Cuando salvas vidas, pero te convierten en objeto sexual: “Socorrista, me ahogo, ven a rescatarme tú”
Estas profesionales se enfrentan a menosprecio, cosificación y acoso por parte de usuarios o compañeros: “Estaba en la piscina de una zona infantil cuando me vi rodeada de repente por una decena de hombres haciéndome todo tipo de comentarios; me sentí intimidada e indefensa"
“Las negras no valéis para nada más que follar”: los estereotipos racistas y machistas con los que me acosaron, por Ana Bueriberi
Su trabajo es salvar vidas, pero se enfrentan a menosprecio o acoso por parte de quienes podrían necesitar su ayuda. Son mujeres socorristas en playas, piscinas y parques acuáticos y lidian cada día con frases del tipo “¿me vas a salvar tú a mí?”, “vaya morenaza, ¿tienes novio?” o “porque no me has pillado más joven, que si no te ibas a enterar...”.
María Antonia Martínez se convirtió en 1967 en la primera mujer en ejercer la profesión de salvamento y socorrismo. Tenía que nadar a escondidas para evitar las riñas de sus padres de pequeña y tuvo que luchar “muchísimo” para conseguir ser socorrista, contaba en un reportaje para RTVE. Desde entonces, se ha normalizado la presencia de mujeres en la silla de vigilancia, pero ellas denuncian que se las toma menos en serio que a sus homólogos masculinos. “Muchos hombres ni nos miran cuando nos dirigimos a ellos en presencia de otros compañeros”, cuenta Sara.
Sara tiene 38 años y es socorrista en las piscinas del Ayuntamiento de Madrid, concretamente en una que califica de “conflictiva”. De los seis socorristas que trabajan allí, la mayoría son hombres. Cuando hay que hablar con alguna persona usuaria o alguien se acerca a preguntar algo, Sara se siente invisible si está con un compañero. “Le miran a él, es como si yo no estuviera”, describe. Además, explica que la gente hace más caso a los socorristas varones, “sobre todo en temas de normativa”, y que los adolescentes “se ponen más gallitos” con ellas (y con un compañero gay).
Las caras del acoso: usuarios insisten en averiguar a qué hora salen las socorristas, un vigilante que envió una ‘fotopolla’ no consentida por redes o el operario que dijo “yo puedo ser tu ginecólogo, mira qué dedos”
Más allá del menosprecio en lo profesional, Sara ha visto todo tipo de acoso por parte de todos en sus 13 años como socorrista. Usuarios que insisten en conseguir el Instagram de sus compañeras más jóvenes o averiguar a qué hora salen. Compañeros que sexualizan a las usuarias o aquella ocasión en la que un trabajador de seguridad mandó una ‘fotopolla’ no consentida a otra socorrista tras encontrar sus redes sociales.
Sara también ha sufrido este machismo en persona, como aquella vez que un operario, al ver que ella hablaba con otra trabajadora sobre el ginecólogo, le dijo: “Si quieres yo hago de tu ginecólogo, mira los dedos que tengo”. Este tipo de actitudes las ha visto incluso en sus jefes. Uno le dijo “qué asco, depílate” y otro —50 años mayor que ella, recalca— le soltó al verla salir del vestuario “porque no me has pillado más joven, que si no te ibas a enterar”.
No es posible saber cuántas personas socorristas hay en España y en qué proporción son mujeres porque no existe una sola titulación homologada, pero los datos disponibles apuntan a que aunque es una profesión masculinizada, el número de mujeres no es despreciable. La mayor base de datos accesible, la de la Federación Española de Salvamento y Socorrismo, contabiliza 11.701 licencias; una de cada tres tiene por titular a una mujer.
“A mí no me vas a poder sacar”
Aunque Sara, la socorrista de Madrid, ha tenido que sufrir “bastante a menudo” a hombres que fingen ahogarse —“socorrista, me estoy ahogando, ven a salvarme tú”, relata que le dicen—, la percepción mayoritaria es que una mujer estaría en situación de desventaja respecto a un hombre a la hora de efectuar un rescate. “Con mi peso, tú no me vas a poder sacar”, le han dicho a Sara, que remarca que hombres y mujeres socorristas hacen pruebas conjuntas cada dos años y “lo hago mejor que otros y otros lo hacen mejor que yo”.
Las socorristas sufren menosprecio en su desempeño profesional por parte de personas que insisten en que no podrán rescatarles cuando, en el agua, más vale maña que fuerza
“Vale más maña que fuerza” en el agua y siempre se puede pedir ayuda, recuerda la socorrista. Está de acuerdo con ella Marta, pseudónimo de una chica de 22 años que pasó los veranos de sus 17 a sus 19 como socorrista en un parque acuático de la Costa del Sol: “Muchas veces no es la fuerza que tengas, sino lo avispada que estés para darte cuenta de que alguien se está ahogando o lo rápido que pidas ayuda si tú sola no puedes”.
Marta sufría la misma desconsideración que Sara, sufría más por el acoso constante. “Tenía que aguantar comentarios continuos, que me dieran su número o me preguntaran si tenía novio. También se me acercaban de más: me hablaban poniéndose muy cerca de mi cara o aprovechaban la cola del tobogán para rozarme”.
En el parque acuático
Han pasado tres años desde la última vez que Marta ejerció de socorrista. Tiene “oxidados” algunos recuerdos de todo el machismo que sufrió en el parque acuático —incluso cuando era menor de edad—, pero hay un día que no olvida: “Estaba en la piscina de una zona infantil cuando me vi rodeada de repente por 10 o 15 chicos de 20 a 30 años formando dos filas alrededor de mí”. La chica trató de expulsarlos —“no podéis estar aquí; es zona infantil”, decía—, pero seguían con sus comentarios: “Bombón”, “ojalá ser ese bañador” o “qué suerte tiene el sol de verte todos los días, guapa”.
Marta (pseudónimo) no olvida la ocasión en que 10 o 15 chicos la rodearon y se pusieron a lanzarle comentarios sexuales. No hacían caso de su incomodidad ni de sus peticiones de que se fueran y tuvo que intervenir su jefa.
Haciendo caso omiso de la incomodidad de Marta, la docena de hombres que la acosaban no paró hasta que la chica pudo contactar a su jefa y esta vino a echarlos. Incluso eso “se lo tomaron a broma, no tomaban en serio a la jefa por ser mujer”. Marta se sintió “intimidada, indefensa y muy pequeña” ante la situación.
Las sensaciones de miedo e inseguridad le acompañaban después de colgar el bañador; mucha gente que la conocía comentaba su trabajo. “Les parecía algo extraño que yo estuviera allí trabajando en bañador rodeada de chicos, lo veían morboso”. Así, boca a boca, mucha gente de su pueblo o de los alrededores acabó reconociéndola y saludándola por su nombre en la calle. Esto la asustaba tanto que decidió hacer privadas todas sus redes sociales.
En la piscina de la urbanización
Elena tiene 24 años y ha trabajado como socorrista en la piscina de una comunidad de vecinos entre junio y julio, momento de su despido, que ella cree que tiene motivaciones “en parte” machistas: “Dicen que se quejaban de mí en la piscina, pero no sé qué tipo de queja sería porque yo hacía mi trabajo”. Su desempeño en la zona de recreo acuático de la urbanización empezó con trabas desde el primer minuto: “Trabajaba incómoda porque se ponían muchos hombres en mi zona y yo voy a trabajar, no a que liguen conmigo”, resume.
Cansada de soportar el baboseo diario, la socorrista se puso en contacto con el presidente de la piscina. Este le dijo que en cuestión de “dos días” limitarían su zona para que tuviera un poco de espacio. “Al igual que una camarera tiene la barra y la gente no se mete detrás”, hace Elena la analogía. Esto no solo no ocurrió, sino que el acoso fue a más: además del que ya recibía de forma generalizada por los hombres de la piscina, un usuario de unos 60 años empezó a convertirse en acosador habitual. “Venía dos horas antes de finalizar mi turno, se sentaba al lado y me miraba mucho. Estaba muy incómoda”, relata. A las dos semanas de empezar acudir, el hombre se envalentonó y le invitó a cervezas en tres ocasiones. “Le di largas educadamente; no puedo ser borde en mi trabajo”, explica.
Cada vez somos más conscientes, estamos más unidas y hablamos más. Mis compañeros saben que hay algunas cosas que no pueden decir delante de mí. Pasan cosas terribles, pero está mejorando
Ante la situación de acoso creciente, Elena buscó desahogarse con otro trabajador con el que se llevaba bien: el jardinero de la urbanización. Lejos de apoyarla, este hombre “se chivó” de las quejas de la chica a sus superiores. “Me lo confirmaron a la hora de firmar el despido, creo que el jardinero tuvo un papel clave en que me echaran”, opina Elena. Este trabajador era un hombre de 34 años con mujer e hijo que la socorrista cree que se sentía atraído por ella: “Me respondía en Instagram a las 3 de la mañana y llevaba el tema a lo personal cuando hablábamos de trabajo por WhatsApp. A mí me sorprendía porque no venía a cuento, pero no me quería llevar mal con él porque se portaba bien conmigo”.
En retrospectiva y respecto a su despido, Elena considera que “lo mejor que me podía pasar es que yo me fuese”, aunque lamenta que a estas alturas del verano no pueda encontrar trabajo de socorrista. Aun así, es optimista y cree que podrá encontrar empleo en otro sector.
Marta o Elena no están ejerciendo en este momento de socorristas, pero Sara asegura que se pueden crear espacios seguros para mitigar las discriminaciones. “Cada vez somos más conscientes, estamos más unidas y hablamos más. Mis compañeros saben que hay algunas cosas que no pueden decir delante de mí”, defiende Sara, que quiere dar un toque de optimismo: “Pasan cosas terribles, pero la situación está mejorando”.