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Ventas que dejan pérdidas

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Una sociedad que, de alguna manera, vende su Estado social de derecho en un momento de decepción o desesperanza, sin recibir a cambio el beneficio, el bienestar y la prosperidad prometidos, sufrirá una pérdida significativa que agravará la vulnerabilidad en todos los ámbitos.

Se asemeja a la familia que, en una situación de penuria económica, vende la vaca de la cual obtiene la leche para el consumo diario y produce algún queso, natilla o helados con el remanente. Al final, se queda sin el sustento y empeña su futuro.

Esto me recuerda un chiste corto que me contaba mi mamá: un humilde campesino llegó un día a pedir leche a su vecino. Sorprendido, el vecino le preguntó qué había sucedido con su vaca. “La vendí”, respondió el campesino, y el vecino, de manera natural, le respondió: “Ah, bueno, con eso se compra otra”. Con una sorprendente cara de orgullo, el campesino le respondió: “No me la pagaron, pero por lo menos la vendí bien cara”.

Tanto la sociedad que cede su Estado social de derecho en una apuesta desesperada como la familia del campesino que vendió su vaca renuncian a un recurso fundamental sin obtener ningún beneficio a cambio; pierden un activo que era crucial para su sostenimiento y estabilidad.

Desigualdad y pobreza

Esta pérdida es difícil de revertir; así, ambas entidades quedan en desventaja permanentemente. Para la sociedad, significa renunciar a la protección social, lo que exacerba la desigualdad, la pobreza y la exclusión; para la familia, es perder la fuente de ingresos y alimento, colocándose en una situación de extrema precariedad.

En la sociedad, se traduce en una mayor dependencia de fuerzas externas o del mercado, mientras que, en la familia, puede resultar en una dependencia total de apoyo externo, como programas sociales gubernamentales, oenegés u organizaciones religiosas y comunales.

A lo anterior hay que agregar que, al no recibir nada a cambio, ambas no solo pierden el presente, sino también el futuro. La sociedad, al desmantelar su Estado social de derecho, sacrifica la posibilidad de un desarrollo inclusivo y justo; la familia, sin su vaca, pierde la capacidad de percibir ingresos hoy y mañana. En ambos casos, se pone en riesgo la existencia, sostenibilidad y calidad de vida de las generaciones venideras, además del impacto devastador en la moral y la cohesión social o familiar debido a la sensación de frustración, resentimiento y crisis de identidad: “¡Qué tontos fuimos!”.

Tomar una decisión tan drástica arriesgando no recibir una compensación tangible, al menos cercana a lo prometido, sugiere un alto grado de desesperación e incluso de manipulación.

Entonces, afloran los sentimientos de desesperanza, pues se pierde un recurso vital y no se obtiene una solución o alivio inmediato a la crisis. La venta puede parecer una solución a corto plazo, pero implica sacrificar estructuras fundamentales que garantizan la estabilidad, la autonomía y la seguridad a largo plazo.

Tanto la sociedad como la familia corren el riesgo de enfrentar mayores dificultades y dependencia en el futuro, a pesar de haber resuelto necesidades inmediatas.

Problemas más graves

El final del cuento me recuerda a muchos que, ahora, a pesar de que el gobierno actual no les ha resuelto sus problemas, sino que los ha agravado, dicen: “Este presidente sí sabe mandar, no se deja, sí es ejecutivo, sí puso en su lugar a los partidos tradicionales, sí les quitó la corona a los ricos y poderosos”.

Una retórica instalada por el mismo Ejecutivo, haciendo uso descarado de la pauta publicitaria gubernamental, así como de las aberrantes conferencias de prensa de los miércoles, dignas de los mensajes que la Oficina de Censura de los 70 y 80 obligaba a los canales de televisión a presentar antes de los programas que supuestamente incidían en la moral costarricense. Los imagino celebrando cuando el presidente ofende de forma soez a quien se atreve a señalarle su impericia, ignorancia, ineptitud o, cuando menos, inexactitudes.

No obstante, es un hecho que el gobierno, al que como sociedad cedimos el poder por la vía democrática, está poniendo en peligro el Estado social de derecho. El fenómeno no es exclusivo de Costa Rica. Lo cierto es que la desesperanza y el hartazgo empujaron a la gran mayoría a hacer una peligrosa apuesta, a poner a la venta nuestro bien más preciado, en busca de una ganancia que no ha llegado, y creo que no llegará.

Mientras tanto, quienes lanzan loas al presidente, no importa cuándo, dónde ni por qué, están igual o peor que antes; y, con ellos, todos los demás. Ni un huevo o un bollo de pan más ha puesto sobre su mesa; tampoco, sobre la de todos los demás.

juan.romero.zuniga@una.ac.cr

El autor es médico veterinario, profesor de Epidemiología en la UNA y la UCR. Ha publicado aproximadamente 140 artículos científicos en revistas especializadas.