: Duque de Nemours y Virrey de Nápoles. Al final, fue el capitán francés Gaspar de Coligny quien solventó la duda con un sencillo signo. «Le señaló a un paje que iba vestido con las ropas del duque. El jefe español le interrogó y el paje le condujo hasta el lugar dónde había hallado aquellas prendas», explican los expertos en su obra. Allí encontraron el cadáver de Nemours, desnudo y gélido tras haber recibido el beso de la Parca. El Gran Capitán, magnánimo y honorable en la victoria, ordenó que el cuerpo fuese trasladado al campamento con sumo respeto. Una vez allí, los restos fueron envueltos en un fino lienzo blanco y, luego, introducidos en una caja de madera forrada de terciopelo que marchó hacia Barleta escoltada por una guardia de cien hombres. Cuentan los expertos que, una vez más según la tradición, Luis XII alabó de esta forma a Gonzalo Fernández de Córdoba cuando conoció la noticia: «No tengo por afrenta ser vencido por el Gran Capitán de España, ya que merece que le de Dios aun lo que no fuese suyo, porque nunca se ha visto ni oído nadie a quién la victoria haga más humilde y piadoso». Al parecer, fue al ver el cadáver del monarca, a la puesta de sol, cuando el Gran Capitán llamó a la oración. Así lo narró ABC en un artículo publicado en 1982, remitiéndose a fuentes del Ejército de Tierra: «Un 28 de abril de 1503 al caer la tarde, finalizada la victoriosa batalla de Ceriñola en las campañas dé Italia, Gonzalo Fernández de Córdoba, nuestro Gran Capitán, que mandaba los ejércitos españoles, contemplando el cadáver del duque de Nemours, rodeado de cientos de soldados que habían caído en la lucha, lleno de dolor y de sentimiento, ordenó que en lo sucesivo, en sus ejércitos, a la puesta del sol y dando vista al campo, se interpretaría un toque de corneta, triste, y de una duración equivalente al tiempo de rezar un padrenuestro, en honor a todos los soldados caídos en los campos de batalla».