Ayuso ha leído un titular y ya podemos echarnos a temblar
Una entrevista con Díaz Ayuso de esta semana sobre inmigración vuelve a plantear la hipótesis de que el mayor riesgo sobre el impacto de las noticias falsas proviene de los políticos y mucho menos de las redes sociales
El fiscal general advierte contra quienes siembran “semillas de odio” contra los menores migrantes
La gente no lee las noticias, piensan los periodistas frustrados por la poca rentabilidad de lo que escriben. Se conforman con los titulares y así nos va. No como antes, que la gente se compraba el periódico y no lo soltaba hasta que se tragaba hasta los breves. Esa es una idea exagerada, pero se cita con frecuencia. Ahora ya no hay tiempo para nada, excepto en el caso de algunos políticos. La diferencia es que son muy selectivos a la hora de elegir los titulares, preferiblemente si se ajustan a sus ideas.
Isabel Díaz Ayuso necesita menos que un titular para ponerse en marcha. En una de esas entrevistas del inicio de septiembre con la que los políticos anuncian que ya no están de vacaciones, la presidenta de Madrid dio a conocer en qué consiste su dieta informativa. Abundan las grasas saturadas.
“¿De donde se saca que el Gobierno ha invitado a 250.000 mauritanos a España?”, le preguntó Susanna Griso en Antena 3. La cifra debería llamar la atención, porque ese país norteafricano tiene 4,7 millones de habitantes. Los invitados serían nada menos que el 5% de la población.
“De los titulares en estos días en todos los medios de comunicación”, respondió rauda Ayuso. Es el equivalente a 'lo he leído por ahí'. No dijo cuáles, pero era fácil saberlo. Todo salía de un titular falso de Vozpópuli: “Sánchez ofrece en Mauritania regularizar 250.000 inmigrantes ilegales”.
¿Cómo puede el Gobierno dar papeles a 250.000 inmigrantes mauritanos cuando se calcula que en España sólo hay 10.000 personas nacidas en ese país? Pongamos que se refiere a gente de otras nacionalidades. ¿En qué se beneficiaría Mauritania?
En realidad, en su viaje a Mauritania, Senegal y Gambia en agosto, Pedro Sánchez ofreció poner en marcha un programa de “migración circular” por el que se realizarán contrataciones legales en origen a africanos que volverían a su país tras la finalización del contrato (y podrían regresar al año siguiente). Nadie dio la cifra en el viaje. Quien se había referido a ella en meses anteriores había sido la ministra Elena Saiz, que dijo que la economía española necesita 250.000 migrantes anuales para sostener el Estado de bienestar.
La intención última de Sánchez era hacer una oferta generosa a cambio de que los gobiernos de esos países refuercen el control de sus costas e impidan la salida de cayucos con destino a España.
Para que quede constancia, Alberto Núñez Feijóo ha dicho esta semana que está a favor de favorecer la contratación en origen en el extranjero, aunque él sostiene que eso no es exactamente lo que ha dicho Sánchez. Nadie ha descubierto aún la diferencia.
Llevamos meses de debate sobre las medidas que el Gobierno dice estar preparando para luchar contra la desinformación. Este verano, se comprobó cómo la extrema derecha inundó las redes sociales de mensajes racistas después del crimen de Mocejón para relacionar el asesinato de un niño de 11 años con los extranjeros. Algo similar sucedió este verano en el Reino Unido con varios días de disturbios xenófobos alentados por racistas que llegaron incluso a incitar ataques contra los centros que acogen a solicitantes de asilo.
Incluso si el autor de un delito fuera un inmigrante, lo que no era el caso, eso no debería provocar un ataque colectivo contra los millones de extranjeros que viven en España. A nadie se le ocurriría acusar a todos los aragoneses si uno de ellos matara a un menor en Zaragoza. El origen sólo se considera el factor clave si la persona que comete un delito ha nacido fuera de España.
En esa misma entrevista, Díaz Ayuso afinaba el tiro y extendía las sospechas sobre cierto tipo de inmigrantes. Lo hacía con un argumento bastante insólito. “El problema está en que es un tema que tiene muchos matices y que precisa de muchas horas, porque no todo es blanco o negro. Las personas que provienen de América, de Hispanoamérica, no son migrantes. Rezamos la misma religión, hemos crecido juntos, tenemos la misma cultura”, dijo.
Es un hecho que españoles y latinoamericanos hablan el mismo idioma, pero eso de que comparten “la misma cultura” es algo más que discutible. Lo de que “hemos crecido juntos” no se sabe muy bien a qué se refiere. Su intención al afirmar que los latinoamericanos no son migrantes –es difícil negar esto si vienen de otro país– es señalar a los extranjeros que vienen de África o de países árabes. Esos son los peligrosos.
Es en ese contexto en el que hay que entender otro fragmento de la parte de la entrevista de Ayuso dedicada a la inmigración cuando habla de la hija que no tiene (los políticos tienen mucha imaginación). “Yo, si tengo una hija, quiero que salga con su falda corta, si le da la gana, y que viva como siempre lo han hecho en su pueblo, y no que haya un choque cultural porque no los hemos sabido integrar o porque no lo hemos hecho con equilibrio, y resulta que hay pueblos que culturalmente han cambiado en España”. Y ya se sabe que con los latinoamericanos no hay choque cultural, sino con los otros.
Lo curioso es que Ayuso, que nunca ha sido un prodigio de coherencia, atacó a las feministas de izquierda por reclamar que las jóvenes puedan llegar de noche a sus casas “solas y borrachas” sin que eso justifique culparlas por las agresiones sexuales.
Lo hizo en la Asamblea de Madrid en 2020 y lo repitió en el congreso del PP de Madrid dos años después: “Su forma de ver la vida propia de malcriadas que aspiran a llegar solas y borrachas, desprovistas de responsabilidades ni siquiera ante sus peores decisiones, nos abochorna a la mayoría de las mujeres que trabajamos todos los días para sacar adelante nuestro país”. Quizá su alternativa sea que que vistan con falda corta, pero sin probar una gota de alcohol.
Al final, habrá que empezar a pensar si el problema no son tanto los bulos extendidos en redes sociales que sólo se creen los ya convencidos, sino los políticos que los utilizan en sus mensajes.