El Museo del Romanticismo sopla las cien velas
Inaugurado el 1 de junio de 1924 por el marqués de Vega-Inclán como Museo Romántico, esta institución estatal, que llegó a estar dirigida por Alberti durante la guerra, alberga y expone en su seno las pistolas con las que se mató [[LINK:TAG|||tag|||633612c05c059a26e23f763e|||Larra]], además de dos cuadros de [[LINK:TAG|||tag|||6336121287d98e3342b2672b|||Goya]]. En 1949 se celebró un homenaje de época en honor a Ramón a su vuelta a España en el jardín del magnolio, donde un cuarto de siglo antes el rey Alfonso XIII degustó unas natillas. Por allí pasó el escritor Jean Cocteau, que se inmortalizó con el arpa del salón de baile, y hasta [[LINK:TAG|||tag|||6336196c1e757a32c790c3b7|||Julio Iglesias]], que a su visita confesó ser «un romántico». Tras la reforma integral terminada en 2009, el escritor Andrés Trapiello aseguró que «acabaron no sólo con el nombre sino con el romanticismo mismo».
Recapitulemos. El 1 de junio de 1924 abrió sus puertas el Museo Romántico, que así se llamaba la institución hasta su última reforma integral, en la madrileña calle de San Mateo, 13. Sito en el centro de la ciudad, entre la plaza de Santa Bárbara y el metro de Tribunal.
La apertura del museo fue posible gracias al notable esfuerzo del II Marqués de Vega-Inclán, benefactor y promotor del turismo cultural en España, quien contó con la venia de su amigo el rey Alfonso XIII y con una considerable colección de objetos y obras artísticas pertenecientes a la época romántica, que consiguió gracias a las donaciones y regalos de amistades (el poeta [[LINK:TAG|||tag|||633619665c059a26e23f8134|||Juan Ramón Jiménez]] le cedió un piano y un galán, por ejemplo) e instituciones hermanas como el Museo del Prado.
Pero la idea inicial era que la apreciable cantidad de cachivaches y pinturas recolectadas por Benigno de la Vega-Inclán se alojase y expusiese en el edificio del Hospicio, pero no fue posible por falta de entendimiento con la Diputación de Madrid. De hecho, en un folleto explicativo, «para un museo romántico», encargado a José Ortega y Gasset, el filósofo expone en referencia al Hospicio que: «Por su fachada asoma el alma de la villa, y hace al transeúnte una incesante gesticulación; trasparece el jocundo frenesí de un día de fiesta, cuya graciosa irrespetuosidad, característica del madrileño... obliga a la piedra a danzar y parlar».
Este contratiempo llevó a que el promotor del Museo Romántico alquilase el vecino palacio de los duques de Matallana a los condes de la Puebla de los Infantes, a la sazón propietarios del mismo. A partir de 1927 el inmueble pasaría a ser propiedad del Estado, que lo compró.
Desde su inauguración en la primavera veraniega de hace una centuria, en cuya víspera [[LINK:TAG|||tag|||6336183f5c059a26e23f7f51|||Alfonso XIII]] acudió a una copiosa comida celebrada en la sede romántica donde al postre tomó natillas..., hasta el presente, entre las paredes del palacio de Matallana se han registrado todo tipo de eventos y se ha acogido a personalidades de toda laya. Con una fisonomía, tanto exterior como interior, que ha ido mutando; y una colección que se ha ampliado y enriquecido con el paso de los años, tratando de conservar el espíritu fundacional que insufló Vega-Inclán, el de transportar al visitante al ambiente de la época romántica, que en España coincide aproximadamente con la era isabelina (1833-1868). Los tiempos de Mariano José de Larra, de Mesonero Romanos, de José Zorrilla o de José de Espronceda.
Así, en el jardín del magnolio del ahora Museo del Romanticismo se celebró un banquete en homenaje a Ramón Gómez de la Serna a su regreso a España tras su exilio, donde los invitados se vistieron de época. En idéntica ubicación el gran director del museo Mariano Rodríguez de Rivas, siguiendo una castiza tradición, invitaba a la concurrencia y al vecindario a rosquillas por San Isidro. En el caserón romántico se rodó la película «El marqués de Salamanca», dirigida por el afamado Edgar Neville, en 1948. El escritor y artista francés Jeac Cocteau posó tocando el arpa en el salón de bailes del Museo, que, por cierto, estuvo dirigido por Rafael Alberti durante la guerra civil, pero se entiende que se ocupó de él lo mismo que[[LINK:TAG|||tag|||633619fb5c059a26e23f8214||| Picasso]] se encargó del Prado en esos primeros compases bélicos: o sea, nada.
Del Museo Romántico, en la actualidad a cargo de Carolina Miguel, escribe Andrés Trapiello (quien se pasó del año 83 al 85 acudiendo a diario a la interesante biblioteca del mismo, coincidiendo con la etapa de la granadina Elena Gómez-Moreno como directora) en su exquisito libro «Madrid» (Destino, 2020) que «Era un museo pequeño [atención al detalle: escribe en pasado], y no había en él nada de gran valor artístico. Lo único, los ‘perrillos’ (pistolas) de Larra, que a saber». Cabe apuntar, matizando al escritor, que el oratorio museístico está presidido por un cuadro de Goya que representa al papa San Gregorio Magno, amén de que como regalo de centenario, el ministerio de Cultura, del que es dependiente esta casa romántica, adquirió para su exposición una Piedad del propio Goya.
Y sigue el escritor leonés: «Lo maravilloso de aquel museo no eran las cosas que se exponían, sino el ambiente. Tenía todo el conjunto un encanto único que procedía de la pátina de las cosas, esa que solo se consigue con el paso del tiempo, y que nadie puede imitar ni con un buen maquillaje».
«Vega-Inclán logró reproducir con absoluta fidelidad lo que había sido una buena casa en los tiempos de Larra y Espronceda», abunda este. «El museo era un lugar único, maravilloso, un milagro, porque en ningún otro rincón de Madrid se conservaba tan a lo vivo el tiempo ido irreparablemente».
Tras una larga reforma integral iniciada en el año 2001, la institución reabrió sus puertas en noviembre de 2009 con cambios hasta en su nombre: de Museo Romántico a Museo del Romanticismo. Su actual directora justifica el cambio nominal de la siguiente manera: «Se habían dado confusiones, ya que algunos pensaban que era un museo dedicado al amor romántico. Por ejemplo, en una entrevista con Julio Iglesias en el centro el cantante dice: ‘Yo soy un romántico’».
De su reforma dice Trapiello que «el crimen fue completo y les dio tiempo a embalsamarlo y momificarlo. Acabaron no solo con el nombre sino con el romanticismo mismo». Y sigue: «Hablo en pasado porque después de su última reforma (posmoderna) acabaron con él. Lo primero que destruyeron fue la pátina, o sea, el romanticismo».
Aludiendo a ese posmodernismo que cita Trapiello, cabe rescatar unas palabras de Carolina Miguel sobre la reforma museística: «También se ha modificado la museografía y la perspectiva con la que se exhiben los bienes.» Esto ha llevado a perpetrar desmanes como que se invite a un par de artistas a «hacer una lectura de género» (sic) de la sala de billar, antes llamado sala de caballeros, donde estos se reunían a «hacer cosas de hombres» rodeados para su solaz de cuadros de bellas damas. Aplicar este presentismo a los usos y costumbres del pasado es de una miopía reductora importante.