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Сентябрь
2024

Gran depresión educativa en ciernes

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El 24 de octubre de 1929, con la caída de la Bolsa de Nueva York y su efecto mundial se inició la Gran Depresión. Millones de personas quedaron sin empleo, los bancos quebraron y empresas cerraron como parte del desplome económico más devastador del siglo pasado.

Las consecuencias políticas y sociales de la Gran Depresión cambiaron el panorama en la mayoría de los países y en algunos de ellos sus efectos persisten. Paradójicamente, fue el comienzo de la Segunda Guerra Mundial lo que ayudó a poner fin a ese período; el pleno empleo, el aumento de la producción industrial, la innovación tecnológica y el proceso de reconstrucción de posguerra fueron consecuencia de la producción que implica una guerra de esa magnitud.

A casi cien años de esos eventos, se acerca una gran depresión educativa y con ella el colapso social que inevitablemente derivará en inseguridad y caos. Nuestro país, abanderado de la educación y otrora líder mundial en alfabetización, cobertura y buena calidad educativa, está abonando el terreno para una crisis sin precedentes, que se escucha prácticamente en todo el continente.

Desde Canadá hasta Argentina, pasando por el Caribe, ninguno de nuestros países es ejemplo en materia educativa. Los recortes en los presupuestos para la educación son la norma y se convierten en la semilla para la gran depresión educativa.

La reducción de la inversión en educación golpea con fuerza a las familias de menos ingresos, con consecuencias sociales desgarradoras que anulan la esperanza de ascenso social.

Fortalecer las escuelas, los colegios y las universidades debería ser la prioridad para que se conviertan en espacios seguros, oasis de esperanza, donde se proteja a los niños y jóvenes de las presiones sociales y delincuenciales.

La delincuencia se traduce en muertes diarias y los grupos criminales adquieren más poder mientras el país se divide por presupuesto para educación, seguridad y salud. Abundan los diagnósticos sobre los males que aquejan al sistema, nadie podría negar el deterioro estructural de los centros educativos y el servicio académico. ¿Cómo prevenir una gran depresión educativa?Se necesita reestructurar el Ministerio de Educación Pública (MEP), lo que será posible solo con acuerdos políticos, magisteriales y sociales; dejar de precarizar la labor docente y repensar la gobernanza; firmar alianzas público-privadas para fortalecer la educación preescolar, primaria y secundaria; y fortalecer las universidades públicas.

Lejos de polarizar al país cada año por el presupuesto, el camino correcto es aprovechar el tiempo para discutir acerca de la apertura de más cupos en carreras de alta demanda, tanto en las sedes centrales como regionales de las universidades.

Prevenir la gran depresión educativa será posible si desde hoy mismo los actores políticos —no politiqueros— preparan programas de gobierno de alto nivel, convocan equipos capacitados, deponen intereses partidarios y aseguran presentar a los mejores hombres y mujeres para los puestos de elección popular de las ya cercanas elecciones nacionales.

La sociedad debe dejar de confundir patriotismo con patrioterismo. Suena agradable decir que “los educadores y estudiantes son nuestro ejército”, mientras se les quitan las armas con improvisaciones, desorden y matonismo institucionalizado.

No es aceptable la anarquía en las calles, donde la muerte campea a sus anchas llevándose cientos de vidas cada año. Pero hay más, el deterioro cultural solo traerá un pueblo sin formación integral.Las cincuenta y siete personas que ocuparán el Congreso y la que tome posesión de la presidencia de la República en el 2026 deberán librarnos del enorme peligro de la gran depresión educativa.

rmoragoni@hotmail.com

El autor es educador.