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Сентябрь
2024

Promiscuidades

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Según la RAE, promiscuidad significa “mezcla, confusión”, aunque también quiere decir, “relación sexual poco estable con distintas personas”. Para efectos de esta columna, ambos términos son oportunos, si sustituimos la palabra “sexo” por “política”.

Históricamente, la “relación política poco estable con distintas personas” podría considerarse una práctica ya acostumbrada, no solo en México, sino en el mundo, ya que es parte de su propia naturaleza tejer consensos, crear alianzas, organizar coaliciones determinadas, etcétera, todo ello para lograr o mantener el poder. No obstante, siempre hay excesos que se presentan fuera de todo límite permitido, lo que significa que la estabilidad social está en peligro y la promiscuidad política, desatada.

¿Hasta dónde se encuentran los límites antes de que la promiscuidad sea injusta, perjudicial, nauseabunda? Por ejemplo, cuando se alteran los pilares de la democracia para que el grupo gobernante obtenga resultados que serán funcionalmente exclusivos para sus intereses, lo que les permitirá crear una nueva élite política y social y, por lo tanto, un nuevo régimen de gobierno, que beneficiará a algunos, pero a otros no.

Generalmente, cuando se pretende ungir una nueva forma de gobierno, va acompañada de un liderazgo fuerte, capaz de estructurar y alinear, a modo, las instituciones del Estado y, de esta forma, amansarlas hacia sus intereses. Buscan que una gran parte de la sociedad se sume a su proyecto de manera incondicional y vote, sin crítica, todo lo que él propone y hace. Arma una estructura narrativa tan eficiente, que el engaño, ya que nunca se comprueban resultados, pueda durar décadas, en nombre de ideologías y enemigos ficticios.

En la actualidad, quienes se asumen como democracias modernas, usan el poder compensatorio, el cual es, según John Kenneth Galbraith en su Anatomía del poder, el “pago de dinero para rendir sumisión a los propósitos económicos o personales de otro”. Es decir, el poder compensatorio “ofrece al individuo una recompensa o pago lo suficientemente ventajoso o concordante, para que él o ella renuncie a perseguir su propia preferencia a cambio de la recompensa”.

Obtener y gestionar el poder es un arte que no a cualquiera se le da. En México vemos a una oposición sin liderazgos e incapaz de articular un proyecto eficaz que convenza a la gente de que son ya una alternativa viable para gobernar. Sus abusos sistemáticos por décadas les han dejado fuera de toda competitividad político-electoral.

En paralelo, se encumbró la figura de un líder carismático, capaz de aglutinar el descontento y la esperanza de millones de mexicanos que, hartos de la desigualdad, pobreza, salarios ínfimos, violencia, inseguridad y muchos otros problemas que acechan a los mexicanos desde hace décadas, buscaban urgentemente auxilios que encontraron, primero, a partir del regalo de dinero en efectivo (poder compensatorio) y una narrativa que generó fe ciega en sus promesas (poder condicionado: “producto de una continuidad interminable de persuasión objetiva y visible que ha llevado al individuo, en el contexto social, a creer que es inherente correcto”).

El liderazgo carismático de Andrés Manuel López Obrador ha permitido acumular un poder nunca antes visto en la historia reciente de México. Le apoya un importante sector de la sociedad, reflejado en el control de 24 estados del país, del Ejecutivo y de mayorías absolutas en el Poder Legislativo, además de fiscalías y sedes de los Derechos Humanos.

Eso les ha dado pie a buscar eliminar órganos autónomos y distribuir sus funciones en áreas que ellos mismos controlan: secretarías de Estado. Pero sobre todo a cambiar el sistema del Poder Judicial para alinear una forma de gobierno a sus muy particulares intereses y sin contrapesos que les obstruyan el paso.

Además, han “reconvertido” a todo aquel o aquella que se les ponga en frente, sin evaluar su perfil ni pasado, si son o no corruptos, aliados de criminales o ignorantes funcionales. Es tal su hambre de concentrar el poder, que su soberbia considera curar, hasta al más miserable. Pero no solo eso, les otorgan poder y solapan sus impertinencias.

Los puros han sometido su ideología y coherencia, que hace ya tiempo defendían como izquierda, para entrar en ese estado de “mezcla, confusión” y de “relación política poco estable con distintas personas”, para lograr sus objetivos y un poder hegemónico… el verbo imponer, en lugar de consensuar, es la nueva práctica de una nueva hegemonía gubernamental que depende de un solo hombre.

Una democracia en riesgo avanza sigilosamente porque no hay contrapoderes que vigoricen las decisiones correctas. Vivimos una decadencia institucional, que pretende ser reconstruida por una visión unipersonal, asentada en aspectos ideológicos y pragmáticos más estadistas.

Plutarco, en sus “Consejos Políticos” decía, colación de que el apellido Yunes está en los reflectores por posible traición a sus huestes: “los que sobornan atentan contra ellos mismos, cuando, tras adquirir su reputación a grandes precios, convierten en poderoso y atrevido al pueblo, como si fuera dueño de dar o quitar algo importante”.