Amnesia del corazón
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¿Tienen corazón las ciudades históricas? Si se habla de ellas como si poseyeran carácter y personalidad, ¿no han de tener corazón? Si pueden considerarse organismos vivos en el sentido de que nacen de la simbiosis de diferentes culturas que sacan provecho de su vida en común, ¿ha de faltarles corazón? Precisamente por eso, porque lo tienen, pueden incurrir en el pecado capital de la ingratitud, que alguien definió como la amnesia del corazón. La ciudad de Toledo se ha mostrado a menudo desagradecida con muchos hombres y mujeres, nativos o toledanos de adopción , que se entregaron a ella en cuerpo y alma. Artistas, artesanos, políticos o intelectuales de valía que enriquecieron con su obra o con su trabajo esta «peñascosa pesadumbre». Su nómina es tan larga como la lista de injusticias en las que ha incurrido la historia. Ha pasado con ellos lo que con la casa del pintor Ricardo Arredondo (1850-1911) en el antiguo palacio de los Adrada adosado a la muralla en las proximidades del Cambrón, víctima del abandono y el olvido. En julio de 1958 un vendaval se llevó su techumbre, lo que fue el principio del fin de una casa que ni sus sobrinas y herederas, ni las autoridades municipales, supieron o quisieron salvar de la ruina, con la irreparable destrucción de buena parte de la documentación de un pintor extraordinario que en vida conoció fama y reconocimiento en toda Europa. Con motivo del centenario de su fallecimiento, quien esto escribe se puso en contacto con la persona que a la sazón dirigía la Rabacht para sugerirle que Arredondo merecía, al menos, una placa conmemorativa en la fachada de la que fue su vivienda y estudio, sin ningún resultado (más suerte tuvo el poeta Baltasar Elisio de Medinilla , quien con motivo del tercer centenario de su asesinato en 1620, precisamente en dicho palacio, sí mereció que la venerable institución, que vivía tiempos mejores, le erigiese una placa). Hoy apenas se acuerda nadie en Toledo de Ricardo Arredondo, consumado artista que además fue concejal de Toledo y diputado provincial, un luchador infatigable por la conservación del patrimonio artístico de la ciudad que promovió la restauración del castillo de San Servando, la vieja Puerta de Bisagra y la creación del Paseo del Cambrón, que hasta la Guerra Civil estuvo dedicado a tan eminente pintor. Pero el inmisericorde vendaval de la historia se ha llevado la memoria de otras muchas personalidades de la vida toledana que hubieran merecido un busto, una calle o una modesta placa. La larga sombra del Greco eclipsó, por ejemplo, a un contemporáneo suyo, Sánchez Cotán, nacido en Orgaz pero formado en Toledo bajo la dirección de Blas de Prado . De su taller toledano salieron algunos de los bodegones más exquisitos y extraordinarios de la historia de la pintura. Mas no es necesario remontarse tan lejos en el tiempo. Sólo mencionaré a otro artista, aunque podríamos esponjar de los polvorientos archivos de la historia a otros muchos, que vivió (y murió) por Toledo: Enrique Vera (1886-1956), discípulo de Sorolla y de la luz toledana . Su casa-estudio en la calle Alfonso XII, dedicada a la memoria del pintor, lleva décadas amenazando ruina. Uno mira con sana envidia cómo otras ciudades han convertido las viviendas de sus pintores locales, u otros espacios urbanos significativos, en casas-museos (me acuerdo ahora, v. gr., del Museo Jaume Morera, discípulo, como Arredondo, de Carlos de Haes, en Lérida, o del Museo Pablo Sarasate en la ciudad natal del violinista, Pamplona). Toledo está en deuda con novelistas como Pérez Galdós, que competía con su amigo Ricardo Arredondo en saberse de memoria el callejero toledano; con poetas de la talla universal de Rilke, que hizo de su estancia en Toledo fuente de inspiración de su poética de los ángeles; con damasquinadores y cinceladores como Mariano Álvarez y Críspulo Avecilla , cuyas obras merecieron medallas de oro en las Exposiciones Universales; con esos grandes ceramistas que fueron Sebastián Aguado y Ángel Pedraza, y un largo etcétera. Con mucho retraso al autor de Ángel Guerra se le dedicó una placa en el Cerro de la Virgen de Gracia, sin duda un reconocimiento insuficiente para este novelista colosal que introdujo en sus novelas más de 70 personajes vinculados con Toledo. ¿Por ventura no merece el escritor canario una estatua, un busco o una simple cabeza, como la que hace Victorio Macho de Gregorio Marañón (cuyo cogote, por cierto, sigue cubierto por el toldo de un conocido bar en la plazuela de Santo Tomé)? Quizás haya ocasión de ocuparse en otro artículo de otros olvidados más cercanos, algunos recientemente fallecidos, y que ya mencionamos en el artículo Imprescindibles. La llamada ciudad imperial se ha mostrado muy ingrata con muchos toledanos ilustres y con otros tantos personajes foráneos que sobresalieron en los diversos ámbitos de la cultura y se enamoraron de Toledo, estableciéndose dentro de sus murallas. Aunque sería más justo y exacto imputar de tamaña ingratitud, más que a la propia ciudad, a sus representantes políticos, especialmente en unos tiempos como los actuales en los que la excelencia destaca como una isla en un mar de mediocridad política. Decía Séneca que «ingrato es quien niega el beneficio recibido; ingrato quien lo disimula; más ingrato es quien no lo devuelve, y mucho más ingrato quien se olvida de él». ¿Existe alguna forma de curar la amnesia que sufre esta ciudad tan cargada de años como de olvidos? Quizás haya al menos una manera de paliarla, creando un Museo de la Ciudad, como el que disfrutan tantas ciudades con mucho menos bagaje histórico que Toledo. La arqueología, el urbanismo, la etnografía, la orfebrería, la industria sedera toledana, la pintura, la cerámica, el damasquinado, la rejería, la fotografía, etc., se darían cita en un recorrido de más de dos mil años de historia, que nos llevaría de la Toletum romana a la ciudad del siglo XXI. La urbs regia de los visigodos, la ciudad musulmana, la medieval, la Toledo renacentista y comunera, la ciudad barroca y la contemporánea estarían representadas en un espacio expositivo organizado con criterios museísticos modernos y rigurosos. No faltan en Toledo edificios históricos vacíos o sin ningún uso que puedan albergar este nuevo museo. Con un Museo de la Ciudad no sólo se reforzaría la oferta cultural de una ciudad que aspira a ser Capital Europea de la Cultura en 2026, y se disfrutaría de un conocimiento más profundo y preciso de la historia de Toledo y, por extensión, de la historia de España, sino que se repararían muchas injusticias históricas, pues, como decía García Márquez, «la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido».