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Para que la tercera no sea la de la vencida

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Quienes llegan a superar el umbral de los 65 o 70 años atesoran el privilegio de haber vivido buenos y malos tiempos. Han tenido seguramente la suerte de formar una familia y de ver crecer a hijos y hasta a nietos. Los más afortunados seguramente están rodeados de familiares dispuestos a devolver los cariños y atenciones que un día les propinaron esos que ya peinan canas.

Pero, ¿qué sucede con aquellos a los que la vida puso en condición de soledad, con apenas un techo y una pensión mínima de subsistencia?
Las cifras de estos, dolorosamente, crecen sobremanera, en un país marcado por el envejecimiento, y con situaciones migratorias que acentúan la partida de jóvenes que dejan atrás, y muchas veces en situación de desamparo, a familiares envejecidos, con la promesa de una ayuda económica que, en caso de llegar, no sustituye nunca el calor de un hijo ni las atenciones ante una enfermedad o el deterioro propio de las funciones que implica la vejez.

Se espera que para 2025 un cuarto de la población cubana supere los 60 años de vida. Descontando a los menores de 18 años, que acumulan una cifra un poco inferior, la población laboralmente activa debe entonces sostener sobre sus hombros la responsabilidad de hacer llevadera la vida de los ancianos, máxime porque un día los más afortunados llegaremos allá y hemos de hacerlo con dignidad, decoro y con condiciones óptimas de vida.

Unas condiciones óptimas de vida que incluyen aspectos materiales y otros intangibles pero igual de necesarios para hacer más llevadera la vida, como el respeto, la comprensión y la atención a sus necesidades particulares.

Atender a las personas de la tercera edad incluye aspectos tan simples como pensar en sus limitaciones para subir una pendiente, o para leer pizarras informativas con letras pequeñas. Incluye pensar en ellos a la hora de tomar decisiones, pues para nadie es un secreto que uno de los sectores poblacionales más afectados con la bancarización son ellos, y no solo por su llegada tardía a las tecnologías, sino también por su incapacidad para permanecer de pie durante horas haciendo fila en un cajero.

El mismo énfasis que ponemos ahora en fundar casitas infantiles, hemos de ponerlo en restaurar casas de abuelos, ampliar sus capacidades y mejorar las condiciones de vida en estos centros. Hay que dignificar en cada centro a los jubilados, y aprovechar sus conocimientos en función de mejorar y educar a las nuevas generaciones.

Desde el sector de la Salud, hay que redoblar la atención, pero no cuando enfermen, sino desde que están sanos, con prevención y mostrándoles el mejor camino para un cuerpo y una mente en bienestar.

Y pensar en mejoras urgentes desde la Seguridad Social, porque no es justo que quienes tanto aportaron a la sociedad vean hoy que su capacidad monetaria apenas cubre sus necesidades de alimentación, obligándolos a renunciar a otras cosas tan necesarias como un calzado cómodo acorde con la edad o a importantes mejoras en el hogar que se ajusten a sus necesidades.

Porque para nadie es un secreto que los ancianos necesitan vivir en espacios adaptados a sus limitaciones. Eso también aporta una calidad de vida a la que muchos no tienen acceso, sin contar a aquellos que carecen de un techo propio y deben soportar los maltratos familiares, aun cuando el reciente Código de las Familias establece mayores obligaciones para el amparo de los adultos mayores.

¿Quiénes si no los ancianos deben verse como vulnerables y tratarse como tal? Ellos han de ser prioridad a la hora de subsidiar a personas en situación de desventaja. Una tarea sensible para trabajadores sociales y para todo el que tenga bajo su responsabilidad la atención a una persona mayor.

Hay que verlos como lo que son, una fuente de conocimientos y experiencias que deben ser preservadas todo el tiempo posible, pues con su sapiencia han salvado a los jóvenes en no pocos entuertos. La tercera, lejos de ser la de la vencida, puede ser un espacio importante, de enseñanza y aprendizaje, para que todo el caudal de conocimientos de quienes peinan canas no caiga en saco roto. Es para ellos la oportunidad de sentirse útiles, y para nosotros, la oportunidad de crecer y llegar con dignidad a la edad que ellos llegaron.