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Сентябрь
2024

China y África estrechan relaciones en la 9ª edición del Foro de Cooperación China-África

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Puedes vislumbrar a un chino o dos supervisando las obras del centro de Dakar, Senegal. De camino al aeropuerto internacional de Lomé, en Togo, vallas con letras chinas impresas en ellas destacan a los lados de la carretera. El Hotel 2000 de Kigali, en Ruanda, tiene una peluquería china, un salón de masajes chino y una planta destinada a oficinas de compañías chinas. Incluso el cocinero del hotel es chino. También se encuentran carteles con letras chinas en el aeropuerto de Addis Abeba, Etiopía, como puedes ver a un tipo que nació en Pekín enjuagándose el sudor con la camisa entreabierta en las áreas pesqueras de Nigeria y a jóvenes chinas que calzan zapatos con forma de conejito y que esperan a que terminen sus trámites de visado en Abiyán, capital de Costa de Marfil.

No importa el país de África subsahariana que se señale en el mapa: en todos es posible encontrar a nacionales chinos dedicándose a una tarea u otra. Lo curioso (o no) es que no se encontrarán chinos que trabajen en oenegés y programas de desarrollo, tampoco es posible hallar a periodistas chinos en el continente. Los chinos pululan en los puertos, en las construcciones, levantan y dirigen fábricas, dominan las carreteras y dan instrucciones rodeados de ajetreo y polvo, devorados por el bullicio africano. Los chinos hacen negocio en África y dejan a la conciencia perturbada de los occidentales aquellas labores humanitarias cuyo potencial económico es escaso.

Si la Unión Europea sigue siendo el socio principal del continente africano, China es la nación en solitario con la que más acuerdos económicos y tratos comerciales mantiene África. Es la nación que más deuda acumula a su favor, con Angola, Kenia y Etiopía como principales y más valiosos acreedores. Pocos países africanos, por no decir ninguno, están libres de deudas con Pekín. A lo que habría que sumarle estrategias de comunicación, programas de desarrollo tecnológico y políticas pesqueras que han permitido a China establecer en África un apéndice de su gigantesco aparato de producción a bajo costo.

Estos primeros párrafos apenas sirven para contextualizar, mínimamente, los sucesos que llevan ocurriendo en China durante la última semana: la novena edición del Foro de Cooperación China-África (FOCAC por sus siglas en inglés), una cumbre que lleva celebrándose desde 2006 y que reúne a jefes de Estado africanos con las autoridades chinas, pero también con diferentes personalidades empresariales e industriales tanto africanas como asiáticas. Los datos oficiales señalan la presencia en el FOCAC de 382 representantes de empresas chinas y 408 pertenecientes a compañías africanas, lo que puede interpretarse como un rotundo éxito para Pekín. El propio presidente chino, Xi Jinping, se ha reunido en los últimos días con sus homólogos de Guinea Ecuatorial, Somalia, Zimbabue, República Democrática del Congo, Ruanda, Kenia y Sudáfrica, entre otros, mientras se espera que las reuniones con mandatarios africanos se sucedan a lo largo de los próximos días.

Tomando los números de referencia, debe conocerse que el 29% del comercio total de África subsahariana contaba en 2004 con la asociación de la Unión Europea; en 2024 no llega al 24%. Y, mientras que el comercio con China suponía en 2004 un 6.3% de los valores totales de África subsahariana, hoy superan el 20%. La distancia se recorta a pasos agigantados. Xi Jinping lo sabe.

Incluso el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, que participó en el acto de inauguración del FOCAC, lo sabe. Guterres dijo en su discurso que “la asociación de China con el continente africano es el pilar principal de la Cooperación Sur-Sur” y señaló que esta clase de relaciones pueden servir como “catalizador para transiciones clave en los sistemas alimentarios y la conectividad digital”. En el marco de su discurso, el secretario general de la ONU confirmó también su apoyo a la Iniciativa de Desarrollo Global elaborada por el gobierno chino, con un enfoque en el desarrollo verde y la “equidad en las relaciones” con África como eje central. Xi Jinping, por su lado, expresó durante el discurso de apertura del foro la necesidad de “fomentar de la mano una modernización apuntalada por la paz y la seguridad”. En un momento dado, reafirmó que “China está dispuesta a ayudar a África y […] trabajar junto a África para salvaguardar la paz y la estabilidad mundiales”.

El plato fuerte del FOCAC vino cuando el presidente chino anunció “un apoyo financiero” a los gobiernos africanos que rondará los 45.000 millones de euros, mientras fomentaría la inversión en África “de no menos de 70.000 millones de yuanes”, unos 8.900 millones de euros, por parte de las empresas chinas. Para comprender la relevancia de las cifras citadas, cabe a conocer que apenas diez de los cincuenta países que conforman África subsahariana tienen un PIB superior a los 45.000 millones de euros, mientras que doce tienen un PIB inferior a los 8.900 millones de euros. Otras promesas del mandatario chino comprenden un nuevo programa de ayuda alimentaria, la eliminación de aranceles con 33 naciones africanas y el desarrollo de nuevos proyectos de construcción de infraestructura y desarrollo energético.

Sobra decir el entusiasmo con que acogieron los gobernantes africanos las nuevas medidas de cooperación China-África. Al final, la relación es, en un principio, beneficiosa para ambas partes. Los Estados africanos buscan inversión en infraestructura y créditos a largo plazo, cosa que China les ofrece en cantidades desorbitadas desde hace décadas. Hablamos de extensas zonas industriales en Etiopía con la consiguiente oferta de empleo a escala local, carreteras que conectan puntos remotos en República Democrática del Congo y colaboraciones pesqueras en Senegal que desangran la pesca artesanal y enriquecen los bolsillos de los grandes empresarios de Dakar. Hablamos de rascacielos en Abiyán. Desarrollo.

Pero no es oro todo lo que reluce. Sobre todo en África. A China se le ha acusado en más ocasiones de las debidas de construir infraestructura con materiales baratos, lo que lleva al rápido deterioro de las carreteras y a la consiguiente dependencia de las naciones africanas para garantizar su mantenimiento. Esto genera una relación desigual entre ambas partes, desde que los africanos no cuentan con los recursos necesarios para la construcción de infraestructura de calidad. Igualmente, China es responsable hoy de la mayoría de las pérdidas registradas (9.400 millones de euros) como resultado de la pesca ilegal en África Occidental, mientras que las asociaciones en materia pesquera se ubican en la frontera del marco legal y no ofrecen garantías de continuidad a los países involucrados.

Incluso países como Ghana, que apenas debe un 14% de sus deudas a China (5.000 millones de dólares), se enfrentan a serios desafíos a la hora de realizar sus pagos por los métodos estipulados en la firma de dichos préstamos. Según el acuerdo de los sucesivos préstamos chinos, el país asiático está autorizado a intervenir en las ganancias de las ventas de petróleo, cacao, bauxita o incluso electricidad de Ghana para pagar la deuda, en el caso de que Ghana no cumpla con sus obligaciones financieras. Y Ghana tiene una deuda total de 30.000 millones de dólares, una de las más altas del continente en relación con su PIB, y su incapacidad de hacer frente a los pagos pone en grave peligro su independencia económica frente al FMI pero también frente a China. Lo que no quita que Xi Jinping y su homólogo ghanés, Nana Akufo-Addo, hayan anunciado en el marco del FOCAC un aumento de sus relaciones bilaterales.

Otros países se encuentran en situaciones aún más delicadas. Es el caso de Zimbabue (que debe un 36% de su deuda a China) o Etiopía (un 25%). Es indudable que programas chinos como la Iniciativa de la Franja y la Ruta (conocida de forma coloquial como la nueva Ruta de la Seda), sirven como canalizadores del desarrollo de las naciones africanas beneficiadas, igual que los préstamos e inversiones en infraestructura suponen un serio apoyo para las economías africanas… pero siempre existe un ancla, un arrastre en forma de letra pequeña en los contratos y que hace que se retroceda un paso por cada dos pasos que se avanzan en África gracias a la colaboración china. Siempre resulta útil ver el documental Empire of Dust (disponible aquí) para comprender en mayor profundidad las relaciones entre China y África en materia de construcción de carreteras.

Aumenta la producción pesquera en las aguas africanas pero se perjudica a la pesca local; se conceden préstamos a cambio de energía y materias primas; se construyen carreteras cuyo rápido deterioro permite que las compañías chinas se embolsen dos, tres o cuatro veces el importe correspondiente a asfaltar repetidas veces el mismo tramo. No es oro todo lo que reduce. Los 45.000 millones ofrecidos en el último foro por Xi Jinping hacen salivar a dirigentes africanos que hará años que abandonaron el poder cuando llegue el momento de pagar y adoptar responsabilidades. La falta de integridad de un generoso número de políticos africanos se conjuga con la desesperación de los honrados a la hora de enfrentarse a la precaria situación económica de sus países. Cualquier pacto es válido, siempre que alivie su pesada carga en un futuro a corto plazo. China gana y los africanos ganan… al principio.