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El Papa: «Hay familias que prefieren un gato a tener un hijo»

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No suele ser habitual que el papa Francisco se salga del guión escrito en sus discursos ante las autoridades del país que lo acoge, consciente de las implicaciones que puede tener un comentario improvisado. Hoy, hizo una excepción en Indonesia, sabedor de que la materia que abordaba no podía generar ningún malestar institucional. Prueba de ello es la sintonía que encontró en su anfitrión e interlocutor, ni más ni menos que el presidente saliente del gran archipiélago asiático, Joko Widodo. En octubre dará el relevo a Prabowo Subianto, que venció en las elecciones del pasado febrero.

Desde el salón principal del palacio presidencial en Yakarta, el pontífice argentino elogió la apuesta por la familia y la defensa de la vida que se lleva a cabo en estas latitudes, ante las autoridades políticas, representantes de las sociedad civil y el cuerpo diplomático. En su primer discurso en el país, Jorge Mario Bergoglio reivindicó la necesidad de promover políticas de natalidad, como un medio para «construir la justicia social» que permite defender «una existencia digna». Al ahondar en esta cuestión subrayó cómo en otros estados se apuesta por «una ley de muerte» que lleva a «evitar el nacimiento, evitar la riqueza más grande que un país tiene».

A partir de ahí, aplaudió a la sociedad indonesia: «Su país tiene familias de tres, cuatro, cinco hijos que van adelante». «Continúen así, es un ejemplo para todos los países», comentó el pontífice. Y es ahí cuando dejó caer un chascarrillo, dejando los papeles a un lado. «Hay muchos que eligen tener un gato, un perro y no un hijo». «Esto no está bien», aseveró, arrancando una carcajada de Widodo.

Fue este el momento más distendido de una alocución que Francisco vertebró en torno al lema nacional: «Muchos, pero uno». El Papa partió de esta premisa para ensalzar la «realidad multiforme de pueblos» que son «firmemente integrados en una sola nación» que configura un «magnífico mosaico».

Eso le sirvió para subrayar «el respeto a las diferencias» que se da «cuando cada etnia y confesión religiosa actúa con espíritu de fraternidad, persiguiendo el noble objetivo de servir al bien de todos». O lo que es lo mismo, en el país con mayor número de musulmanes del planeta, quiso reivindicar el respeto a una minoría como la católica que, a pesar de alcanzar los ocho millones de habitantes, apenas representan un 3 por ciento de la población.

De hecho, expuso que la Iglesia católica se presenta como un agente imprescindible para «incrementar el diálogo interreligioso» y «eliminar prejuicios». Para el Papa, los cristianos están llamados a moldear una «armonía pacífica y constructiva que garantice la paz» frente al «extremismo y también la intolerancia, que –tergiversando la religión– intentan imponerse sirviéndose del engaño y la violencia». En esta misma línea, abogó por un «sabio y delicado equilibrio entre la multiplicidad de culturas, las diferentes visiones ideológicas y las razones que fundamentan la unidad» frente a cualquier «desajuste».

Reforzando esta tesis de una convivencia entre credos, fue más allá, al advertir de que la fe puede «ser manipulada y servir no para construir la paz, la comunión, el diálogo, el respeto, la colaboración y la fraternidad, sino para fomentar las divisiones y aumentar el odio». Quizá con la mirada puesta en Occidente, dejó caer un recado a quienes «consideran que pueden o deben prescindir de la búsqueda de la bendición de Dios, juzgándola superflua para el ser humano y para la sociedad civil».

En su intervención, no dudó tampoco en poner en valor cómo la Iglesia trabaja para «vencer los desequilibrios y las bolsas de miseria que aún persisten en algunas zonas del país». Igual que al hablar de natalidad se permitió una licencia al margen de lo prefijado, al abordar esta cuestión de la pobreza su gesto se tornó en serio.

Como cierre a una intervención que fue acogida con entusiasmo entre quienes llevan las riendas de esta gran potencia asiática, Francisco recomendó al mismo tiempo tener «la concordia» como el horizonte de la nación. Para el pontífice argentino se trata del valor esencial «cuando cada uno se compromete, no sólo en función de sus propios intereses y de su propia visión, sino con vistas al bien de todos, para construir puentes, para favorecer los acuerdos y crear sinergias, para aunar esfuerzos y derrotar toda forma de miseria moral, económica y social, y para promover la paz».