Serio Peris-Mencheta: "La mayor parte del tiempo soy un zombi que transita por casa"
Dice Sergio Peris-Mencheta que cruza los dedos en cada entrevista. Se le oye potente al otro lado del teléfono. El problema no es él. Lo que falla es la conexión, que se entrecorta. Pero ahí poco podemos hacer uno y otro. Se le oye bastante bien pese a la distancia y a la convalecencia de su trasplante de médula («gracias a mi hermano»). Se cumplen ya cien días de aquello, pero las secuelas son visibles: «Me han caído 150 años encima»; y él las siente como nadie. Por eso tiene los dedos cruzados, «para que no me vuelvan los dolores». Sin embargo, la mejoría es notable y empieza a ver un horizonte en el que, aunque sea desde la Costa Oeste de EE UU, ya vislumbra el regreso de «Cielos», de Wajdi Mouawad, a La Abadía y la gira de «14.4». «La de la guadaña», dice, ya no asusta tanto, ya se ve de lejos; y por el camino ha aprendido a disfrutar de un árbol o de oler las plantas. También se ha librado, en parte, del móvil: «Recomiendo dejarlo hasta para ir al baño». Todo PA+ (progresa adecuadamente).
−¿Qué tal?
−Pues estoy en la etapa en la que hay que tener más paciencia. Antes del trasplante no tienes pinta de enfermo, cosa que sí aparece cuando ya no lo estás: se te cae el pelo, pierdes peso... Ahora mismo estoy libre. Cabe la posibilidad de que vuelva, pero somos optimistas.
−¿Cuántos kilos ha perdido?
−Estaba en los 96 y he llegado a los 72... ¡En los huesos! Ha sido mucho tiempo sin comer; no te entra nada. Fueron veinte días con alimentación artificial. Los primeros días se te inflaman las encías, se te mueven los dientes, pierdes el gusto... La mayor parte de las comidas me saben a otra cosa.
[[QUOTE:PULL|||"Ves las orejas al lobo porque no nos han educado a convivir con la muerte y es algo crucial"|||Sergio Peris-Mencheta]]
−¿Y ahora qué?
−Ahora hay que encajar las piezas del puzle, de un asunto que se llama EICH (enfermedad de injerto contra huésped) que sufren los trasplantados cuando las células del donante no reconocen las del nuevo organismo y tienen tendencia a atacarlas. A mí me ha dado por el sistema digestivo, por las náuseas. También tengo mucha fatiga. No ves la mejora día a día, pero hay evolución. Un día das dos pasos adelante, y al siguiente, uno atrás.
−¿Le sobra paciencia?
−No, nunca la he tenido. Siempre me he llevado muy mal con ella. Soy de tenerlo todo listo muy pronto. Estoy teniendo una buena lección.
−¿Tiene nuevas aficiones?
−La contemplación. Pero no la meditación, que ni siquiera es posible por los dolores. Me basta con pasar las horas mirando a la montaña o viendo jugar a mis hijos. También me quedo bastante contemplativo viendo pintar a Marta [Solaz, su pareja]. Estoy ahí. No puedo hacer otra cosa. Normalmente no puedo leer ni escribir. La mayor parte del tiempo soy una especie de zombi que transita por la casa.
−¿Le obsesiona la muerte?
−Inevitablemente. Es lo que más se piensa, sobre todo, cuando te dan el veredicto, más que el diagnóstico. En España me dijeron que todavía no tenía la enfermedad, pero que existía una disfunción que se transformaría en una leucemia con pocas posibilidades de supervivencia. Me cuidé más que nunca, me sentía fuerte, pero no se me iba la sensación de estar perdiendo el tiempo. Fue la noche de Reyes cuando me trajeron carbón. Ves las orejas al lobo porque no nos han educado para convivir con la muerte y es algo crucial. Generamos el carácter por el miedo a desaparecer, cuando es algo inevitable.
−¿Se ha puesto plazos?
−Me dijeron que a los cien días [que se cumplen hoy] empezarían a retirarme medicación; luego también son importantes los doscientos días [28 de noviembre], cuando se cumplen seis meses y empiezas a sentirte más tú.
[[QUOTE:PULL|||"A Bardem con esa edad [17-23 años] no se le tiraban al cuello; a nosotros [a los de 'Al salir de clase'] sí"|||Sergio Peris-Mencheta]]
−¿Le ha ayudado el hacer público todo el proceso?
−Recuerdo a Marta decir que no sabía si me iba a venir bien todo el ruido de mi publicación en Instagram. La repercusión mediática es una parte de las reglas del juego y realmente fue un impulso. A todo el apoyo de mi gente se sumaron amigos no tan cercanos e incluso muchos que ni te conocen, pero te admiran. En ese momento no podía leer, pero Marta lo hacía por mí y fue de mucha ayuda. En esta situación, el listón del sufrimiento se modifica bastante y hay cosas que te importan mucho menos.
−Que no suene a cliché, pero el teatro le salvó: dirigió los ensayos de «14.4» desde el hospital.
−El teatro siempre me ha quitado la tontería, ha sido mi salvación. En realidad, es el arte en general. Lo que te apasiona te salva. Nos lanzamos a hacer un documental con el Terrat sobre el proceso creativo de «14.4» mientras estaba en el hospital [dirigía a través de Zoom]. El teatro me sirvió para despistarme del sufrimiento y de las noticias, me hizo salir de la autocompasión. Si en ese proceso llego a estar como Sergio el paciente, y no como el protagonista de un documental, hubiera caído en el «pobrecito de mí». Tuve que prestar atención a algo que puede servir mucho a gente que sufra lo mismo. Te pone las pilas el pensar que para tus hijos es ver a papá de otra manera; ya no está el Capitán Trueno, o el triunfador, sino mi parte más frágil. Todo esto es una lección para los cuatro. El año más duro y más bonito. Ese es el regalo que viene con la enfermedad.
−¿Qué tontería es la que dice que le ha quitado el teatro?
−La de la televisión. Yo empecé con teatro, soy carne de teatro. Mi primer «casting» fue para un anuncio de una campaña interna del servicio militar. Hacía de legionario y a mi padre le dio urticaria cuando lo vio. Lo siguiente fue «Al salir de clase», que me pilló mayor que al resto, con 23 años e interpretando a un chaval de 17, pero ya había cargado y descargado camiones, colgado focos... Aproveché el dinero para seguir con mi compañía de entonces. No me lo gasté en comprarme un Z3, como algunos de mis compañeros a los que se les fue la pinza, como han dicho ellos. Confundes fama con popularidad. A Bardem con esa edad no se le tiraban al cuello, a nosotros sí. Y no quiero decir que no haya tenido tontería porque la seguiré teniendo. Uno es actor por la vanidad y por la parte de querer agradar. Cuantas más alfombras, portadas y «likes», más difícil es ser creíble contando una historia que quiere cambiar las cosas. Es como el aceite y el agua.
−¿La vida es actitud?
−Y estar bien acompañado. Marta me ha puesto en mi sitio cuando se me iba la olla pensando en lo peor. Bajaba a la Tierra. Pasito a pasito. No importa pensar en el mañana y sí preocuparse por los próximos cinco minutos intentando que se pase el dolor de tripa o simplemente conseguir dar un bocado.
[[QUOTE:PULL|||"Mi militancia es levantar proyectos que hablen de lo que pasa. La militancia política me cansa"|||Sergio Peris-Mencheta]]
−¿Es usted un tipo con suerte o un analista de primera? Sus últimas obras han encajado de pleno con la actualidad: «Ladies...», con la explosión del fútbol femenino, en particular, en España; «Cielos», con los activistas climáticos tomando los museos; «Una noche sin luna», con la subida de la ultraderecha en Europa; «14.4», con la actual crisis de la inmigración en nuestras costas...
−Lo que no soy es un analista de primera [risas]. Leo las noticias, estoy en contacto con lo que pasa... Antes pensaba que era suerte, pero ya toca echarme alguna flor. Es verdad que hemos tenido algo de sincronía porque los proyectos nacen mucho antes de que se estrenen, que es cuando han coincidido con la actualidad.
−En «14.4», Ahmed Younoussi desgarra al público con su historia, la de cómo llegó a España subido a un camión. ¿Falta empatía al hablar de inmigración?
−El caso de Ahmed es curioso porque la gente, durante los aplausos, salía al escenario a abrazarle. Soy de la opinión de que cuanto más nos polarizamos con un tema también se polariza más todo lo contrario. Nos volvemos más conscientes. Noticias como las de las concertinas, las devoluciones en caliente, la necesidad de levantar un muro más alto entre México y Estados Unidos o la utilización del Ejército para controlar la inmigración provocan una respuesta social. Cada vez tengo más claro que mi lugar no es la política, sino el de contar historias.
−¿Es un problema con solución?
−¡Imposible! Es una de las herramientas políticas para ganar votos cuando la gente tiene miedo de que le quiten lo suyo.
−No le veo con ganas de meterse en política.
−La militancia política me cansa. Mi militancia es levantar proyectos que hablen de lo que pasa. Luego se me puede escapar mi postura porque todo es política; hasta «Anacleto se divorcia». Comulgo más o menos con unas ideas, pero al 100% con ninguna.
−¿Son malos tiempos para la política?
−Pero desde el 36. Lo que sucede ahora es que el altavoz hace que todo sea mucho más evidente.