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Август
2024

Rocky vuelve a Rusia más fuerte que nunca

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Fue la más taquillera de la saga y la peor recibida por la crítica. La más amada por los fans y la última película dirigida personalmente por su protagonista, Sylvester Stallone, hasta 2006. «Rocky IV» (1985) supuso la culminación de la primera vida de su héroe de ficción, Rocky Balboa, llevando al personaje hasta la arena del conflicto político internacional para ayudar a derribar el Muro de Berlín y a la antigua Unión Soviética, a tortazo limpio. Ahora, vuelve a la pantalla grande en la versión del director, cuando la situación actual del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania ha llevado de nuevo a la división aparentemente irreconciliable entre Oriente y Occidente, entre la patria de Ivan Drago, «El Expreso de Siberia», y el «mundo libre». Rocky tiene todavía mucho trabajo que hacer.

El montaje del director

Pero «Rocky IV» retorna no tal y como lo conocimos en su momento, sino con el montaje del director que Stallone estrenó puntual y ocasionalmente en 2021, pero que hasta ahora había permanecido inédito en las pantallas cinematográficas de nuestro país. Con esta «nueva» versión, apenas dos minutos más larga que la estrenada originalmente, Stallone quiso acercarse más a su idea original: presentar con mayor fuerza dramática la relación entre Apollo Creed (Carl Weathers) y el propio Rocky, eliminando de paso elementos que resultan anacrónicos, como el robot que recibe Paulie (Burt Young) como regalo de cumpleaños, o que han perdido para su director y protagonista el relieve que tuvieran en su día. Es el caso de Ludmilla, la esposa de Ivan Drago, interpretada por Brigitte Nielsen, personaje que recibió más minutos de metraje de los que inicialmente le correspondían gracias a ser la esposa de Stallone y que ahora, años después de su divorcio, queda reducida a su mínima expresión. Obras son amores… A cambio, el espectador recibe casi media hora inédita de película, consistente sobre todo en un montaje extendido y mejorado de las escenas de combate, que ya en su día conquistaron al público por su espectacularidad. «Rocky IV» es una pieza histórica de puro cine de mediados de los ochenta: Stallone utilizó un estilo de edición propio del videoclip más desatado, coreografiando las peleas más en la sala de montaje que sobre el plató, jugando también con una banda sonora de A.O.R. (Adult Oriented Rock), que se decía entonces, que nos regaló hits como «Living in America» de James Brown, el «Heart’s on Fire» de John Cafferty y otros de Survivor o Kenny Loggins. Momentos clave de la película que también potencia el nuevo montaje.

Duelo de titanes

Pero lo que conquistó al público estadounidense en su día de «Rocky IV» fue su discurso de propaganda política nacionalista, pelón pero eficaz, que venía a vapulear desde la ficción a una Unión Soviética ya en los estertores de su poderío. Rocky IV presenta a un villano, el gélido, hierático y estólido Ivan Drago, primer papel importante para el sueco Dolph Lundgren, que encarna con su gigantesco físico la idea hiperbólica, disparatada y exagerada de una máquina de matar comunista, desalmada y depurada científicamente de cualquier componente humano. La Unión Soviética, el comunismo y Rusia misma, se ofrecen como ejemplo por antonomasia del totalitarismo tecnocrático y distópico. Drago es entrenado usando las mejores máquinas e instrumentos científicos disponibles, de hecho, adelantados a su tiempo y que posteriormente se introducirían en el mundo del entrenamiento deportivo profesional. Pese a que sus instructores lo niegan, le inyectan también esteroides. Soldado además de atleta, es adoctrinado para mostrarse implacable en su misión no solo de noquear a su oponente yanqui, sino de demostrar con ello la decadencia de la civilización capitalista. Por contra, su rival, Rocky Balboa, se entrena en plena naturaleza, usando la imaginación, el ingenio y los recursos que el terreno pone a su alcance, de forma orgánica, como un héroe de la Frontera americana. Su decisión de pelear contra Drago no es política, sino personal: la venganza o, mejor dicho, la vindicación de su amigo Apollo, muerto en combate por el Dragón comunista. A Stallone no le detienen pequeños detalles anacrónicos, como que la versión del himno soviético que se canta en el estadio ruso sea la estalinista, cambiada años antes, ni otros más evidentes, como que el físico y aspecto de Lundgren, alto, rubio y de ojos azules, resulte menos ruso que el del propio Stallone.

Junto a su esposa de ficción, Drago y Ludmilla parecen más bien villanos nazis de alguna entrega de Ilsa, la loba de las SS que una pareja de rusos, por deportistas que sean. De hecho, Stallone reconoció haberse inspirado para su guion en los combates de 1936 y 1938 entre el estadounidense Joe Louis y el alemán al servicio del gobierno nazi Max Schmelling. Pese a todos los defectos que se le puedan poner a «Rocky IV», no sólo es un épico y divertido espectáculo visual, que convierte el drama de boxeo en algo más parecido al cómic de superhéroes o al viejo péplum (Stallone incluso rinde homenaje al Hércules de su amado Steve Reeves en una escena), que al cine deportivo, sino que su director y protagonista, menos «facha» de lo que quiere el sambenito crítico consabido, intentó también mediar de alguna forma en los últimos estadios de una Guerra Fría que no parecía destinada ya a durar mucho. A diferencia de la declaradamente anti-soviética «Rambo III» (1988), «Rocky IV» finaliza con un discurso más o menos pacifista y ciertos aires de reconciliación. Mostrando su heroísmo y resistencia, Rocky, ese hombre, se gana hasta el gélido corazón del público ruso, y corona su triunfo (que curiosamente es el de la voluntad) con una frase sabia y reflexiva: «Hoy aquí dos personas han intentando matarse la una a la otra, pero supongo que eso es mejor que veinte millones de personas».

Por desgracia, el traductor ruso del filme original tuvo un lapsus linguae y tradujo «supongo que eso es mejor que veinte millones de dólares», revelando inconscientemente el quizá verdadero espíritu del filme. Eso sí, no intenten encontrar la frase en el montaje del director, donde ya ha sido corregida. En el apoteósico clímax de «Rocky IV», incluso Gorbachov (encarnado por David Lloyd Austin, quien volvería a interpretarlo en Agárralo como puedas), aplaude las palabras conciliadoras de Rocky Balboa, el héroe del pueblo que un día fuera simplemente un boxeador italiano dispuesto a creer en el sueño americano, en la muy distinta Rocky (1976), pero que aquí es todo un mediador político internacional, una especie de Kissinger a tortazo limpio, que hasta parece inspirar al último presidente del Soviet Supremo su Perestroika, iniciada prácticamente ese mismo año de 1985. Ojalá que el estreno en nuestras pantallas de la versión del director de «Rocky IV» fuera también, como en su día el de la original, el preludio a la distensión, la conciliación y la paz entre Oriente y Occidente, entre Rusia y Ucrania. Por desgracia, parece tan poco creíble como las afirmaciones de Stallone en su día diciendo que «Rocky IV» sería la última película del personaje.

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Un breve recorrido por la cronología estelar del Dragón Rubio

Dolph Lundgren, el armario rubio de ojos azules que diera vida a Ivan Drago, pesadilla y némesis de Stallone y Carl Weathers en Rocky IV, fue directamente catapultado al estrellato del cine de acción gracias a su más que sólida interpretación del personaje, un Terminator comunista elevado a la condición de übermensch en negativo. Por supuesto, Lundgren se parece tanto a un ruso como a un luchador de sumo. Cinturón negro de kárate, licenciado en ingeniería química, aficionado al fútbol y al ajedrez, tras una carrera imparable como héroe y villano de acción, Lundgren volvería a trabajar con Stallone en la saga de «Los mercenarios». «La leyenda de Rocky» (2018), donde pasa el testigo a su hijo en la ficción, Viktor Drago (Florian Munteanu). La guerra continúa.

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