Más amor en verano... y más rupturas en septiembre
En agosto de 1920, Federico García Lorca titulaba «Madrigal de verano» y escribía: «Junta tu roja boca con la mía, ¡oh Estrella la gitana!, bajo el oro solar del mediodía, morderá la manzana». Desde el principio de los tiempos parece que el verano se alza como la etapa perfecta para morder la manzana del amor. Históricamente, esta estación del año se concibe como la ideal para vivir una aventura romántica, que puede o no terminar en septiembre.
Pero, ¿qué factores influyen en que estemos más predispuestos al amor en la época estival? Y... ¿realmente aumentan las relaciones sentimentales con el calor y las largas noches de verbenas y fiestas? O, por el contrario, ¿el verano y el fin del mismo rompen más relaciones de las que crean?
De la espuma del mar nació Venus, la diosa del amor, según «La Metamorfosis» de Ovidio, fuente principal en la que se inspiró Boticelli para hacer su gran obra maestra, «El Nacimiento de Venus». Así pues, la relación entre el mar, el calor y el amor ha acompañado a la humanidad en todas las formas culturales posibles. Quién no leerá tatareando «cuando llega el calor, los chicos se enamoran, es la brisa y el sol»; quién no se ha imaginado viviendo un verano como el de clásicos como «Grease», «Walking On Sunshine» o «Dirty Dancing»; o viviendo una historia veraniega de reencuentros y pasiones como Meryl Streep en «Mamma Mía!».
Si entendemos la relación entre el amor y el verano desde un punto de vista sociológico hay que tener en cuenta que se producen una serie de cambios en las normas sociales y también en las expectativas. Priscila B.M. (32 años, Madrid) es graduada en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Según explica para LARAZÓN, «es evidente que el clima da mayor flexibilidad para tener relaciones, básicamente porque estamos más relajados y menos formales, fuera de las rutinas. Esto da más pie a la exploración y a la instrospección, lo que propicia que se puedan desarrollar relaciones más significativas a nivel emocional. La cultura, la literatura y el cine han contribuido mucho a que estas relaciones esporádicas veraniegas se conciban como algo bueno, bonito y alcanzable. En ellas se busca la experiencia, y esto se contrapone a una visión del amor más estable y cotidiana, donde prima la rutina y la responsabilidad».
Para Priscila, «el verano no es solo una estación, sino un contexto social que modifica la forma de relacionarnos. El frío es un arrope, necesitas taparte, estar en casa. El calor es síntoma de apertura, de socializar, experimentar, disfrutar del exterior».
La sociabilidad aumenta en los meses de verano. Las actividades al aire libre, los deportes acuáticos, los festivales, las fiestas de pueblos y barrios... Se generan o se aprovechan muchos espacios donde es más factible socializar con círculos fuera de los habituales. Y fuera de lo habitual, generalmente, sentimos libertad. Durante la infancia, una época de mucha influencia en la construcción de nuestro «yo», el verano es sinónimo de tres meses de vacaciones. Aunque eso deja de ocurrir en la vida adulta de la mayoría, una parte de nosotros sigue viendo la temporada estival como un tiempo muerto dentro de la ahogada rutina, como un tiempo en el que la sensación de libertad se multiplica. Y como nos sentimos más libres, nos sentimos más guapos, más amables, más relajados, más aventureros y expectantes. Más predispuestos al amor. «Si idealizamos el amor romántico, el encontrar a tu ‘otro yo’ cuanto antes, comer perdices y vivir felices, cómo no vamos a idealizar los amores de verano, cuando estamos más contentos y brillantes. Son una extensión, es el amor romántico elevado al cuadrado», concluye Priscila.
A. C. (30 años, Barcelona) es periodista deportiva y reconoce, sorpresiva, que «el trabajo, en verano, puede contribuir al amor. Si tienes jornada intensiva, claro». Muchas profesiones requieren de un número muy elevado de horas de oficina, por lo que el tiempo disponible para el exterior se reduce al máximo. En muchos casos, además, esas pocas horas libres no quieren (o no pueden) dedicarse a ampliar círculos sociales. «Al estar menos agobiada tengo más interés en conocer gente. Durante el resto del año, con jornadas largas, frío, lluvias... Me apetece menos, estoy menos receptiva, y también siento que no tengo el tiempo y la predisposición necesaria para dedicarle a alguien, lo que es fundamental para empezar una relación sentimental o algo más breve». A menos horas de trabajo, más horas para el ocio. Y el ocio y encontrar el amor es algo que guarda relación en aquellos que no tienen pareja. «El verano también es época en la que tienes vacaciones, lo que abre más aún la puerta de poder hacer planes. Tienes más ganas de conocer el amor, y teniendo apps de citas, como Tinder o Bumble, que te permiten conocer gente en la zona en la que te encuentras, todo se pone de cara para el ligoteo, especialmente si sales de tu ciudad. También es cierto que normalmente tienes más energías para el amor estando en la playa o en un pueblecito que estando en Madrid», explica.
Para A., en este contexto de conocer a alguien estando en un destino vacacional, «es fundamental saber que tiene fecha de fin. Las emociones se disparan cuando se vive algo breve. Lo vas a coger con ganas, se van a multiplicar los deseos de hacer planes increíbles con el otro, porque se va a marchar. Tienes que aprovechar la experiencia. Cuando sabes que las cosas se acaban, las aprovechas más. Es inevitable, funcionamos así».
La cara b
Las reflexiones anteriores se aplican a las personas que no tienen una relación sentimental cuando llega la época estival, pero ¿cómo afecta el verano a las parejas? ¿También experimentan una explosición de amor e intensidad? A nivel histórico, igual que el verano dispara los romances, septiembre dispara los divorcios. El calor aviva la llama para unos y la apaga para otros.
Antonio G. N. (42, Murcia), es licenciado en Psicología por la Universidad Católica de Murcia (UCAM), y está especializado en terapia de pareja. Según su experiencia, los mismos factores que hacen explotar los amores de verano son los que dinamitan las relaciones largas que vienen acarreando problemas: «Hay mucha gente que, durante la rutina, vive en automático a nivel sentimental. No se cuestiona nada, acata, sigue, como si fuera un robot. Las vacaciones, esa sensación de libertad que experimentamos generalmente en la época estival, suponen para algunos un jarro de agua fría. Hay mucha gente que lleva años sumida en una relación que no le convence y se da cuenta un mes de julio, planeando las vacaciones con su grupo de amigos en una terraza o con la propia pareja».
Para este profesional, esto ocurre porque «al estar más liberados pensamos más en nosotros mismos, en si estamos estancados o no, enamorados o liderados por la costumbre y comodidad». Según Antonio, esto, evidentemente, afecta a las parejas que presentan problemas desde tiempo atrás: «A lo largo de mi carrera he tratado a muchas parejas que venían a consulta por sentirse asfixiados dentro de la relación, por haber perdido autonomía y funcionar únicamente como un binomio. Tradicionalmente las relaciones se han visto como algo muy demandante, hermético, muy poco individual. Por eso también en verano la gente se separa más, porque se sienten más libres al trabajar menos horas o al tener vacaciones, y en esa experimentación de la libertad se activa una luz roja que dice: todavía no eres libre del todo». El psicólogo avisa, sin embargo, de que muchas de estas decisiones vienen influenciadas por ese afán de «disfrutarlo todo, romper con todas las rutinas, utilizando la excusa de que es verano», y piensa que «mucha gente adulta, que no adolescentes, se pierde o se deja engatusar por los anuncios de cerveza y del Mediterráneo».
Sea como fuere, si algo queda claro, es que bajo las mantas que nos arropan en invierno... se despiertan menos emociones.