Aida Folch: «Me gustan los detalles, sentirme querida, que me sorprendan y sorprender»
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¿Qué piensa una actriz cuando dicen '¡Acción!'? Aida Folch confiesa que, en ese momento, no puede pensar en nada : «tengo el corazón a mil, lo que brota es el instinto. Cuando dicen '¡Corten!' no sé qué ha sucedido porque he estado en trance. No hay pensamiento, solo una reacción instintiva.» De la mano de Fernando Trueba ha estrenado 'Isla perdida', un 'thriller' romántico en el que la actriz se codea con Matt Dillon: «ya no forma parte del sistema de Hollywood, pero se nota que fue una estrella. Tiene resquicios de esa época.» Y aunque no es mitómana, confiesa la sorpresa que le supuso trabajar con él: « es más distante a la hora de actuar que un europeo , pero me gustó que no fuera técnico, que estuviera pendiente de lo que pasaba.» La película recrea el viaje emocional que supone vivir del amor al desamor. Aida se identifica con la trama y con su personaje: «Es una mujer vitalista, con ganas de conocer a pesar de los palos, que le pone corazón a lo que hace y va a por todo. La historia tiene su mensaje, que no es otro que el riesgo de amar es sufrir.» Aida se reconoce una romántica empedernida: «siempre lo he sido. Me gustan los detalles, sentirme querida, que me sorprendan, sorprender. No me gusta una vida plana, disfruto con esas pequeñas cosas que me hacen vibrar .» Aunque le hubiera gustado formar una familia numerosa, ha ido aceptando que la maternidad llegará cuando toque: «es un tema importante al que le he dado mil vueltas, pero me he quitado presión con el tiempo. Si tiene que ser, será. A veces las cosas no salen como uno quiere y hay que asumirlo.» Si tuviera que definirse, lo tiene claro: «vivo todo con mucha intensidad. Soy sufridora y disfrutona. No soy mucho de rutinas, pero me gusta que todo esté en orden, me gusta controlar aunque también me dejo llevar por el corazón. Parezco tranquila, pero soy muy nerviosa por dentro.» Aida encuentra la paz «en la naturaleza, donde intento escaparme. Disfruto con el silencio, con los árboles, perderme sin saber dónde estoy, sin preocuparme de dónde voy a dormir o qué voy a comer.» Tal vez por esa razón tiene su huerto urbano , que cultiva para desconectarse del mundo. Por el contrario, le sacan de quicio «las injusticias, la lentitud, la incertidumbre, la gente mal e inmoral y cómo funciona ese mundo.» Aida tiene su punto caprichoso: «reconozco que, cuando quiero algo, soy impaciente y lo quiero ya. Tengo que aprender a tener más tolerancia a la frustración. Pero me gusta vivir bien, ponerme mi música, tomarme un vino, rodearme de belleza.» Si fuera por ella, ahora mismo interrumpía la entrevista para comerse unas ostras , «que es lo que más me gusta de este mundo.» Luego vienen las alcachofas. Tampoco es una mujer de sueños imposibles: «quiero escribir, dirigir, trabajar en Francia. Ver dónde me lleva la vida. Y convertirme en una abuelita con mis arrugas, siendo feliz con lo que tenga, viviendo en el campo y con salud para seguir trabajando, como Lola Herrera.» Un esguince libró al baloncesto español de una mala jugadora y regaló al cine una gran actriz. Obligada a buscar una actividad extra escolar, Aida cambió el deporte por la interpretación de la mano de un profesor, Josep Maria Llop, que la subió a un escenario con una condición: «Hay que quitarse de encima esa vergüenza.» Convertida en distintas mujeres, aquella joven estudiante descubrió que se sentía libre bajo la máscara de los personajes: « me liberé, fue un exorcismo .» Siempre ha sentido una especial curiosidad por la psicología: «en la vida, todos llevamos una máscara para defendernos de este mundo, pero detrás de ella está la esencia de cada uno. Para ser actriz es clave entender al ser humano y a mí me gusta entender a mis personajes.» A los 14 años, un casting de Fernando Trueba para 'El embrujo de Shanghai' cambió su vida: «de pronto me vi en un set de rodaje, rodeada de gente mayor, cumpliendo un sueño mientras estudiaba, pero con miedo de que todo acabara con esa película, que no durara. El trabajo, los viajes, toda esa experiencia me abrió los ojos. Era una niña, pero era seria y responsable. No sé quién habría sido si me hubiera quedado en Reus. A veces no me lo creo.» Hasta entonces, Aida había sido una cría revoltosa que no callaba, muy cariñosa y mimada: «era hija única y todos -mis padres, mis tíos, mis abuelos- estaban pendientes de mí.» Era la pequeña que lideraba en el grupo de amiguitas de ballet, la que hacía las trastadas: « tenía mucho carácter, era una lianta .» Aunque tenía sus de 'mejores amigas', a menudo se quejaba de estar sola: «me distraía con mis cosas. Y como acompañaba a mi madre, que estudiaba Bellas Artes, acabé aprendiendo manualidades, como pulseritas o pintar.» Aida no se ha desprendido de esa acostumbre, al revés, la sigue alimentando: «me gusta concentrarme y crear cosas bonitas. Soy curiosas y me gusta aprender.»