«Quizás las clarisas de Belorado fueron víctimas de su propia obediencia»
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Son las nueve de la mañana de un domingo de agosto, pero la iglesia está a rebosar. La hija de la princesa de Éboli, pionera en la protección de este convento de Regina, sabía lo que hacía: Sanlúcar de Barrameda era la valiosa puerta del Atlántico y del Nuevo Mundo. Termina la misa y espero en el atrio a Pepe, el encargado de la venta de los dulces y de otros tantos quehaceres del convento, que me da instrucciones. «Estarán contigo la madre abadesa Oralia y la hermana Soledad». Luego me hace pasar a una sala en penumbra con una mesa de camilla sin vestir y una silla cuyo asiento de enea cruje suavemente bajo mi peso. Al cabo de unos minutos aparecen sonrientes, precedidas por un haz de luz, las dos hermanas clarisas que se acomodan al otro lado de las rejas de clausura. La primera pregunta es inevitable y tiene que ver con el sentido de la clausura para una monja del siglo XXI . Contesta la jovencísima hermana Soledad rápida, con un suave, lejano acento andaluz. «Te puedo contestar con mi experiencia. Después de un tiempo reflexionando en mi trayectoria personal y emocional y tras un verano intenso de búsqueda a ver qué es lo que Dios quería de mí, llegué aquí decidida, acompañada de mis padres, que se quedaron afuera. Y debo decir que la puerta reglar, cuando se abre y se cierra con tanto batiente y tanto cerrojo, impresiona bastante; es un ruido que puede cohibir. Pues para mi sorpresa, aquellos cerrojazos me sonaron a libertad. Fue como un paso a otro mundo; al de la intimidad con Dios. La reja hace de filtro para evitar la distracción de lo que realmente hacemos, que es dedicar los días a la oración por los demás, a la contemplación, que no a la soledad. Nosotras vivimos en fraternidad dentro de un recinto cerrado, que es el símbolo de nuestra dimensión de la pobreza. Esto es una forma de vida, dice abriendo los brazos en forma de cruz. Aquí dentro se vive». Las monjas clarisas , tradicionalmente, han estado relacionadas con los dulces conventuales y las ofrendas de huevos por parte de los novios o sus familiares como garantía de sol radiante en el día de la boda, pues Santa Clara, entre otras cosas, es patrona del buen tiempo. En realidad, las hermanas no rezan por la lluvia, que en el sur es bastante improbable, sino porque en los esposos se cumpla la fidelidad a la palabra del sagrado sacramento del matrimonio. ¿Cómo es la vida en la cocina para las hermanas reposteras? La abadesa, que hasta ahora ha permanecido en silencio, contesta precedida de un suave acento mexicano: «Para nosotras es un trabajo digno que se puede hacer esmeradamente; es una forma más de fomentar la vida fraterna, como los cánticos o la oración. Cocinamos impregnadas de Dios». La hermana Soledad interviene: «Además, se pueden rezar muchos rosarios y muchas jaculatorias entre corpiño y pestiño. Y debo aclarar que la tradición de este convento de Regina siempre fue el bordado, al que seguimos dedicadas, actualizado ahora en bordado digital, pero los feligreses nos pedían dulces, así que terminamos cayendo en la tentación. Y ya llevamos quince años». Carisma y vocación son dos palabras que en el convento adquieren un significado trascendental. «Se habla mucho de arte, imágenes, códices o manuscritos», dice la hermana Soledad, «pero nosotras somos meras custodias de todo eso. Nuestro verdadero patrimonio , el que querríamos que pudiera valorarse, es el que no se ve y apenas se conoce: el de la oración de monjas consagradas a los demás . El abrazo a la pobreza nosotras lo tenemos muy claro. Pero entonces, Dios resulta que te trae aquí, a un edificio de Vandelvira con obras de arte y una gran responsabilidad patrimonial sobre nuestros hombros y tú al principio te preguntas ¿qué tiene esto que ver con lo que yo quiero? Pero luego te das cuenta de que, si el señor me hubiera querido en un San Damiano o una Porciúncula, me habría hecho monja en el S. XIII». «La cosa es cómo ser clarisa en este lugar y en este tiempo, y es, sencillamente, tener ánimo de pertenecer al 'club del santoral' llevando una vida santa, pero ¡ojo! No en esa idea ñoña de romper con esta vida para elevarse hasta un lugar extraño. Al contrario. En la actualidad, el camino de la santidad es vivir la vida fresca del Evangelio , limpiarle el polvo a un libro que no es tal, sino que es vida en palabras; ejemplos a seguir». «En cuanto a las vocaciones, pues qué quieres que te diga, es estadística pura y dura: hoy en día, con el hijo único o la parejita, es bastante improbable. Y la fe en las familias es algo heroico: a los críos nadie les habla de Jesucristo . Es un gran desconocido, y lo que no se conoce no se puede amar. ¿Por qué hay tantos suicidios hoy en día? Pues porque se edifica sobre arena, sin esperanza», continúa. «Nosotras tenemos claro que si tú vives lo que has prometido cuando te consagras, Dios se encarga de seguir mandando vocaciones. Yo creo que no es cuestión de números, sino de fe, y por desgracia hay conventos que sencillamente están ya muertos, pues han perdido por el camino aquella promesa». Al citar a las monjas de Belorado, las hermanas asienten: «A nosotras también nos ha sorprendido ese hecho, responde la abadesa, casi tanto como al resto del mundo o más, pues uno de nuestros principales carismas es la fidelidad. Es que no concebimos a nuestros fundadores, Francisco y Clara, faltando a su promesa de fidelidad a la Iglesia. Imaginamos que algo habrá ido mal, porque los conventos son como las familias: cada uno lo es a su manera», concluye dickensianamente, la hermana Soledad. «Lo cierto, continua la madre Oralia, es que nosotras en este convento seguimos la tradición de prometernos mucho a la madre abadesa y si ésta, por ejemplo, comunica que ha estallado una guerra y que nos vamos a poner todas de rodillas 24 horas todos los días para rezar a Dios por esto, pues lo hacemos sin rechistar. Yo misma lo hacía antes de desempeñar este cargo en la comunidad, aunque aquí, ahora nos gusta que cada hermana sugiera cosas; la comunidad está invitada a la propuesta creativa de nuevas formas de llegar, con la oración, al corazón del mundo. Pero lo cierto es que debemos obediencia y actuamos en consecuencia. Quizás las clarisas de Belorado fueron víctimas de su propia obediencia. Nosotras aquí, en Sanlúcar, confiamos en la abadesa que rige la comunidad. Pienso que algo así, tal vez ha debido ocurrir entre las Clarisas de Belorado : la abadesa debió de influir mucho en su comunidad y ésta obedeció lealmente, como obedecería un buen soldado». Me despido de las hermanas con una extraña alegría y el peso de pensamientos contradictorios en el alma. También pesan, sobre todo al subir la sanluqueña cuesta de Belén camino del Barrio Alto, las bolsas de dulces que hemos comprado a las Clarisas. Esa noche me reúno con P.C.S, el fotógrafo, y juntos volvemos a repasar las imágenes, deteniéndonos en la foto que encabeza este reportaje. Los dos permanecemos en silencio. «Es impresionante el efecto de luz», me dice tocando la pantalla. «Da la impresión de que las monjas no estén enclaustradas; es como si viniesen de algún lugar abierto y luminoso». «Y en cambio», concluyo, «la que parece encerrada, tan prisionera como un personaje de 'Hope', soy yo».