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Guías de montaña para personas ciegas: "Sienten lo mismo que sientes tú"

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«¿Qué sentido tiene que un ciego alcance la cima de una montaña? ¿Por qué personas con limitaciones físicas más que evidentes se empeñan en practicar una actividad de riesgo?». Estas fueron algunas de las preguntas que llevaron a Juan Carlos Vázquez (Periodista, 1985, Cuba) a escribir «¡Estamos en la cumbre! Discapacitados en la montaña» (Editorial UOC y Reportajes 360). En conversación desenfadada con LARAZÓN, Juan Carlos cuenta que cree (también) en el periodismo positivo, en demostrar que hay más gente dispuesta a hacer el bien que el mal. Y por eso acompañó en multitud de ocasiones a guías de montaña para ciegos haciendo de cámara para dejar constancia de ello.

En 1989 se fundó el Grupo de Montañeros de la ONCE de la mano del doctor y miembro de la Federación Madrileña de Montañismo Juan Antonio Carrascosa que en ese momento ejercía de médico en el conocido como «Colegio de ciegos de Madrid», perteneciente a la ONCE.

El deporte, el senderismo y la montaña deberían estar asegurados para todo el mundo. También para aquellos que no ven o no escuchan, pensó. Y así surgió un proyecto que, con los años, sólo ha traído alegrías. Alegrías, oportunidades, superación e inclusión. Y que acabó consagrándose como el primer facilitador de que personas con discapacidad visual o auditiva de España pisaran cumbres internacionales.

El doctor Carrascosa inventó la herramienta que ha posibilitado que los invidentes (y también personas con discapacidad auditiva) tengan las mismas oportunidades que el resto para hacer montañismo. Se trata de la barra direccional, de unos tres metros de largo, en la que se colocan tres personas en el siguiente orden: el guía principal; la persona ciega; y otro guía vidente o un montañista con problemas auditivos. El guía líder va «cantando» cómo es el terreno con la mayor precisión y brevedad posible, y el resto, le siguen, agarrados a la barra. «Ser tres y ser uno, en lo bueno y en lo malo», recoge J. C. Vázquez en su libro.

Primer manual

Francisco Bueno (64 años, Madrid) es guía de montaña y, además, el autor del primer «Manual de Guiado de Ciegos en Montaña. Técnicas de uso de la barra direccional y propuestas de formación para guías y montañeros ciegos», (Ibersaf Editores, 2012). Desde su infancia, junto a sus cuatro hermanos, desarrolló una relación estrecha con la naturaleza: «Mi padre, que desde que éramos muy pequeños nos llevaba al campo, me apuntó al grupo de montañismo del colegio en 1973. Siempre le estaré agradecido porque ya nunca me separé de la montaña», dice para LA RAZÓN.

En 1989 entró a trabajar en la ONCE como Técnico Senior Braille de Servicios Bibliográficos. Cinco años después se enteró de que en el Colegio de Ciegos de Madrid estaba funcionando un Grupo de Montaña, y fue como voluntario. «Desde ahí... hasta hoy», recuerda. Mientras el doctor Carrascosa estuvo al frente del grupo, Francis (como le llaman su familia y amigos) realizó diez expediciones con ciegos, sordos y también amputados. «Hicimos las primeras expediciones de la historia con montañeros de estas discapacidades», explica el que acabó siendo director del Grupo de Montañeros de la ONCE durante 9 años.

En 2011 Francis llevaba ya diez años dando formación interna en la ONCE a través de la Federación Española de Deportes para Ciegos. El doctor Carrascosa había escrito varios artículos que ayudaban a desarrollar y avanzar en la técnica de guiar a invidentes, pero Francis sentía que era necesario elaborar un manual. «Algo muy completo y que registrara todas las novedades. El Grupo de Montañeros ya llevaba hechas 18 o 20 expediciones y cientos de actividades. Cada vez que se hacía una nueva se aprendía algo más. También empezaba a hablarse más del montañismo inclusivo fuera de la ONCE. Me di cuenta de que se necesitaba una guía», rememora. Y como se necesitaba, después de muchas dudas y trabajo, lo hizo.

«Fue muy difícil empezar, y hacerlo, además, sin saber si alguien iba a querer publicar esa chifladura... Un manual para ciegos en montañas, cuando la mayor parte de la sociedad ni sabía que los ciegos podían hacer o hacían montañismo», apunta entre risas. «Ahora puedo decir que no me equivoqué al pensar que era necesaria, porque entró a formar parte de la bibliografía de algunas asignaturas universitarias al poco de publicarse».

Con una trayectoria como ésta, Francis es incapaz de seleccionar «los mejores» recuerdos: «En cada marcha encuentro algo muy bonito. Pasas muchos meses preparándote, entrenando, te vas al culo del mundo, estás mínimo 6 o 7 días acosando a la montaña... Se viven muchas cosas. Hay personas ciegas o con deficiencia visual que se han apuntado al Grupo de Montaña de la ONCE pensando que no iban a poder hacer montaña nunca. O montañeros que han perdido la visión de adultos y estaban seguros de que su nueva realidad era incompatible con su pasión. Cada vez que conseguimos hacer una expedición sé que me espera un aluvión de mensajes, de llamadas de agradecimiento. Esos momentos son preciosos, brutales. Se justifica tu trabajo de voluntariado y no voluntariado, los esfuerzos destinados a la formación, a la creación del manual, a la dirección del Grupo... Son momentos que lo justifican todo», explica.

Proyecto Eidós

Juan Carlos Vázquez y Francis Bueno fueron dos de los cinco socios fundadores del «Proyecto Eidós», que surge en 2018 y que está destinado a la «planificación de cursos de senderismo, montañismo y ocio activo en el medio natural, inclusivo y adaptado para personas con discapacidad física».

Un tercer fundador es Iñaki Bueno, hermano de Francis. Jorge Bueno y José María Ruiz Carpintero fueron los otros dos fundadores de Eidós, que surgió «por la necesidad de proteger a las personas con discapacidad que salían a la montaña. Empezamos a ver que cada vez había más. Nos juntamos cinco personas que arrastrábamos una experiencia de 25 años, que habíamos hecho ya expediciones internacionales. Nos vimos capaces de formar a la gente y de seguir contribuyendo a la capacitación de guías y ciegos desde la seguridad», explica Iñaki.

Según este experimentado y apasionado escalador y montañero, «un ciego debe tener confianza plena en su guía. De lo contrario, es mejor que no vaya o que elija a otro».

La primera expedición internacional que Iñaki hizo con ciegos fue a Rusia, al monte Elbrus: 5.642 metros, el pico más alto de Europa. Fueron 25 personas, dos de ellas con problemas de audición y siete con ceguera. «La llegada a la cumbre fue muy emotiva, costó mucho. Hicimos un primer intento y nos tuvimos que dar la vuelta, por el mal tiempo y por el cansancio de algunos miembros del grupo. A unos 5.400 metros fuimos conscientes de que el tiempo estaba cambiando y había gente realmente agotada, así que comenzamos el descenso. Es un momento difícil. Hay mucha ilusión. Tener que volver es una faena. Te has puesto un objetivo y no lo has cumplido. Pero a veces esto pasa para que al día siguiente ocurran cosas mejores». Y ocurrieron.

Al día siguiente el grupo entero tocó cima. Nadie abandonó. Todos consiguieron subir. «Fue un éxito total», recuerda Iñaki, quien añade que «yo no hago esto para que me den las gracias, pero después de conseguirlo, a los días, siempre te llaman o te mandan mensajes. Y ahí te das cuenta de la gratitud que sienten por lo que han logrado».

A la pregunta de si en sus expediciones con ciegos ha pasado miedo, Iñaki contesta sin dudar que sí. Recuerda entonces una que hicieron a Ecuador, para subir los volcanes del Chimborazo y Cotopaxi. Antes de una expedición se hace lo que se conoce como «periodos de climatización»: subir a una altura, bajar; al día siguiente, subir a una superior y bajar. Y así sucesivamente, para que el cuerpo se vaya haciendo a las altitudes a las que se le expondrá. «Fuimos a dos montañas para aclimatar, a Iliniza Norte y a Iliniza Sur, y fuimos testigos de un accidente mortal de militares ecuatorianos. Tuvimos que ayudar a evacuar los cuerpos de los fallecidos y de los heridos. En la medida de nuestras posibilidades tratábamos de que las personas que no estaban viendo nada estuvieran tranquilas porque percibían la tragedia igual que nosotros».

Iñaki afirma, sin dudar, que «la montaña lo cura todo». Aunque quiere quitarle importancia, sus ojos solo añaden significado a esta frase, y se lo restan a la siguiente: «Me imagino que, en cierta medida, todos los deportes lo son». Pero la montaña va más allá y se posiciona como algo más que un deporte, y más en contextos como éste: «Es curativa para gente que no la puede ver, qué te puedo decir... Yo he visto a personas con discapacidad que no habían subido nunca a ninguna montaña, y después he visto cómo no la han soltado más. Ellos no ven lo que tú ves, pero sienten lo mismo que sientes tú. Les explicas cómo es el terreno, qué se ve al fondo, huelen, padecen el frío, el aire, el cansancio, la lluvia... No están tan lejos de los que podemos ver».

No están tan lejos por el esfuerzo y la dedicación de guías como Francis o Iñaki, que llevan toda una vida empeñados en que las sensaciones valen igual, o más, que las visiones, y que hay cosas que no se pueden ver pero que, si lo permites, te acompañan.