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Cómo dirigir la mafia china desde un pequeño bazar

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Las alarmas saltaron cuando, en el verano de 1993, un barco cargado con 286 inmigrantes indocumentados procedentes de China embarrancaba en la costa del estado de Nueva York. De aquel desvencijado transporte emergieron, como criaturillas asustadizas, todas aquellas personas –diez fallecieron en el accidente– tras cuatro meses de encierro en la panza metálica del buque. Su destino inmediato fue la cárcel y la deportación, aunque alguna de las peticiones de asilo político fue aceptada. El suceso desencadenó toda una tormenta política que puso en el foco a la inmigración y ante la que Bill Clinton, que acababa de ser elegido presidente, mostró la mano más dura. Por entonces, Patrick Radden Keefe no era el periodista que había publicado[[LINK:EXTERNO|||https://www.larazon.es/cultura/20201205/igtxr4kgcvhfnfmuspqzcw3lw4.html||| «No digas nada» (2018)]] ni[[LINK:EXTERNO|||https://www.larazon.es/cultura/20210923/wfvn4rz5e5bc5e2ydc3mvc2rya.html||| «El imperio del dolor» (2021)]], los dos reportajes-libro que le han dado al periodista el reconocimiento que tiene hoy, pero aquella historia capturó su atención.

Los inmigrantes padecieron a bordo un calvario de difícil descripción después de pagar un promedio de 40.000 dólares por el billete de ida. El libro de Keefe apareció publicado en 2009 «y no puede decirse que el mundo hubiese cambiado demasiado en términos del viejo problema dela inmigración». Tampoco lo ha hecho desde entonces hasta ahora, que aparece la edición en castellano, 15 años después. «La historia de inmigración es atemporal. Por eso llamé al primer capítulo ‘‘los peregrinos’’, porque en el fondo los fundadores de EE UU fueron emigrantes. Lo que sí puedo decir que haya cambiado, y mucho, es ese Chinatown peligroso, violento y criminal en el que sucede todo esto», dice el periodista por videoconferencia. «El debate de la inmigración se sigue produciendo en los mismos términos: de un lado, la compasión y la receptividad; del otro, la xenofobia y los devaneos de la pureza racial. La realidad es que necesitamos mano de obra barata. Es como el debate de las drogas: ¿acaso mandan desde otros lugares drogas que nos obligan a consumir o en realidad el problema es que las demandamos nosotros en los países ricos?», ironiza Keefe.

Justicia y compasión

Sin embargo, más allá de los grandes problemas de la sociedad, lo que el libro captura con costumbrista perfección es la trama mafiosa que rodea a la tragedia del tráfico de personas, articulada en torno a personajes reales bastante carismáticos como la que es en realidad la «cabeza de serpiente»: Chen Chui Ping, la «hermana Ping», prácticamente una banquera clandestina que operaba desde la trastienda de un bazar desde el que llegó a amasar hasta 40 millones de dólares y a introducir en EE UU a 3.000 personas. También, por supuesto, Ah Kay, cabecilla de la mafia violenta de Chinatown, así como investigadores del FBI, periodistas, contrabandistas y altos funcionarios del estado.

Ante este planteamiento de la trama, Keefe se detiene para aclarar. «Me integré en ese contexto, a pesar de que soy blanco y no hablo chino. Yo quería contar lo que había sucedido sin caer en la trampa de explotar a la comunidad que me contó aquella tragedia, siendo respetuoso. La prueba es que los hijos de la generación que padeció aquellos abusos –que hoy ya tienen veinte años– se me acercan y me dicen que reconocen la situación, que saben que sus padres sufrieron, pero que no quieren hablar de ello. Y conocer qué sucedió realmente les ayuda. Para mí lo importante es hablar de ese mundo que estoy describiendo con justicia y compasión».