Ser mujer y cooperante en Gaza: "Nos mostramos fuertes ante nuestros hijos para que no se derrumben"
Buthaina Subeh, una trabajadora humanitaria de Gaza de una asociación que ofrece apoyo y ayuda a mujeres y niños, denuncia que las mujeres están "atrapadas entre las fauces de Hamás y la ocupación de Israel"
Mohammed Al Khatib, cooperante palestino desplazado nueve veces en Gaza: “Nadie está a salvo de los ataques”
No ocultaré que sufro de ansiedad. Como la mayoría de los trabajadores humanitarios, no puedo dormir. El miedo no me permite conciliar un sueño profundo e ininterrumpido. El miedo nos persigue a cada paso. Soy una de las fundadoras de la Asociación WEFAQ (con sede en Gaza). Desde 2010, nuestra labor principal es ofrecer protección y apoyo económico, jurídico y psicológico a las mujeres que han sido víctimas de la violencia y a los niños en situación de riesgo.
Cuando empezó la guerra en Gaza, seguí trabajando porque creo que los derechos de las mujeres son derechos humanos. Eso fue lo que me inspiró en primer lugar y es la razón por la que continúo. Cuando prestamos ayuda humanitaria, nos enfrentamos a grandes retos, especialmente nosotras, las mujeres. Vivimos en un permanente estado de tensión. Cuando salimos de casa, confiamos nuestro hogar y nuestros hijos a Dios: sólo él sabe si volveremos a ellos.
Cuando prestamos ayuda humanitaria, nos enfrentamos a grandes retos, especialmente nosotras, las mujeres. Vivimos en un permanente estado de tensión
Nuestro trabajo nos expone a muchas vejaciones y a un sentimiento de incredulidad. Imagina que vas a ayudar a la gente, mientras piensas al mismo tiempo que no volverás a ver a tus hijos ni a tus seres queridos. Es un sentimiento aterrador que te hace vivir en conflicto entre protegerte a ti misma y a tu familia, y tu deber humanitario de salir a echar una mano.
Vivo en Rafah (sur de Gaza) y en nuestra casa hemos llegado a acoger a entre 30 y 35 personas que se habían quedado sin hogar, y cada uno de ellos se encontraba en un estado psicológico diferente. Como no podemos ir a la oficina, mi casa funcionaba también como centro de operaciones de la asociación y allí hacíamos el trabajo administrativo. Esto me provocaba sentimientos encontrados respecto al deber y la responsabilidad, y también pánico, sobre todo porque la ocupación israelí tenía en el punto de mira a quienes prestan servicios humanitarios.
Esperaba que bombardearan la casa en cualquier momento. Después del sexto mes, empecé a sentir miedo por mis hijos a causa de todo lo que veíamos que sucedía fuera y en la televisión. Esto me empujó a marcharme. Fuimos a Egipto con mi hija a conseguir un sitio donde quedarnos junto al resto de la familia. Pero Rafah fue invadida antes de que mis hijos menores lograran cruzar la frontera de Gaza con Egipto. Este es el quinto mes que paso sin ellos y me siento desequilibrada: una mitad de mí está en Egipto y la otra, en Gaza, sobre todo después de la invasión de Rafah.
Es difícil sentir que lo has perdido todo. Así se sienten todas las personas de Gaza que han perdido su casa, sus sueños, a sus seres queridos
Mis hijos y mi marido tuvieron que ir a la zona de Mawasi, en Jan Yunis, y viven en tiendas de campaña. Da mucho miedo. Hace un mes, mi casa fue completamente destruida. Esa casa era el sueño de toda una vida y ya no existe. Todavía no habíamos terminado de pagarla y seguiré pagando las deudas pendientes durante los próximos cinco años. Es difícil sentir que lo has perdido todo. Así se sienten todas las personas de Gaza que han perdido su casa, sus sueños, a sus seres queridos.
A veces, cuando estaba trabajando sobre el terreno, bombardeaban casas y coches a 300 metros de mí. Los voluntarios de WEFAQ me contaban los abusos y agresiones sexuales que sufrían las mujeres desplazadas del norte de la Franja a Rafah.
Llevamos 11 meses de sufrimiento. Decir que las mujeres de Gaza son fuertes y transmitir al mundo la imagen de que somos grandiosas y capaces de mantenernos en pie sería una mentira. Sólo nos hacemos las fuertes ante nuestras familias, ante nuestros hijos para que no se derrumben, pero por dentro nos están destruyendo. Las mujeres de Gaza estamos físicamente agotadas y mentalmente destrozadas.
La mujer se siente responsable de sus hijos y hermanos, por lo que carga con la mayor cantidad de sentimientos y presión psicológica. Intenta que los demás se sientan a salvo. Las mujeres de Gaza, por mucho que nos mantengamos en pie, estamos confundidas y fatigadas. En los últimos dos meses, la demanda de apoyo psicológico para las mujeres ha aumentado porque ya no podemos soportar la presión.
En esta guerra, las mujeres han perdido su intimidad, su dignidad y su humanidad. Algunas han sido objeto de abusos obscenos y agresiones sexuales, algunas han perdido a sus maridos, a sus hijos, a sus hermanos
En esta guerra, las mujeres han perdido su intimidad, su dignidad y su humanidad. Algunas han sido objeto de abusos obscenos y agresiones sexuales, algunas han perdido a sus maridos, a sus hijos, a sus hermanos. Algunas lo han perdido todo. Han perdido a toda su familia y sus fuentes de sustento, y se han vuelto completamente dependientes de otros.
En Gaza oímos hablar de negociaciones, pero tenemos pocas esperanzas de que se produzca una tregua. Estamos atrapadas entre las fauces de Hamás y la ocupación de Israel. Cada uno sirve a sus propios intereses y la gente es en lo último en lo que piensan. No hay solución alguna, salvo un milagro de Dios. Los esfuerzos internacionales y regionales para detener la guerra son inútiles. Si existiera una verdadera intención de poner fin a la guerra, esta habría cesado tras el primer mes, pero más bien parece una conspiración contra nosotras en Gaza y contra todo nuestro pueblo palestino.
Queremos vivir una vida normal y segura con nuestros hijos, planificando el futuro. Como mujeres de Gaza, hemos sido destruidas psicológicamente. No tenemos sueños ni esperanzas. Sólo deseamos seguir con nuestra vida: nosotras y nuestros hijos. A las mujeres de todo el mundo les digo: formen alianzas y alcen la voz para poner fin a la guerra, y exigir que se respete la dignidad humana.
Traducción de Julián Cnochaert